"Cuando Donald Trump se acuesta con una supermodelo, cierra los ojos e imagina que está masturbándose", bromeó una vez un cómico en los 80. Esto nos da una buena idea de cómo se percibe en la sociedad estadouniense a este millonario neoyorkino, tan narcisista que vende hasta productos cosméticos con su nombre para parecerse a él. Nunberg lo define como "puro imbécil, aun sabiendo que hay poca gente que sea puro algo"... y lo más curioso es que hasta sus seguidores lo definen así. En 2011, cuando intentó posicionarse como candidato republicano contra Obama, con dudosos resultados,sus (pocos) seguidores lo defendían diciendo "es un imbécil, pero es lo que necesita la economía", "Le votaré precisamente porque es un idiota, pero un idiota que sabe cuándo esta pediendo con un trato"; "Trump es un arrogante pero dice lo que piensa". Y así.
"Trump representa esa gran institución de la imbecilidad de nuestros tiempos: la telerrealidad", asegura el autor del libro. Efectivamente, Trump creó su propio programa de televisión, The apprentice, en el que enseñaba a la gente el carácter necesario para triunfar en los negocios. O sea, les enseñaba a ser imbéciles. Pero, para ganar cierta credibilidad, también él tenía que ser más imbécil que nadie. Así que Trump es quizá la expresión máxima de esa galería de babiecas de la pequeña pantalla (Kim Kardashian, Snooki...) con el respeto añadido de haber tenido éxito en otros ámbitos...
3. Mark Zuckerberg
"Tiene usted parte de mi atención. La cantidad mínima. El resto de mi atención está en las oficinas de Facebook, donde mis colegas y yo estamos haciendo cosas que nadie en este cuarto, incluídos y muy especialmente sus clientes, son intelectualmente incapaces de hacer". La frase no es de Mark Zuckerberg, el creador de Facebook; sino de Mark Zuckerberg, el personaje de "La red social" tal y como lo escribió Aaron Sorkin. La distinción es importante: uno es un veinteañero neoyorkino y multimillonario del que sabemos francamente poco. El otro es uno de los grandes mitos de nuestros días, el chaval que supo inventar algo que nadie sabía que necesitaba pero que todo el mundo ha terminando usando a diario. Uno puede ser un imbécil o no. El otro lo es, gracias al esfuerzo de Sorkin. De él hablaremos.
¿Por qué alguien que un guionista nos pintó como un cretino pluscuamperfecto ha resultado ser una de las grandes superestrellas de nuestros tiempos? ¿Por qué le tenemos más manía a Zuckerberg por las opciones de privacidad de Facebook que por todo lo que hemos visto en "La red social"? "Es porque el mundo de los nativos digitales está más lleno de listillos y de imbéciles. Pero no pasa nada, porque son imbéciles inofensivos. La gente que usa a Facebook y, por tanto, conoce a Mark Zuckerberg, lo sabe. Puede incluso que sean imbéciles también ellos. Puede que en ellos resida la clave de esta fijación".
¿Idolatramos a perfectos imbéciles?
A Steve Jobs le gustaba presionar a sus trabajadores hasta exprimir la última gota de su ingenio. Donald Trump parece haber nacido para pavonear su chulería en televisión o donde quiera que le vea el público. Y ese Mark Zuckerberg arrogante y huraño que nos pintó "La red social" ha sido, al menos hasta hace poco, lo más parecido a una rock star que hemos tenido en lo que va del siglo XXI. Estos tres son los sujetos elegidos por el autor Geoffrey Nunberg como autor ejemplos de imbecilidad en un personaje público, algo que, sostiene, es uno de los fenómenos más propagados de nuestros tiempos. Tan preocupado tiene esto a Nunberg que, de hecho, acaba de publicar un libro, "Ascent of the A-Word" explicando el fenómeno.
"Los imbéciles nos parecen fascinantes", escribe. "Provocativos, absorbentes, repulsivos... O a veces todo a la vez. No digo imbéciles que un día dan la nota como Charlie Sheen o Mel Gibson, ni otros como James Cameron, cuya imbecilidad solo aporta color a su carrera. Esos nunca llegan a ser iconos de una época. Lo que es único de nuestros tiempos es esta fijación con imbéciles icónicos que ejemplifican, cada uno a su manera, el problemático atractivo de esta especie".
De su mano, repasamos por qué estos tres personajes han calado tanto en el tejido cultural actual.
1. Steve Jobs
"Steve Jobs era la personificación moderna del imbécil como alguien que logra hacer cosas. La gente así suele estar reservada al ejército, a los negocios y la vida pública, y luego se cuentan las leyendas sobre su estilo de liderazgo en libros como "Lo que podemos aprender de...". Pero las leyendas de Jobs muestran una capacidad para lo irracional, lo vengativo y la petulancia que poco tenían que ver con el jujitsu emocional", asegura el autor. Entre los tachones en el expediente de Jobs está el despedir a empleados delante de un auditorio lleno de personas, robar las ideas de otros, gritar, llorar y ponerse amenazante al ver que el color de sus furgonetas de distribución no casaba con el tono de blanco de la fábrica.
Y sin embargo, era capaz de ser visto solo como un Mesías, un Salvador que había descendido a la tierra con jersey de cuello vuelto para salvarla a golpe de iCosas. ¿Por qué? ¿Por qué él y no, por ejemplo, Bill Gates? "Porque vivimos en tiempos de anti-héroes. Queremos llenar a nuestros ídolos de basura para que estén a nuestro nivel. Y porque un temperamento así es digno de un genio creativo. Esa es una idea que Bill Gates jamás consiguió transmitir: la de ser alguien como Jim Morrison, Kanye West o Metálica, alguien cuya imbecilidad se toma como prueba de que son lo suficientemente geniales como salirse con la suya".
2. Donald Trump