En
París no hay ni un hecho desdeñable, todo es una fiesta durante la última semana de septiembre que introduce a la primera de octubre. Ocurre de una manera extraña este proceso en que todo se convierte en extremadamente luminoso y delicado durante unos días. Eso es la
Semana de la Moda de París, un fugaz extraterrestre que llega para deleitarnos con su absorta delicadeza, rellena en su interior por todo tipo de inspiraciones, recreaciones, puestas en escena y resultados insuperables. Sin menospreciar otras mecas como
Nueva York o
Milán, París es
LA Ciudad para ver y ser visto, para mirar y admirar a nuestro alrededor, en definitiva, para el disfrute absoluto. en lo que a moda se refiere.
Esta edición, además de belleza, venía cargada de cambios y modificaciones. No fueron pocos los giros y cambios de torna: el estreno de la colección de
Kanye West, el mundo submarino de Chanel, la rotundidad de
Gisele para
Givenchy, la nueva creativa de
Chloé,
Claire Wight Keller, el paso definitivo de
Amaya Arzuaga en la capital... sin olvidarnos de la duda que parece ya sempiterna, de quién procederá a presidir el gobierno de
Dior. Pero los golpes se asestaron firmes, y a pesar de encontrarnos con un resultado más comedido de lo que París suele ofrecer, las piezas encajaron a la perfección.
Uno de los ataques más rotundos corresponden a la inauguración de la nueva silueta de
Issey Miyake, casa japonesa que supo acabar mejor que empezar. El recién estrenador cargo de director creativo que poseía
Yoshiyuki Miyamae pudo suponer una inmensa píldora de optimismo para la colección, que inspirada en la fauna y flora más majestuosa dejó ver a unas modelos radiantes de coloridos poéticos que mutaban en una especie de mujer-flor sin perder un ápice de la identidad que sólo un diseñador japonés puede otorgar a la firma Miyake. Fue poesía en estado puro.
Otra diseñadora que mutó, y desde nada menos que
Martin Margiela, fue
Steffie Christiaens. La diseñadora holandesa puso la nota más futurista de una semana más bien
naïve, y por eso los ojos se volcaron en ella a posteriori. Zapatos rocambolescos, aplicaciones de metal, una falda de plumas en corona y gafas de sol con una montura cuadrada en los extremos, fueron algunos de los favoritos con los que jugó
Christiaens en su original colección.
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La anteposición del paradigma Christiaens podría fácilmente recaer en el diseñador ruso
Valentin Yudashkin. Vestidos con vuelo en pasteles, caras angelicales, detalles de pedrería en microdimensiones, y blanco y más blanco, con unos patrones que aunque no aportaban nada nuevo nos dejaron fluir y relajarnos en un oasis de universo de paz.
Pero la mutación definitiva vino representada por un carrusel de caballos claros, modelos vestidas en blanco impecable y una colección que sorprendió a todos por el cambio de tercio. Sí, se trata de
Marc Jacobs para
Louis Vuitton. Los bordados huecos, los apliques de plumas y el peinado, otra vez,
naïve de las modelos daban el aviso de que algo está cambiando en Vuitton, y
Kate Moss sentenciaba la nueva era cerrando el desfile subida en unos peeptoes blancos que dejaban ver su tatuaje en el pie derecho. De ahora en adelante, blanco impoluto.
Texto de Mario Ximénez.
Fotografía del desfile de Louis Vuitton, cortesía de Louis Vuitton.
Fotografías del resto de desfiles, Mario Ximénez.
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STREET STYLE: PARIS FASHION WEEK
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