Hace ya 56 años que el cineasta Jean-Luc Godard diseñó en Al final de la escapada una de las huidas más elegantes de la gran pantalla. También lo hicieron Thelma y Louise cuando decidieron abandonar Arkansas durante un fin de semana. O la madre de Norteamérica, Marge Simpson, cuando conoció a su vecina divorciada y juntas emprendieron un viaje por carretera hacia la libertad. Ahora, en pleno mes de julio, nosotros también esperábamos el momento perfecto para fugarnos. Y el nuevo Citroën C4 Cactus Rip Curl nos concedió nuestro deseo. Con él nos despedimos del asfalto de Madrid y conducimos –sin mirar atrás- hasta Vejer de la Frontera, un pequeño pueblo de Cádiz que se ha convertido en una especie de Ibiza rural, sin necesidad de fiestas, ni de mar.
@ Manuel Martos
Al bajarnos del vehículo, todos los ancianos que jugaban al dominó en la plaza de siempre interrumpieron su partida. ¿Quiénes son estos forasteros?, se preguntaban sin ningún tipo de discreción. Supusimos que ya estarían acostumbrados a ver pasar a turistas guiris o asiáticos, pero nosotros no cumplíamos ninguno de sus requisitos. Ni siquiera llevábamos una mini cámara de fotos, el total look de chanclas con calcetines o una cerveza de proporciones descomunales. Claramente éramos unos extraños, así que aprovechamos la desconfianza para retomar la carretera y acercarnos a nuestro próximo destino: El Palmar. Sinónimo de playa virgen, cócteles paradisíacos y jóvenes surfistas con unos cuerpos de infarto. De repente nos entró el remordimiento por no haber pisado jamás un gimnasio, a pesar de que nuestros amigos llevaban meses avisándonos de la operación bikini. Pero qué le íbamos a hacer; ya era demasiado tarde.
En la puesta de sol también nos dimos cuenta de que todo aquello parecía más bien la costa de Australia. Y justo allí entendimos por qué Citroën había escogido la firma Rip Curl para diseñar su vehículo más aventurero. “En realidad no tiene que ver tanto con la edad, sino con el espíritu joven. Si os gustan los deportes o recorrer el mundo, el C4 Cactus es vuestro coche”, asegura Pablo Barrio, responsable de marca de este modelo. Ojalá Thelma y Louise hubieran tenido la oportunidad de probarlo en los noventa; seguro que su destino no hubiese sido tan trágico.
Pero mientras soñábamos con abandonar Madrid para siempre, la noche ya se había hecho con la playa de El Palmar. No había tiempo que perder. Guardamos las gafas de sol y acudimos a uno de aquellos chiringuitos que tanto habíamos visto en Los vigilantes de la playa. El local se llamaba
El Dorado. Su cóctel estrella se basaba -literalmente- en una bomba explosiva de ron blanco y licor de melón. Una bebida dedicada a los valientes que desafían la noche. Aunque si sois de los que agonizan en la cama al día siguiente, mejor no arriesguéis; El Dorado también sirve unos maravillosos nachos, con música en directo incluida.
Las horas pasaron demasiado rápido. Y para ser sinceros, muy pocos son los que se acuerdan del final de la noche. Pero como suele ocurrir en estos casos, la alarma del despertador siempre se convierte en nuestro mejor amigo –o en el peor de los enemigos-. Jamás hay término medio. Bien temprano volvimos a la playa para aprender a hacer surf. Los más listos prefirieron descansar en el
club Origen, una terraza chill out con camas, piscina y vistas al mar. En definitiva, el sitio perfecto para depurar el cuerpo de la noche anterior y reflexionar sobre las diferentes formas de compensar el Karma. ¿Una recomendación? Haceros selfies. Seréis la envidia de todo Instagram.
Y si hablamos de dejar huella en las redes sociales, permitidnos un apunte más: el
restaurante Nacarum, a primera línea de playa de El Palmar. Allí comimos salmorejo en su punto perfecto de ajo, arroz con carabineros y, probablemente, el mejor atún de la zona. Después de los postres el camarero nos dijo que el local había sido una antigua factoría de atún del siglo XVI. Y por si esto supiese a poco, todavía seguían utilizando la almadraba, una técnica de pesca que se remonta a la época de los romanos, cuando el surf y los vehículos a motor aún no habían nacido como proyectos de la modernidad.
Pablo Gandía