El legado de Gianfranco Ferré (Legnano 1944 – Milán 2007), es el de un arquitecto que trasladó su dominio de la proporción, de la armonía de las formas y de la construcción de espacios al ámbito de la moda. No diseñó los planos de un palacio, sino que volcó sus conocimientos de arquitectura en todas y cada una de las prendas que dibujaba. Al principio fueron joyas y accesorios, que pronto captaron la atención de algunas de las editoras de moda más prestigiosas de la época, como la inimitable Anna Piaggi. Y después llegaron los vestidos, teñidos de las sensaciones y los colores que había saboreado tras su estancia en La India, y que años más tarde dotarían de opulencia a la casa Dior, - para la que trabajó desde 1989 hasta 1996, cuando fue sustituido por John Galliano, que sin duda recogió el testigo de sus teatrales diseños-.
Pero, si hay un sello de identidad que permite comprender el nivel de perfección alcanzado en la sastrería de Ferré, es sin duda el que aún hoy presentan sus camisas blancas. Son ellas, precisamente, las protagonistas de la exposición que organiza del 10 de marzo al 1 de abril el Palazzo Reale de Milán junto a la Fundación Gianfranco Ferré y el Museo Textil de Prato, con Daniela Degl"Innocenti como comisaria.
Titulada “Mi interpretación de la camisa blanca. Gianfranco Ferré” y con una original concepción museográfica, la muestra se sirve de diferentes lenguajes narrativos, desde bocetos plasmados sobre tul, hasta fotografías proyectadas en el techo que simulan una radiografía de las prendas, pasando por una selección de veintisiete camisas blancas iluminadas a modo de esculturas, para resaltar las características de sus cortes y sus materiales: tafetán, crepe de chine, organza, raso, tul, algodones y sedas bordados a mano, encajes...
Y así es como se rinde tributo a la prenda que el diseñador-arquitecto calificó como “un ejemplo de elegancia contemporánea”.
Por Arancha Gamo Imágenes Luca Stoppini