Después de ver su capítulo de estreno, hay que reconocer una cosa: los responsables de Dreamland son más valientes que Leónidas y sus trescientos espartanos. Lo digo en serio. Hace falta ser muy valiente para defender un producto que parodia (sin querer) a la mítica y ochentera Fama y que hace que Un paso adelante parezca dirigida por Kubrick. Hace falta ser muy valiente para defender un producto cuyo guión e interpretaciones llevan el concepto “mejorable” a una nueva dimensión. Hace falta ser muy valiente para defender un producto que renuncia a cualquier lógica o coherencia con tal de sacar al personal cantando, brincando y/o haciendo piruetas. Hace falta ser muy valiente para defender un producto en el que lo que no es cutre es hortera. Hace falta ser muy valiente para defender un producto cuyo estreno se programa para el único momento de la semana en que buena parte de su target potencial está en muchos sitios que no son frente al televisor. Hace falta ser muy valiente para defender como “serie” un producto que lo único que tiene en serie son los fallos. Y hace falta tenerlos muy bien puestos (los argumentos, claro) para llamar a este producto “Dreamland” cuando tiene más de pesadilla que de sueño o, en todo caso, es un sueño raro, raro, raro.
Los protagonistas de "Dreamland".
Así que, desde ya, mi admiración por todos los que han hecho que Dreamland vea la luz: siempre me ha caído bien la gente con sentido del humor. Claro que la cosa cambia si nos replanteamos todo y asumimos que esto no es una serie de televisión. Algo protagonizado por no-actores que siguen un no-guión sólo puede ser una no-serie. Una no-serie que, en el fondo, no es más que un collage videoclipero que lo mejor que te provoca es indiferencia. Hay incluso quien, refiriéndose a esto de los videoclips metidos en medio de las tramas, ha comparado ya Dreamland con Gleeolvidando (supongo) el buen gusto y la calidad, coherencia y frescura de la serie americana. Lo cierto es que, de no tomarse a broma “esollamadoDreamland”, al espectador sólo le cabe una salida: pensar que esta viendo un constante, alocado e involuntario homenaje al absurdo. Y es que pretender que Dreamland guste objetiva y seriamente es confiar en que la relación entre el Titanic y el iceberg acabe en boda. Máxime cuando no es un producto que intente disimular sus fallos sino que los deja tan a la vista que resulta hasta entrañable (siempre y cuando seas la abuela de alguno de los que allí intervienen). Vamos, que Dreamland es a las series musicales lo que Spartacus a las series históricas. De hecho, utiliza su misma técnica: cuando no tengas buenos actores ni un buen guión, empieza a quitar ropa a la gente. Con lo cual, poco más que añadir, señoría… En resumen, Dreamland es un despropósito en el que todo pasa “porque sí”, empezando por su mera emisión. Como broma tiene su punto. Como serie de televisión, ninguno. Javier Crespo Cullell

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