Crecer siendo una chica Disney con más seguidores que minutos de vida a tus espaldas no es un camino de rosas. Muestra de ello son los más que conocidos casos de Spears, Lohan y compañía. Comportamientos extraños, imágenes comprometidas y algún que otro problemilla con el sistema judicial antes, incluso, de llegar a cumplir la mayoría de edad. Claro que, además, América es ese país en donde puedes dormir con un revolver en tu mesilla de noche pero manteniéndote abstemio hasta los 21 por propia ley. Sinsentidos varios que acaban por convertir a todas estas estrellas en futuras esclavas de su propio marketing. Hannah Montana ya es historia, la primogénita del señor que nos ha dado letras tan conmovedoras como ese "No rompas más, mi pobre corazón" es el caso más reciente de lo duro que es crecer. Crecer como está creciendo ella, claro. A punto de lanzar un nuevo disco, su single (todavía sin vídeo) de presentación "We Can"t Stop" hace alarde de esa chulería precedente en una casi convicta Lindsay Lohan en 2010. En poco más de dos años la bautizada como Destiny Hope ha cambiado. Novios, pelo, amigos y vestimenta, toda variación ha sido sentenciada sin escrúpulos por la prensa internacional. Pero, ¿por qué? Desde aquellas actuaciones encorsetada y el vídeo de TMZ en el que aparecía fumando salvia parece que el mundo entero ha entrado en shock. En shock por algo que, reconozcámoslo, sería natural en un adolescente de Malasaña. "Nunca me he sentido más yo en toda mi vida", sentenciaba en Twitter el año pasado, y es cierto; la Miley Cyrus madura es esta. A la que no juzgaríamos si conociésemos ahora, sin un Mickey Mouse como intermediario. Así que, a la espera de su nuevo álbum, el primero como adulta, apliquémonos eso de que la única persona que no se equivoca es la que nunca hace nada.   Alejandro Bernad Perié