¿Qué nunca vamos a perder a nadie y que todo se va a mantener tal y como está? Jose Luis Borges, en su cuento “El Inmortal”, hablaba sobre el estado de apatía general con el que convivían aquellas personajes que sabían que jamás iban a fallecer. No sé si alguien ha pensado alguna vez sobre ello, pero en el fondo, el hecho de que llegue un día en el que ya no exista un mañana, actúa de combustible sobre nuestra alma. Gracias a ese “miedo” vamos hacia adelante, proyectamos, soñamos, luchamos, perseguimos, apuramos… porque dentro de nuestro cuerpo tenemos un reloj latente que nos dicta el paso de las experiencias, nos sitúa en el aquí y ahora, y nos avisa de que la vida es más corta de lo que podríamos pensar en un primer momento. Durante toda la historia de la humanidad hemos encumbrado, odiado o alabado a la muerte. El ser humano siempre ha sido conocedor de este punto vital, consciente o inconscientemente, y es algo que nos aterra, nos fascina y nos oprime a partes iguales. La muerte existe y está ahí pero no hay por qué abrumarse ante su presencia, gracias a ella nos impulsamos, es el empujoncito que necesitamos cada mañana para salir a la calle y decir que sí, que hoy estamos aquí y obviamente vamos a ir a por todas. O a por lo que nos dejen. Mañana ya veremos. Los que piensan demasiado en el mañana es porque no viven el hoy disfrutándolo demasiado, piénsalo. Las personas que siempre miran al futuro es porque no tienen demasiadas ganas de mirar hacia el presente, cuando es lo único que tenemos a ciencia cierta. Aquellos que son incapaces de comprometerse con su presente rara vez podrán optar hacia sus sueños. Es tonto pensarlo, pero es práctico y realista, es el primer peldaño de la escalera. Lo que tienes ahora lo conoces, lo desconocido es inservible. Hay veces en las que me da por reírme sobre aquellos que creen poder pronosticar el futuro, aquellos que miden sus tiempos y sus emociones: “Ahora no es un buen momento” ¿Ah sí?, ¿Entonces cuándo? ¿Cuándo sea demasiado tarde? Creo que son personas que no saben lo que quieren, o quizás sí lo saben, pero necesitan de ese empujoncito final, sufrir un poquito, un golpecito que les demuestre que la vida es demasiado corta como para perder oportunidades y que puestos a vivir, mejor vivirlas todas. Vivir sin miedo, pero vivir conscientes. Pero luego me digo “Qué más da, ellos se lo pierden” porque puestos a pensar en vivir, sentir que se pierde el tiempo es casi la peor de las pérdidas.
¿No crees?
Alejandra Remon – @alejandraremon