Si Alexander Payne no es el mejor director americano de la actualidad le falta poco, muy poco. Y quien dice mejor dice más en forma, con una envidiable relación calidad/precio y con ese toque de “storyteller” o cuentacuentos que tanto gusta en la tradición cinéfila americana. Por algo a Bruce Dern, impecable e inolvidable protagonista de “Nebraska” (aunque el papel fue ofrecido a Gene Hackman con la esperanza de sacarle de su retiro) le sugiere ecos gloriosos y nobles de leyendas como Preston Sturges y Frank Capra, ahí es nada. Y la comparación no es vana ni exagerada: Payne, igual que algunos ilustres colegas del Hollywood dorado, es capaz de reflejar con su ojo clínico las telarañas del corazón y las pelusillas de los bolsillos del ciudadano medio, sus grandezas y sus miserias, siempre desde una perspectiva positiva, paternalista y profundamente humana. No hay más que revisar su corta pero selecta filmografía: “Ruth, una chica sorprendente”, “Election”, “A propósito de Schmidt”, “Entre copas” y “Los descendientes”.
Nebraska Nebraska
Un pequeño gran monte Rushmore del Hollywood reciente al que ahora se le añade “Nebraska”, otra “dramedia” de muchos quilates y con alma en blanco y negro que, bajo el manto de cuento de hadas de la América Profunda (un anciano alcohólico emprende un viaje junto a su hijo para recoger un presunto premio de un millón de dólares), se esconde un certero tratado sobre las relaciones paternofiliales y los sueños más o menos rotos o escarchados de la familia Grant. Todo, bajo el manto helado de un Medio Oeste en ocasiones fantasmagórico: "En muchos sentidos, esta historia podría pasar en cualquier lugar de los EE.UU., pero ya que ocurre en un estado que conozco bien, me dio la oportunidad de aportar una gran cantidad de detalles. Yo soy de Omaha, que es más una ciudad que de donde son los Grant, por lo que la oportunidad de explorar el Nebraska rural fue algo casi exótico para mí”, comenta un Alexander Payne que, con su filme, también quiere reflejar el estado de ánimo derrotado e iluso de la sociedad actual: “Como alguien con dos padres ancianos, yo era capaz de identificarme con el papel del hijo, de David. No he estado en su situación exacta, por supuesto, pero he sentido esas mismas emociones. Una cosa que me gustó de la historia, fue el deseo de David de dar a su padre un poco de dignidad. Ese tema era importante y personal para mí”, remata. El resultado de esta radiografía irónica y emotiva no se ha hecho esperar: Palma de Oro en Cannes para el gran Bruce Dern (aunque ojo a los magníficos trabajos de Stacy Keach o el cómico Will Forte, el de “Saturday Night Live”) y media docena de nominaciones al Oscar (incluyendo mejor película, director y, cómo no, actor principal) y el pálpito de que estamos ante un clásico moderno instantáneo, una road-movie emocional con gélido viento y un viejo león al que aún le quedan unos cuantos rugidos en la manga. Paul Vértigo