Christophe Lemaire desembarca como director creativo en la casa Hermés desplegando un alarde de exuberancia oriental. Sus musas son misteriosas nómadas de un desierto lejano en el que practican la cecería vestidas con largas capas y suntuosas pieles como el pitón, el cordero o el visón esquilado. El desfile comienza en un lujoso y cálido blanco con pinceladas de cuero, para oscurecerse más tarde en prendas sporty grises y topos. La mítica seda estampada de la maison, esos cálidos mosaicos que acostumbramos a ver en sus maravillosos carrés, se extiende ahora en abrigos y vestidos de colores otoñales, dando paso a una amazona severa y masculina en negro. Se cierra la colección con la sensualidad de colores y pigmentos brillantes, como el verde bengala, sobre deliciosos crêpes de seda que reivindican su turno al diurno cashmere.
Por Jorge Acuña.