La sangre me hierve y siento que el verano ya es parte de mí. Me dispongo a dar un salto de una hora a la isla de la fantasía (conocida en el mundo entero como Ibiza) para disfrutar de las aventuras que allí, y sólo allí, se pueden vivir. Para la ocasión, elijo uno de los hoteles más despejados de la isla, con un ir y venir de huéspedes llegados de todos los rincones del globo. Nada más llegar, me reciben muy amablemente en un hall que me recuerda al del famoso Delano en Miami y una piscina que invita a tus ojos a fundirse en azul, el del Mar Mediterráneo que te separa de Dalt Vila y de Formentera para lamer con tu visión el éxtasis de lo que está por venir.
El hotel DESTINO te envuelve con su olor a pino a verde por la inmensa vegetación entre la que se encuentran inmersas sus habitaciones, tranquilas y confortables. Después del check in, me dispongo a relajarme en las hamacas de la piscina con un escenario a mis espaldas por el que pasan DJs míticos, esos que hacen las delicias de un público entregado a los vaivenes de sus impulsos. Al frente, relajado, aparece un casco antiguo que se yergue con majestuosidad y gracia, deleitando los ojos de los más exigentes.
Después del relax, nos acercamos al restaurante de PACHA para poder cenar antes de sumergirnos en el ambiente insuperable de la mítica discoteca. Sorprendente el sushi que nos sirven, así como las famosas (al igual que icónicas) cerezas de postre.
Entramos directamente a la discoteca después de la rehabilitación que hizo Juli Capella, que ha dejado los espacios bien definidos a base de limpieza formal en su decoración. Un lienzo perfecto para los intrincados juegos de luces que te hipnotizan al ritmo del musicón que nos envuelve. Sin duda, no decepciona.
Después de haber dormido pocas horas, la experiencia del desayuno junto a la piscina es de lo más reconfortante. Te prepara para la noche que, como no, esperamos con ilusión. Relajarse durante el día a ritmo de chapuzón con un DJ de fondo que te suaviza las horas más calurosas, es otra de las actividades que en la isla produce más placer.
Y ha llegado el momento de irnos a cenar al que empieza a ser conocido como uno de los restaurantes con espectáculo más impactantes del mundo. Me han hablado muy bien de la experiencia pero me han dado pocos detalles, como si un halo de secretismo envolviese todo lo que pasa allí. "Hay que vivirlo, todo lo que te cuente se quedará corto", me dicen.
El local, decorado por David Alayeto, se sitúa en la milla de oro ibicenca y se abre al mar y a la ciudad vieja por completo teniendo, desde cualquier ángulo, una visión refrescante y bella a partes iguales. Nada más llegar, vestidos con un dress code apropiado, me susurran una canción al oído y, como si fuera un canto de sirenas, me transporta a otra realidad. Este es el mundo de fantasía sin igual que experimenté.
La alegría se desborda. Los bailarines en su ir y venir se funden con los cantantes sin solución de continuidad en un sueño que dura, casi cuatro horas ininterrumpidas, pero parecen un abrir y cerrar de ojos. Aunque la verdad es que tiene truco. Aparte de ponerte en el centro de la escena donde cantantes de altura te embelesan con sus baladas, te presentan una comida maravillosamente emplatada y de una calidad máxima (a pesar de que se nos enfriaba porque nos quedábamos absortos con el show). Todo ello con un servicio impecable, elegante, discreto, atento y me atrevería a decir que, insuperable.
Una experiencia que, sin duda, ha merecido más que la pena. Así que si todavía no lo has hecho, no te la pierdas. Es única en el mundo y está aquí al ladito... ¡qué más se puede pedir! Nosotros hemos dejado Ibiza con el deseo firme de volver pronto al LÍO, desde luego.
Carlos Sánchez
Imágenes: Cortesía de Destino y Lío Ibiza