Lo que empezó siendo una serie siniestramente divertida, reconfortante como un buen mojito veraniego en una playa de Miami, ha acabado por convertirse en un ejemplo de cómo  echar a perder un buen producto televisivo a costa de prolongar su emisión (mucho) más allá de donde llegaron el ingenio, la capacidad sorpresiva y los escrúpulos de sus responsables, quienes, a partir del cuarto mojito (la genial temporada de Trinity), empezaron a servir garrafón a diestro y siniestro, quizás con la esperanza de que la audiencia estuviera ya tan entregada a la causa que lo mismo le diera Juana que su hermana. Así, las andanzas de este entrañable psicópata empeñado en liberar al mundo de gentuza quedarán como una triste pero valiosa lección para guionistas y productores: saber cómo y cuándo lanzar una serie importa tanto como conocer cómo y cuándo finalizarla.
Dexter Dexter
Creado literariamente por Jeff Lindsay en 2004, Dexter Morgan, el “asesino bueno”, es uno de los antihéroes de la televisión reciente cuyo potencial, si hubiera estado en buenas manos, quizás le habría colocado en la estela de mitos como Tony Soprano o Walter White. Quizás esto sea una exageración, quizás no. Nunca lo sabremos, porque hace varias temporadas que la serie de Showtime se convirtió en un “más de lo mismo pero quizás peor”.
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La verdad es que tiene delito (nunca mejor dicho) dejar agonizar creativa y televisivamente una serie que, merecidamente, recibió varios premios (Emmy y Globos de Oro incluidos) y que ha tenido en ese gran actor llamado Michael C.Hall su gran reclamo y tabla de ¿salvación? A lo mejor es que sus responsables han ignorado esa ley que aplica tanto en las relaciones de pareja como en las ficciones de televisión: mejor dejarlo y quedar como buenos amigos que seguir y acabar a tortas. Y, por lo que parece, los encargados de validar o cancelar la serie prefirieron hacer de la fidelidad a Dexter un ejercicio de masoquismo. Alguien debería haber dejado la cabeza de un caballo en la cama de alguien hace mucho tiempo. Así las cosas, uno no puede ahora más que recordar con cariño aquellas primeras temporadas en las que se enganchó con placer culpable a las sanguinarias aventuras de Dexter Morgan, cuando la serie tenía pinta de Heidi Klum y no de Belén Esteban como ahora. De todos modos, quien no se consuela es porque no quiere: podría haber sido peor. Podrían estar todos muertos desde el principio o podría haber sido sólo un sueño de Antonio Resines. Visto así, no parece tan malo el final, ¿verdad? Javier Crespo Cullell