“Es la primera mujer que veo aquí que se viste como una mujer, y no como una mujer cree que se vestiría un hombre si fuera mujer”. Así hablaba Harrison Ford a Melanie Griffith en la mítica película de 1988 "Armas de mujer", del recientemente desaparecido Mike Nichols. La cinta llegaba en un momento crucial para el papel de la mujer en el mundo de los negocios, donde, para ser tomada en serio necesitaba redefinir su imagen. La sastrería masculina se impuso como un uniforme necesario en el armario de la mujer trabajadora, relleno de unas imposibles hombreras durante los ochenta -tomando como referente la indumentaria de los jugadores de fútbol americano-, y rendido al “menos es más” que Armani impuso en los noventa. Las americanas se convirtieron en la prenda más vendida de la década, los tacones disminuyeron su altura -emulando los kitten heels de Lady Di, -de quien también tomaron prestado su corte de pelo- y el traje de chaqueta se convirtió en un instrumento de poder, por obra y gracia de Margaret Thatcher. “Viste vulgar y sólo verán el vestido, viste impecable y verán a la mujer”, era el consejo que recibía nuevamente Melanie Griffith en la película, esta vez de manos de su implacable jefa, Sigourney Weaver, que citaba a Coco Chanel. Pero de lo que no hablaba nadie era de cómo vestían ellos. Así sucedía en los ochenta, y así sucede hoy. ¿No es hora de cambiar las cosas?
Hoy asistimos al enésimo y siempre absurdo intento paternalista de decirle a la mujer cómo ha de ser su cuerpo, como si ella misma no lo supiera, y cómo debe vestirlo. Si pensamos en cualquiera de las féminas poderosas de nuestro tiempo -desde el ámbito político hasta el empresarial, pasando por el de la realeza-, encontramos mujeres sometidas a un tercer grado al que los hombres no han de enfrentarse. Una lupa implacable que analiza, sin piedad cada detalle.
Han de ser femeninas y proyectar una imagen de belleza, sin llevar demasiado escote o elegir vestidos demasiado ceñidos -de lo contrario los titulares sólo hablarán de eso, no importa la relevancia del acto en el que participen-, pero sin vestir siempre igual o parecer uniformadas -como hace el sector masculino, cuya indumentaria no ha evolucionado en su esencia desde el siglo XIX, sin que nadie proteste por ello-.
Volviendo a la cinta de Mike Nichols, debemos recordar que el personaje de Sigourney Weaver, que estaba en lo más alto de la pirámide, vestía siempre con trajes masculinos, como si para triunfar en los negocios tuviera que imitar al sexo contrario. Pero, ¿y hoy en día? ¿Se nos toma menos en serio si vestimos de manera femenina?
Desde luego entre las más poderosas del mundo de la moda, esto no sucede -no deja de resultar curioso que el sector más acusado de doblegar a la mujer sea el que más libertad le brinde a la hora de vestir-. Si pensamos en Jenna Lyons -directora creativa de J. Crew y constante generadora de tendencias-, es evidente que muchos de sus looks beben del armario masculino, sin embargo jamás ha renunciado a un escote pronunciado o a unas transparencias -sin caer en lo vulgar-, y oscila entre los tacones más elevados que puedas imaginar y los mocasines o las sandalias planas, según requiera el look, porque éso es lo que hace, elaborar el estilismo que ella, y sólo ella considera correcto. De hecho ha afirmado en varias entrevistas que no le importa lo que lleven sus empleados mientras vayan arreglados y sepan dar un buen apretón de manos. Incluso deja que los hombres lleven shorts a la oficina, y no ve ningún problema en que las mujeres se enfunden una buena minifalda. Después de todo, ¿por qué habría eso de interferir en tu rendimiento laboral?
Por otro lado tenemos el caso de la todopoderosa Anna Wintour, a la que en rara ocasión vemos llevando pantalones ¿Y acaso duda alguien de su poder? En lugar de eso, su vestidor está poblado de vestidos de cóctel estampados firmados por Oscar de la Renta, maravillosos conjuntos de tweed de Chanel -siempre con falda, no con pantalón- y espectaculares abrigos de Prada.
Tampoco la diseñadora y presidenta del CFDA -Council of Fashion Designers of America-, Diane von Furstenberg ha sentido la necesidad de apostar por el traje masculino, y de hecho le ofreció a la mujer una invención cómoda, femenina y práctica que ha pasado a la historia de la moda: el wrap dress, ese vestido cruzado alrededor de la cintura que se ha convertido en una de las prendas más versátiles del armario femenino, por permitir a la mujer moverse con libertad sin renunciar a su femineidad. Pues a menudo, cuando las mujeres diseñan para mujeres, el concepto maniqueo de la moda como instrumento de sometimiento, queda desacreditado. Lo mismo sucedió cuando Coco Chanel decidió que los bolsos debían incorporar una cadena para colgarlos del hombro, y así liberar las manos de una mujer que, en los años veinte, comenzaba a caminar sola -fruto de esa idea nació el best seller de Chanel, el mítico bolso 2.55-. Y del mismo modo, la historia se repite en nuestros días. Las deportivas o los zapatos Oxford han sustituido a los tacones cuando la jornada se presenta excesivamente larga y movida. Sin embargo, y aunque el uso de las deseadas sneakers sea una reminiscencia de la vestimenta de los yuppies de los ochenta, no podemos olvidar que en aquellos días, las deportivas tenían un uso exclusivamente práctico, pues se empleaban sólo durante los desplazamientos, y las mujeres las cambiaban por los tacones en la entrada de la oficina. Hoy en cambio, se han colado hasta dentro de la mano de la tendencia "normcore", que nos ha hecho dejar de verlas como intrusas para convertirlas en protagonistas de cualquier look, a cualquier hora y en cualquier lugar.
Sin embargo, a medida que nos alejamos del sector de la moda, continúa habiendo plazas en las que todavía se relaciona la vestimenta de inspiración masculina con la seriedad y el rendimiento laboral, especialmente en el ámbito empresarial. En un mundo de hombres, la mujer aún necesita un camuflaje, en este caso en forma de traje, que le permita pasar desapercibida, o parecerse al hombre. ¿Por qué?
El problema actual es averiguar qué debe hacer la mujer para que esto cambie. La conclusión no es sencilla, pero está claro que empezar por no dejar que nadie le imponga cómo debe vestir o qué canon debe seguir su cuerpo, es un gran comienzo.
Hoy copan la red artículos que tratan como asunto de estado el hecho de que el trasero haya desbancado al escote como nuevo objeto de deseo femenino, y que aseguran que una mujer real ha de tener curvas. La segunda afirmación es todo un alivio en relación con la obsesión insana por la delgadez, sin embargo se olvida de que también existe un reducto de mujeres con pocas curvas, que no por eso son menos femeninas -una idea que defiende a capa y espada Keira Knightley al posar en top less y pedir expresamente que no se retoque su pecho para aumentarlo-. Y así, la mujer ya no corre a ponerse unos implantes de silicona en los pechos, sino que busca cuáles son los mejores ejercicios para mejorar su trasero. Game Over. Otra vez hemos caído en la trampa y hemos dejado que se reescriba el manual sobre cómo debemos ser, en lugar de defender nuestra diversidad y abrazarla. ¿Y si cambiamos la conversación y la centramos en cómo han de ser los hombres?
Por Arancha Gamo @arancha_gm