Beach House: Cómo comulgar con la música
La banda americana Beach House tocó en Madrid el pasado viernes y Vanidad no quiso perdérselo. Ganaron ellos y ganamos nosotros: Victoria para todos.
De las más de 2000 personas que abarrotaron La Riviera el pasado viernes 15 podemos hacer una clasificación en tres tipos: las que deseaban ser como Victoria, las que querían casarse con ella y las que ansiaban las dos cosas.
Bastante magia aportó a la velada el telonero que acompañaba al dúo de Baltimore, Marques Toliver. Un violinista apasionado que solito se comió el escenario y que gastaba una energía premonitoria de lo que esa noche se iba a vivir en la sala: la entrega total de los cuerpos a la música.
Acompañados de un batería, Victoria Legrand y Alex Scally salieron al escenario envueltos en un contraluz símbolo del misterio que en sí mismos representan. Una especie de secretismo que sólo ellos serían capaces de desvelar en un diálogo íntimo, canción tras canción, con los que estábamos allí.
El americano y la francesa consiguieron dar un directo sobresaliente, a pesar de que el comportamiento del público se percibía amenazante los primeros minutos. Victoria mantendría durante todo el concierto un control soberbio de su voz y la sala, sorprendentemente, permitiría la salida de un sonido impecable. En una atmósfera oscura y bajo una luz crepuscular, Wild fue la primera de las 16 canciones en sonar. Le siguieron Better Times, Other People y Lazuli. El repertorio lo protagonizaron los temas de Teen Dream y Bloom, sus dos últimos álbumes, responsables del encumbramiento del que hoy gozan.
Los primeros acordes de Norway arrancaron un largo “Ooooh!” entre el público y el país nórdico adquirió una dosis doble de romanticismo. De vez en cuando Victoria se dejaba caer y descolgaba su melena sobre el teclado, como si se le hubiese caído la voz al suelo y desesperada tratase de buscarla. Con sus dedos ensortijados acariciaba las teclas y pulsaba los botones correctos en cada una de las personas que tenía en frente. Las hipnotizaba, las engatusaba, las domaba a su gusto.
Con The Hours los focos tiñeron de rojo el escenario, acaso porque algún ser superior quisiese revelar la foto de un público entregado totalmente a su grupo. Después de New Year, Victoria dio las gracias a la gente por su viveza y dijo que, el que tenía delante, estaba siendo el público más enérgico hasta el momento que llevaban de gira. Probablemente sea algo que diga en todos los conciertos pero a los que estuvimos allí nos gusta pensar que fue verdad. Una nueva ovación coincidió con el principio de Zebra. Scally movía su cuerpo al ritmo del punteo y no salía de su propio ensimismamiento. Llegaron Wishes y Take Care. Beach House consiguieron que nadie quisiese que terminara ese momento. Para entonces más de uno ya había llorado un poco y a todo el mundo se le habían puesto los pelos de punta.
Con Myth llegó lo que muchos estaban esperando. “Help me to name it”, cantaba Victoria. Aquel instante pudo haberse llamado éxtasis perfectamente. Daba la impresión de que si abrías la boca y respirabas por ella el sonido te iba a llegar más dentro y, en consecuencia, ibas a alcanzar una especie de plenitud espiritual. Terminó la canción y los tres músicos se marcharon del escenario.
Volvieron para hacer un bis de tres canciones con finales épicos: Real Love, 10 Mile Stereo e Irene. En esta última, dejaron la sala completamente a oscuras al comenzar los acordes de transición. Conforme fue aumentando el tono de la voz de Legrand, los focos se encendieron y la luz subió poco a poco de intensidad. Aquello fue un incendio. Los que lo presenciaron no cabían en sí porque los aullidos de Victoria y la música de Scally les inundaba por dentro. Ella agitaba la cabeza con fiereza, él rasgaba la guitarra a una velocidad supersónica. Al final tuvieron que terminar pero todo el mundo se fue contento. Ganaron ellos y ganamos nosotros. Victoria para todos.
Texto: Marieta Zubeldia
Fotos: Carmen de Reyna