Desde la flamante llegada de Raf Simons a Dior en 2012, la convivencia del pantalón y el vestido se convirtió en una referencia habitual en los desfiles del diseñador. Un dúo que también es habitual en las colecciones de Karl Lagerfeld para Chanel, donde alcanza su culmen de opulencia gracias a paillettes y bordados salidos de los talleres artesanales con más solera de París. Sin embargo, desde los años noventa no habían vuelto a colarse dentro de ese imprescindible, pero a veces traicionero concepto de "tendencia". Por aquel entonces sus defensoras eran Gwen Stefani en clave grunge, Sarah Jessica Parker en un giro más pijo y las mismísimas "Spice Girls" en su versión pop hipercoloreada.
Sin embargo el concepto que articula hoy esta tendencia es diferente. Nunca antes se había visto revestida de tanto glamour, ni había estado tan vinculada a las grandes casas de moda.
Giambattista Valli, Jean Paul Gaultier, Maison Margiela, Chanel, Rag & Bone o Giorgio Armani en sus propuestas para la próxima primavera, han adoptado esta tendencia de manera natural, deslizando el pantalón bajo faldas y vestidos como si fueran un todo indivisible. Ahora la pregunta es ¿Cómo vas a adaptarlo a tu vida diaria?
1. En la oficina: La clave está en elegir un total look, donde los pantalones y el vestido no estén demasiado contrastados. Al crear una unidad cromática se consigue el efecto visual de una silueta más esbelta, además de un resultado donde la elegancia gana la partida.
2. A diario: En este caso cambian las normas. El contraste de texturas será tu caballo ganador. Un vestido de punto sobre unos leggins de vinilo y unas deportivas, se convertirán en tu recurso preferido: cómodo y con estilo.
3. De fiesta: Es el momento de atreverte a invocar el espíritu 60"s, combinando un vestido ligero con unos pantalones de campana. Aunque si no estás dispuesta a olvidar tus pitillo -por mucho que su retirada sea ya un hecho-, puedes jugar con los volúmenes de un vestido joya que contrarresten su sencillez.
¿Te apuntas?
Arancha Gamo