“Marty, tu película es una auténtica mierda. Podría valer para tipos que hacen cosas comerciales, pero tú eres mejor que esa gente”. Y el bueno de Scorsese, con la carita de perplejidad de un recién licenciado de la Escuela de Cine de Nueva York, se quedó de piedra ante las palabras que, sobre su torpona ópera prima “El tren de Bertha”, acababa de soltarle uno de sus mejores amigos y maestros de aquellos primerísimos y convulsos años 70: John Cassavetes. Después de tragar saliva, el jovencito Marty se aplicó la lección y, para su siguiente filme, tiró de archivo, se dio un garbeo por la Little Italy de su mocedad, y rodó “Malas calles”. Y la cosa cambió. Para Scorsese y para el séptimo arte.
Cartel promocional de Cartel promocional de "El Lobo de Wall Street"
La historia de arriba, una de las mejores anécdotas iniciáticas habidas y por haber, y que suele circular por los mentideros cinéfilos cada vez que el cineasta neoyorquino estrena nuevo largometraje, ilustra la capacidad de aprendizaje, compromiso personal y honestidad de Scorsese durante los años siguientes, incluso cuando nadaba fuera de sus aguas habituales (recuérdese “Alicia ya no vive aquí”). Y no digamos cuando permanecía en su hábitat neoyorquino (“Taxi driver”, “New York, New York”, “Toro salvaje”, “Jo, qué noche“…), aunque a mediados de los 80 ya empezó a dar algunos bandazos que le alejaban peligrosamente del consejo dado por Cassavetes. Pero, cada vez que se iba por las ramas (“Kundun“, “La edad de la inocencia“), o incluso por los remakes (“El color del dinero“, “El cabo del miedo“), Scorsese seguía dejando su sello de calidad. Y, si alguien seguía dudando de su magisterio, lanzaba otra pedrada maestra al escaparate de Hollywood (“Uno de los nuestros”, “Casino”) y chitón. Tal vez por ese carácter, Hollywood no le reconoció con un Oscar hasta hace nada, con la irregular “Infiltrados”, que marcó la tercera colaboración del cineasta con Leonardo DiCaprio (tras las también pirotécnicas “Gangs of New York” y “El aviador”, y antes de la demencial “Shutter Island”), el segundo actor fetiche de su carrera después del que todos sabemos. Y llegamos por fin a “El lobo de Wall Street”, nueva ración de ruido y furia típicamente scorsesianos, de tres horazas de eslora, y con uno de esos personajes puñeteros que le apasionan: un tiburón bursátil creador de un imperio de papel mojado que, por supuesto, le acaba estallando en las manos. Con la ayuda del guionista Terence Winter (“Los Soprano”), y las muletas autobiográficas de Jordan Belfort, Scorsese compone un gran fresco sobre el fraude y el birlibirloque financiero cuyas consecuencias aún estamos pagando (y lo que queda). Un poco de mafia, mucho de comedia y fiesta, bastante buena música (una constante en la filmografía del director desde “El último vals”) y un reparto coral y fascinante (Jonah Hill, Matthew McConaughey, Jean Dujardin, Rob Reiner y, por supuesto, DiCaprio), obran el milagro de que, con los 70 años ya cumplidos, Scorsese siga siendo uno de los talentos más insobornables y juveniles (en el buen y rebelde sentido) del gremio. Todo, gracias al respeto a sus mayores y sus recados. Aquí os dejamos el trailer de la película: Paul Vértigo