El vendaval de descargas ilegales, el trending topic mundial y la revolución en redes sociales que ha causado "Felina", el último magistral episodio de "Breaking Bad", es comprensible. Un capítulo sin errores ni cabos sueltos ni contemplaciones donde todo acaba como cabría esperar (o no) pero cuya perfección es tal que no hay nada que discutir. Sólo admirar y recordar.
Ahora que toca despedirse, uno no sabe a quién reverenciar más: si al creador y responsable de esta apabullante y perfecta cosechadora de premios, Vince Gilligan, o bien a Bryan Cranston, el actor que ha encarnado de manera brutal y prodigiosa a uno de los personajes más endiabladamente interesantes de la ficción televisiva desde (ponga el año que quiera). Porque lo cierto es que, más allá de Gilligan y Cranston, el gran pilar, reclamo y mérito de Breaking Bad es ese hombre al que conocimos siendo un apocado profesor de química y padre de familia de Albuquerque y al que las buenas intenciones (curarse de un cáncer y sanear la economía familiar) llevan paradójicamente a transformarse en un capo de la droga y un sociópata de los que te sientes más seguro sabiendo que no es real: Walter White. Sin embargo, para mí, lo más interesante y adictivo de Breaking Bad es cómo ese tremendo viaje iniciático que nos lleva del gris Walter al temible Heisenberg instala al espectador en un mundo árido e implacable que no se detiene a esperar ni a la Ley ni a la ética ni a la moral. Quizás porque la vida no espera a nadie. Quizás porque la ambición y la miseria humana nunca pisan el freno. Es una serie que te obliga a plantearte qué harías tú ante los conflictos y las situaciones que viven sus personajes y que te sorprende en más de una ocasión, bien porque te hace descubrir que todos tenemos un Heisenberg dentro o bien porque te lleva a la inquietante conclusión de que “hacer el Pinkman” no es del todo recomendable salvo que vivas en una película de Disney. Así las cosas, Breaking Bad se despide no sólo como una brillantísima serie de televisión sino como una ficción que araña nuestros pensamientos para recordarnos que el alma de este mundo en que vivimos está más cerca de ese siniestro Nuevo México con cielos de color metanfetamina azul que pisó un hombre llamado Walter White. Javier Crespo Cullell