Aunque el siempre siniestro (y eso que el “torquemadita” Wert lo está llevando a otra dimensión aún más oscura) ministerio de cultura lleva intentando durante décadas darle la puntilla y el matarile, el cine español se resiste como gato panza arriba a estirar la pata. Ya lo dijo el clásico, “los muertos que vos matáis gozan de buena salud”, a pesar de que, en este caso, sea más bien mala salud de hierro. A la buena nueva de ver varias de las nuestras en lo más alto del box-office (“Las brujas de Zugarramurdi”, “La gran familia española” y “Justin y la espada del valor”) hay que añadir otro puñadito de títulos encadenados más “minoritarios” pero con calidad de notable alto, cuanto menos. El primero en caer esta semana es “La herida”, candidato indiscutible a “rookie” del año, aunque solo sea por el mérito que supone, hoy por hoy, conseguir debutar dentro del páramo de nuestra industria (o lo que sea). Mérito que es doble gracias a otra machada: ser novato en la sección oficial del último Festival de San Sebastián. Y, ya que estamos, triple, o cuádruple, al pescar dos de las Conchas más cotizadas: la del premio especial del jurado y la de mejor actriz. Porque, las cosas como son, “La herida” ES Marian Álvarez, a quien ya pusimos en un altar hace un lustro gracias a “Lo mejor de mí”, pero que aquí destapa el tarro, o el bote industrial, de las esencias con un personaje autodestructivo, torturado y torturador al que, imaginamos, no muchas colegas se hubiesen atrevido a enfrentarse tan “alegremente“. Porque, en fin, papeles de desequilibrados, deprimidos y frágiles ha habido, y habrá, muchos en el cine (recordemos que Jennifer Lawrence se llevó este año un Oscar al zurrón gracias a uno por “El lado bueno de las cosas“), pero pocos con la valentía, la desnudez (física y psicológica) y la impotencia ante su poco comprensible adversidad como éste. Y, hablando de valentía, la de Fernando Franco, un profesional que ha pasado de montar el florido celuloide de “Blancanieves” a sentarse en la silla de director en un filme árido y sin concesiones formales que nota en su cogote el aliento del “toque Jaime Rosales”, pero que es capaz de ir más allá merced a un guión tremendo y milimetrado en el que también tienen cabida gotas de humor y ternura gracias al trabajo de actores como Ramón Barea, Manolo Solo o Rosana Pastor (ojo a su rol de madre sufridora). Pero, por encima de todos está ella, Marian Álvarez, que por mucho que haya “descuidado” su estilismo a la hora de recoger su Concha de Plata, ya ha escrito su nombre con letras de oro en la historia del cine español. Así, como suena. Paul Vértigo