En el corazón de Madrid se esconde otro Must recomendado, una iglesia que es más una reliquia que un templo: San Antonio de los Alemanes.
La Iglesia de San Antonio de Los Alemanes, situada en la calle Puebla, en pleno corazón de Malasaña, vive ajena a las tendencias que abrazan ahora sus transeúntes y espacios. Huyendo del minimalismo del Normcore, esta iglesia es una auténtica terapia contra la sencillez. En Malasaña, barrio repleto ahora de cafés, restaurantes, bares y tiendas de espacios diáfanos, de líneas rectas, luz tenue y diseño escandinavo, de visitantes y habitantes vestidos con “básicos”, colores neutros y deportivas New Balance, simulando desestilización, se esconde un espacio marcado el Horror Vacui, el dorado y las ilusiones ópticas. Esta iglesia, construida entre 1624 y 1632, de planta oval, representa en sus paredes los ochos milagros de San Antonio.
Entro en San Antonio con mis Levi"s 501 y una simple camiseta blanca, coincidiendo con los primeros compases de la Lacrimosa del Réquiem de Mozart, que por cierto sonará en bucle durante mi visita. La entrada cuesta dos euros, destinados al comedor social colindante que gestiona la propia Iglesia. Bien. Me siento, el espectáculo que tengo ante mí me sobrecoge. Me siento invadida por el mármol, el dorado, los escorzos, las columnas y los frescos que cubren las paredes desde el suelo hasta el techo, incluida la Bóveda que lo cierra. Pintura, escultura y arquitectura se unen sin dilación, en una espacio recargado de figuras, formas, motivos. Trampantojos de mármol, escorzos de ángeles y apóstoles, y dorado, dorado por todas partes… Todo unido creando un colorido efecto de lujo y dinamismo.
Fuera, en la calle cerca de la puerta de la Iglesia, restos de tela de una bandera gay en el suelo, reminiscencia del desfase de un fin de semana de celebración. Dentro, más desfase. Desfase por un estilo barroco, hoy en día caduco, pasado, superado; desfase por su exceso, por su extravagancia, por su exageración. Desfase Kitsch en todos los sentidos, que hará las delicias de todos los amantes de la sensibilidad Camp. Sentada allí, frente a todo su efectismo, sus brillos y resplandores uno se siente capaz de alcanzar lo divino…(por increíble que parezca, Fabio McNamara no escogió está iglesia para su reconversión aunque pareciera hecha a su medida). Me cuenta el bedel que todos los días se llena de turistas. Tal es la afluencia que tuvieron que empezar a abrirla para visitas culturales. Un espacio que merece ser más conocido por los propios madrileños. Una experiencia estética asegurada.
Me dispongo a salir mientras escucho las últimas notas del Réquiem, que termina con unos aplausos enlatados que no hacen más que remarcar esta experiencia tan artificial como orgiástica. Uno de los interiores más alucinantes de la ciudad. Una visita encarecidamente recomendada. Horarios: De 10:30 a 14:00 todos los días. Por Isa Calderón Peces-Barba(@IsaPecesBarba1)