¿Es cosa nuestra o la ciencia-ficción se estaba poniendo algo pesadita últimamente con el rollo post apocalíptico, generador churrero de truños del calibre de “Oblivion“, “After Earth” y hasta “Elysium”? Ya, sabemos que la cosa tiene su lado bueno: el de las parodias sobre el fin del mundo, con feroces y felices charlotadas como “Juerga hasta el fin” o la inminente “Bienvenidos al fin del mundo”. Incluso oxigena echarse unas risotadas cómplices con los chistes sobre Mardi Gras y Las Vegas de George Clooney en su majestad “Gravity”. Pero, qué demonios, de vez en cuando no viene mal una vuelta a los orígenes, con naves espaciales, disparos láser, extraterrestres y toda la parafernalia. Justamente lo que ofrece “El juego de Ender”… y justamente lo que no ofrece. Porque ésta es una película sobre una invasión (mejor dicho aniquilación) alienígena (mejor dicho terrícola) donde no asoma ni media pata marciana y donde las batallas parecen simulaciones, o simulacros. Un ingenioso y hasta irónico juego de niños, vamos, target al que podría ir dirigido nuestro estreno de la semana, una de las adaptaciones más largamente esperadas de la historia reciente del género.
"El juego de Ender"
Pero, afortunadamente, entre las costuras argumentales de la “chaqueta metálica” de turno surgen algunos temas y reflexiones sobre el heroísmo, el aprendizaje, la evolución y la selección más o menos natural que el ahora denostado Orson Scott Card (no es óbice para un gran escritor ser también un gran bocazas) deslizó profundamente en su saga más conocida. Todo ello, acompañado por un reparto también transoceánico, con el icónico Harrison Ford en plan “papá pitufo” (con gorro incluido, además), el siempre solvente y a ratos tatuado Ben Kingsley y, en el bando juvenil, Asa Butterfield (el Oliver Twist de Méliès en “La invención de Hugo”), Hailee Steinfeld (la “hermanita” del vaquero Bridges en “Valor de ley”) y la ya mayorzota Abigail Breslin. Como suele pasar en estos casos, lo mejor es que la película anime a acudir a la librería a devorar el original literario. PD. Ojo al dato: trece películas, trece, se estrenan hoy en nuestro país, para que luego digan. Entre ellas, joyas repescadas como “La cabaña en el bosque” y media docena de títulos españoles. Nos quedamos con una rareza: “El efecto K. El montador de Stalin”, un fascinante biopic seudoexperimental (ni Guerín ni Lacuesta sino todo lo contrario) firmado por Valentí Figueres alrededor de Maxime Stransky, un tipo con una trayectoria vital de las de ver para creer. Eso sí, la película, narrada en off, en precioso blanco y negro (a veces recuerda al segundo tramo del “Tabú” de Miguel Gomes) y con un montaje virtuoso, no romperá plusmarcas de consumo de palomitas en la sala. Ni falta que le hace, claro. Paul Vértigo