Mujeres Despechadas: ¡Muerte a David!
Mujeres Despechadas: ¡Muerte a David! Nuestro dúo de mujeres asesinas favorito nos trae una historia de fiebre, exceso de hormonas y, como no, justicia poét
Nuestro dúo favorito de mujeres asesinas (con predilección por víctimas masculinas) nos trae una historia de fiebre, exceso de hormonas y, como no, justicia poética.
Esta es una historia real, sí. Pero quería dejarlo claro porque parece sacada de una escena de "American Pie".
Yo estaba en primero de carrera y en una relación de 3 meses con mi primer novio formal. Era mes de junio en Barcelona, aunque por el calor parecíamos estar en el agosto de Sevilla, y me enfrentaba a los finales. Por entonces vivía en casa de mis padres y disfrutaba de su aire acondicionado sin freno –no lo pagaba yo–. Pero aquel día Greenpeace me castigó: cogí el mayor gripazo de todos los tiempos mientras estudiaba Teoría de la Comunicación bajo un chorro de aire frío que me heló hasta el cerebro –suspendí–. Así que después de acabarme la sopa que me hizo mi madre antes de irse a trabajar y de escuchar varios “esto te pasa por dormir con el culo al aire con ese novio que tienes” –prefería que pensara eso a que era poco considerada con el planeta y su bolsillo–, me quedé KO.
Al poco rato desperté tiritando empapada en mi propio caldo como uno de esos granos de sopa Maravilla que acababa de ingerir y que soñaba que se multiplicaban a mi alrededor. Pesadillas febriles, absurdas, angustiosas. Y aún sin entender si los granos seguían multiplicándose en mi habitación, sonó el timbre. Me arrastré hasta la puerta ¡OMG! ¡Allí estaba “ese novio que tienes” haciéndome muecas pegado a la mirilla! Eso era el fin de lo nuestro. Prefería morir ahogada entre granos de sopa a abrir esa puerta. Pero lo hice, quizás movida por el miedo de que realmente los granos de Maravilla me atacaran, quién sabe. Y al verlo, con un hilo de voz y mis 40 de fiebre, solo supe decir “Estoy muy caliente”. Y aquella hormona con patas de también 18 años llamada David vio una gran oportunidad, abalanzándose sobre mis pechos como un animal en celo dispuesto a dejarme –como mi madre predijo– con el culo al aire.
Así que, como comprenderéis, no me quedó otra que matarlo.
Caroline Selmes & Laura Torné (Mujeres Despechadas)