Tras varios días examinando exhaustivamente el debut de
Raf Simons al frente de
Dior hemos conseguido encontrar dos palabras para definirla:
correcta y lógica.
Lo primero que conocimos sobre el desfile fue que transcurriría a lo largo de cinco salones cubiertos por
un millón de flores de veinte tipos diferentes y que el emplazamiento sería uno diferente a los habituales de la firma. Lo siguiente que supimos fue que entre los asistentes estarían los de siempre más un sin fin de diseñadores entre los que se encontraban
Riccardo Tisci, Alber Elbaz, Diane Voon Furstenberg, Marc Jacobs o Azzedine Alaïa.
Lo que vino después fueron las 54 salidas que desvelaban por fin la imagen de la nueva era de la casa Dior. No se puede decir que Simons haya hecho mal su trabajo ni mucho menos, pues la colección como hemos dicho al principio fue más que correcta -sobre todo si la comparamos con las últimas sin Galliano-. Lo que ocurre es que nadie pareció darse cuenta en su momento que por más que nos guste
Raf Simons, es todo lo contrario a
Galliano, y que por lo tanto, la magia y la fantasía que él le daba a cada uno de sus desfiles brillaría por su ausencia en esta nueva etapa.
Se puede decir, que tras la magnífica colección de despedida de
Raf Simons al mando de
Jil Sander, lo que vimos en el desfile de
Dior fue una muy buena continuación del trabajo del diseñador, pero que el espíritu Dior al que estábamos acostumbrados desde hacía años aun necesita tiempo para instalarse en la mente del diseñador belga, o quizás seamos nosotros los que necesitemos tiempo para borrarlo de la nuestra.
Aun así, a pesar de que la colección nos haya gustado mucho, en
Vanidad aun tenemos que esperar a ver la colección
prêt-à-porter que se presentará dentro de unas semanas en París para decidir si estamos totalmente a favor de Simons para Dior o si solo lo estamos un poco.
Por Michael Oats
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