Desde el gusto por la delgadez y los hombros estrechos en el Antiguo Egipto, a la carnalidad que veneraban los griegos, pasando por el culto a los pies pequeños del mundo oriental. Así resume este vídeo la evolución del prototipo de cuerpo ideal femenino durante la historia.

Tipo físico de la Inglaterra victoriana

¿Se puede reconstruir la historia de las civilizaciones mediante el estudio el cuerpo de una mujer? Obviamente la respuesta ha de ser sí, especialmente si tenemos en cuenta que, tristemente, es uno de los aspectos a los que más atención se presta de una fémina -no sólo hace 3.000 años, hoy en día basta con ver los anuncios de la Superbowl para darse cuenta de que el tratamiento de la figura femenina como objeto no ha evolucionado tanto como desearíamos-. En el vídeo ""Women"s Ideal Body Types Throughout History", realizado por Eugene Lee Yang para Buzzfeed, se narra esta evolución, comenzando por el Antiguo Egipto y llegando hasta nuestros días. La repercusión no se ha hecho esperar, generando más de 10.500 comentarios en Youtube -muchos de ellos negativos-, aunque Yang ha explicado que su intención era simplemente mostrar lo efímero del concepto de perfección. Juzga tú misma:

Resulta curioso cómo la atracción por un tipo de anatomía u otra varía en función del comportamiento cultural de una sociedad. No es de extrañar por tanto, que el prototipo de la mujer egipcia se rinda ante un canon estilizado y simétrico, ya que es el mismo que se perseguía en las pinturas halladas en las paredes de templos y tumbas. La belleza era sinónimo de armonía, e incluso se guiaban por un canon para medirla: una altura de 18 veces el propio puño. Esta visión idealizada de la mujer se corresponde con una de las sociedades que más trabajó el culto a la estética: se afeitaban el vello de todo el cuerpo, recurrían a infinidad de ungüentos y perfumes y vestían con transparencias sin ningún tipo de pudor.

Tipo físico de los 2000 en adelante

Bien distinta es la mujer egipcia de la que triunfaba en la Italia renacentista, de grandes pechos, vientre redondeado, caderas anchas y piel de porcelana, como las protagonistas de los lienzos de Botticelli. Éstas a su vez, no habrían conquistado al hombre de la Inglaterra Victoriana, que exigía a su mujer una cintura absolutamente fina -corsé mediante-, un prototipo que giraría radicalmente durante los años 20, cuando la figura masculina y sin curvas se impuso. Sin embargo estos prototipos siguen sin ser casuales. En la Inglaterra de la Reina Victoria, el papel de la mujer se reducía al de una figura decorativa. Si su vestimenta era complicada, era precisamente para ensalzar el rol de poder de sus maridos y de su inclusión en la creciente burguesía. La mujer podía permitirse quedarse en casa sin trabajar, porque el marido era capaz de proporcionar el sustento de toda la familia, y por eso vestía a su esposa para exhibirla, con un corsé que definía su cintura -y que le producía dificultad respiratoria, fracturas de costillas e incluso deformación de órganos internos-, un polisón que añadía más peso a la vestimenta y unos tacones que propiciaban una manera de caminar muy particular, como una muñeca, y que hacían necesario asirse al brazo del hombre para mantener el equilibrio. En resumen: total y absoluta dependencia. En cambio, tras la Primera Guerra Mundial, la ausencia del hombre hizo que las mujeres adoptaran roles protagonistas en el mundo laboral. Se cortaron el pelo para evocar los cascos de sus maridos caídos en el frente y comenzaron a preocuparse por adquirir una figura más atlética, fruto de su nueva vida.

Y así llegamos hasta nuestros días; hoy las curvas comienzan a tomar el mando de nuevo, tras el reinado de la delgadez extrema. ¿Qué dirán los historiadores dentro de trescientos años?

Por Arancha Gamo