Patrick Wolf
“Quería hacer un disco para todas las personas que hayan estado enamoradas. Una celebración del romance”. Así define Patrick Wolf su nuevo álbum, “Lupercalia”, que después de varios retrasos se publica por fin este verano. Después de las modernidades de “The Bachelor”, el londinense apuesta por un álbum arrebatadoramente emotivo. La conversación telefónica fue tan fructífera que sería trágico malgastar más líneas con una introducción. Sólo sigue leyendo.
Si la fiesta de las Lupercales, una celebración de purificación de la Antigua Roma, se celebraba en febrero, ¿por qué “Lupercalia” se publica en verano?
Quería que el disco se lanzara el fin de semana en que solía celebrarse el festival, pero el calendario empezó a apretarse y decidí calmarme un poco. Ya no existen ese tipo de celebraciones mágicas, y me obsesioné un poco con el concepto.
Pero el festival incluía sacrificios de animales, entre otras cosas igual de horribles. ¿No has tenido amenazas de PETA?
Todavía no. Y eso que trabajo con animales todo el tiempo…
¿Trabajas con ellos?
¡Pero no de un modo cruel! Me he convertido en una especie de zoo. En un vídeo mío aparece un mono como si fuera una superestrella a lo Marilyn Monroe. El problema de los animales es que tienen sus propios tiempos y su propio horario.
¿Qué hay que hacer para que se porten bien?
Tienes que darles de comer constantemente. Tienes que saber cuál es la comida adecuada para el mono, para el tucán… Sí, básicamente lo consigues con la comida.
¿Cuál es el animal más difícil?
Una vez una tortuga no quería salir de su caparazón. Le dije que me parecía muy injusto su comportamiento. Le decía: ¡Sal de ahí! Y no me hacía caso. No me llevo bien con las tortugas, está claro.
Tienes 28 años…
¡27, perdona!
Tienes 27 años y cinco discos publicados. ¿Estarías orgulloso de tu carrera si dejaras de hacer música?
Sí, estaría orgulloso, pero jamás dejaré de hacer música. Me decepcionaría a mí mismo. Está claro que a veces te sientes amado y otras odiado. Es difícil mantener encendido el fuego de la inocencia como cuando eras joven. Esa pasión inocente de decir “que te jodan” y seguir adelante. Es complicado. Pero si algo sé sobre mi vida es que nunca dejaré de hacer música.
¿No crees que el pop mainstream se está volviendo maximalista en exceso?
Es el signo de los tiempos. El software ha abierto muchas oportunidades para que la gente explore y se aventure en terrenos inimaginables hace 10 años. Antes había que ser rico para tener un buen equipo. Ahora es tan fácil hacer música electrónica atonal y abstracta como coger una guitarra en la tienda de la esquina. Me gusta la música tipo el último disco de Lady Gaga para ir al gimnasio y cosas así, pero necesito un poco de humanidad en las mezclas y la producción, y es cierto que eso es difícil de encontrar.
¿Tu cuerpo reacciona cuando hay luna llena?
Desde luego. Los cáncer estamos regidos por la luna. Por eso tenemos ciclos mensuales. Sé en qué estado está la luna sin comprobarlo. Ya no estoy tan obsesionado, pero cuando era más joven solía ir a clases de magia y paganismo. El profesor nos decía que debíamos cambiar el color de las sábanas. Y yo lo hacía. Las sábanas debían de ser rojas. Blancas si había luna nueva. Y negras si querías conectarte con la luna. Todo esto es pura lógica para mí.
Este verano habrá luna llena el 15 de julio y el 13 de agosto. ¿Qué estarás haciendo en esas fechas?
Déjame que saque mi iPad. El 15 de julio estaré de día libre en Estambul, así que podré hacer cosas excitantes. Y el 13 de agosto tocaré en el festival M’era Luna. ¡Estaré en el festival de la luna! Es en Alemania. Sería mejor Transilvania.
¿Eres muy diva?
Puedo ser muy tímido, pero de repente puedo convertirme en la mayor diva de la tierra.
¿Cómo llevas ahora mismo el pelo?
Como Kate Bush en la época de “Lionheart”. Parece negro cuando la foto era en blanco y negro, pero si hay mucha luz se vuelve de un rojo vibrante.
¿Cuántas veces te lo has teñido?
Cerca de seiscientas. Solía cambiármelo cada semana.
¿Recuerdas la primera vez?
Claro. Ahorré la paga, me fui a Soho y me lo teñí de blanco, como lo tenía Debbie Harry. Estaba muy orgulloso, pero el efecto era bastante desastroso.
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Por Eloi Vázquez.
Fotografía de Ryan McGinley.
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