La memoria de Pablo Messiez, de su puño y letra
El dramaturgo Pablo Messiez dirige una nueva obra en el Centro Dramático Nacional y nos escribe un texto en exclusiva sobre los recuerdos y el olvido.
El dramaturgo y director Pablo Messiez estrenó ayer "La piedra oscura" en el Centro Dramático Nacional. El argentino dirige este montaje de la obra de Alberto Conejero y nos envía, de su puño y letra, una reflexión sobre la pieza exclusiva para Vanidad. Aquí va:
Habías pensado en el olvido.
En que las cosas que olvidas y nadie recuerda, ya no están más. Ni estuvieron nunca.
El olvido reescribe la historia del mundo. La reduce a cenizas.
Habías pensado -y piensas- que es triste.
Por ejemplo esto. Este ahora. Poco quedará de todo esto. Unos balbuceos caprichosos con forma de cuentos. Eso será esto. Todo “esto” será un “eso”, fatalmente.
Fatalmente, la distancia hará su trabajo. Como cada vez que intentas ponerle nombre a las cosas.
Lo olvidado no es pasado. Lo olvidado no ha pasado nunca.
Sólo tu pasado pensado te acompaña. Tu pasado repasado. Ese que no olvidas aunque quieras.
Cuando te pones a recordar, cuando buscas en tu cabeza los pedacitos de antes, aparecen souvenires rotos, ecos fortuitos de fiestas caducadas.
A ver… Intenta recordar. Intenta recordar ahora, por ejemplo ¿cuál dirías que es tu primer recuerdo? El más antiguo.
Crees que es en la cocina de tu casa de niño. Cuando nadie estaba muerto porque morir no era posible. Cuando había muebles de cocina que no eran ni verdes ni celestes porque eran verdes y celestes a la vez. Cuando tu abuelo te pedía un vaso de agua y el vaso era ámbar y el agua también. Cuando a lo mejor tu abuela también estaba allí. Cuando le dabas el vaso con tres años, o quizá cuatro. Y te sentías grande como el vaso que no cabía en tus manos.
Mírate ahora las manos. ¿Se puede decir acaso que son las mismas? Ahora están sus venas como ríos. Sus pelos como pasto. Su palma enorme para esos dedos no tan grandes que querrás que sean de pianista. A los seis años estudiarás piano. Estudiaste piano a los seis años en ese instituto que olía al profesor que te daba las clases. Antes de ti, una chica morena, de rizos morenos, cantaba “Eres tú”, un éxito de Mocedades. Te gustaba esa canción absurda. “Como el agua de mi fuente.” Cuando llegaba tu turno tocabas el piano en unas teclas dibujadas en la mesa, porque el piano en el piano no era tocable para tus dedos de seis años. Tenías seis años en cada dedo. Seiscientos años en las manos no alcanzaban para abarcar esas teclas enormes. Estudiarás piano seis años. Parece que el seis marcará los límites de tu relación con ese mueble que suena. Sonará seis años hasta que cambies al profesor por una profesora. Hasta que la profesora te diga que si tuviera un hijo le gustaría que fuera como tú. Entonces huirás. Entonces huiste. Del piano, de sus teclas y de ella. Todo eso recuerdas. Ahí están tus souvenires.
¿Pero por qué esos y no otros?
¿Y lo demás?
Lo demás no existe. No ha existido nunca.
Por estos días, la tarea de tus manos es dirigir “La piedra oscura”, un bello texto de Alberto Conejero.
Las últimas palabras de la obra son dos preguntas:
“No voy a desaparecer del todo, ¿verdad? Nadie puede desaparecer del todo ¿verdad?”
Quién las hace es Rafael, un hombre que sabe que en breve será fusilado.
Rafael es Rafael Rodriguez Rapún, compañero de Federico García Lorca en los últimos años de sus vidas.
“La piedra oscura” imagina las últimas horas de la vida de Rafael, y su conciencia acerca de la necesidad de nombrar y de ser nombrado para no morir para siempre.
Ahora, y gracias a esta obra, vuelves a pensar en el olvido.
Y comprendes de repente por qué después de abandonar el piano comenzaste a estudiar teatro: para repetir obstinadamente las palabras, para intentar nombrar un poco mejor y olvidar un poco menos, para hacer lo posible para no morir para siempre.
Por Pablo Messiez