Después de unos meses en los que este invento se ha convertido en un fenómeno social, hoy puedo decir que odio el palo selfie. Ese invento con el que las personas se sacan fotos a sí mismas en algunos edificios o lugares emblemáticos, elevando el narcisismo a la enésima potencia.

Y sin ser el único que odia el palo selfie, en Francia ya lo han prohibido dentro del Louvre. El Coliseo Romano, el Museo Thyssen, el MoMa y el Metropolitan también han declarado la guerra al accesorio móvil. Fuera de los museos y al aire libre, la revuelta ha sido tal, que incluso en populares festivales como el de Coachella y el Lollapalooza han denegado el uso del aparato. Aún así, Amazon acaba de lanzar una tienda específica de palos selfie con 300 modelos distintos, al comprobar que en el último trimestre de 2014 sus ventas aumentaron un 340%.

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Y es que para los amantes de la fotografía, entre los que me encuentro, el selfie stick es un claro ejemplo de que la tecnología ha borrado las ganas de algunos para dedicarse a la fotografía con esmero.

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Hace algún tiempo vi un documental sobre cómo las nuevas tecnologías y los selfies en particular nos hacen perdernos los grandes momentos de nuestra vida. Esa visita a un paraje natural en el cual no disfrutamos de las vistas o ese momento postureo en el cumpleaños de tu mejor amigo en el que parece que la fiesta es perfecta, pero que en cuanto ese click se efectúa, la sonrisa se convierte en un silencio incómodo. Por todo esto y por mil razones más, yo rechazo ese invento que nos hace parecer ridículos y que nos hace asociales.

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Dilo conmigo...MUERTE AL PALO SELFIE.

Pablo Aragón