Entrevista: La inquietante mirada de Rubén Ochandiano
Hablamos con Rubén Ochandiano sobre sus últimos papeles, cómo es meterse en la piel de un terrorista o cómo es trabajar con Brian Cranston y Diane Kruger
Estos días es fácil odiar a Rubén Ochandiano. Al menos, después de ver “Santuario”, su última película para Canal +, en la que interpreta con suma crudeza a un terrorista violento y desapegado que traiciona a su ex novia y provoca su muerte. Es la historia real de Pakito y Yoyes, dos etarras históricos, reflejada en esta producción francesa, que retrata fielmente el día a día de los miembros de la banda armada que se refugiaban en el país galo durante los años 80 al calor de un gobierno bastante condescendiente. El actor madrileño de 34 años espera en las oficinas de su representante con indumentaria veraniega, bronceado ídem y una sonrisa afable. Ni rastro del terrorista, ni de la mirada inquietante y profunda que tan bien le queda frente a una cámara. Es sin duda uno de los mejores actores que hay en España, pero si hay algo por lo que merece ocupar el primer puesto de un ranking, es por su acierto a la hora de elegir los papeles. Buscar en su extensa carrera una película mala no es tarea imposible, pero casi. Pocos pueden decir lo mismo.
Ha de ser duro meterse en la piel de un terrorista sanguinario.
Yo no me dedico a odiar a mis personajes, sino a entenderles. Por muy malos que sean, siempre es el a,b,c del ser humano. ¿Qué tiene? ¿Miedo, dolor, rencor, ambición…? Cualquiera puede ser un hijo de puta o un ser divino. No se libra nadie. Mi personaje se siente traicionado por Yoyes, por el ala política de ETA que cada vez es más blanda… Uno como actor debe justificar lo que está escrito de su personaje, no criticarlo. Glenn Close dijo una vez: “El único personaje malo de verdad que he hecho es Cruella de Vil en «101 dálmatas»”. En los cuentos para niños o en la tele sí que está polarizada la maldad y la bondad. Cuando hice “Toledo”, el director nos advirtió a los que veníamos del cine que tuviéramos en cuenta que eso lo veía una madre mientras le prepara la comida a su hijo y que, por tanto, no debíamos profundizar tanto en los personajes. Pero en las películas hay más matices. Haníbal Lécter es malo y adorable. Cuando ves el dolor de un personaje, no lo puedes tachar de malo, sino que entras en su dolor, intentas entenderlo, como sería el caso Glenn Close en “Atracción fatal”.
¿Te afectaron aquellos años tan crudos de ETA en los que había atentados casi cada semana?
En la época más dura yo era un niño pequeño, pero mi familia paterna es de Euskadi, tengo tíos y primos con los que a menudo veraneábamos. Recuerdo el miedo de mi tío en Bilbao cada vez que aparecía una pintada cerca de su casa. Recuerdo el terror de mi familia, de sus amigos… No recuerdo tanto las acciones de ETA como el miedo que había en el ambiente.
Habrás tenido que tirar de hemeroteca para documentarte.
No era tan importante ceñirme al marco histórico de lo que era la problemática con ETA, sino cómo, desde el desarraigo, una persona que no encuentra su lugar en la vida, peligrosamente puede acabar formando parte de un grupo terrorista en el que le dan poder, le dan un lugar y desde allí toma las armas porque se siente alguien. En Madrid, si eres un “colgao” puedes acabar en las drogas, pero allí tenías la posibilidad de terminar en algo más elevado, siendo un héroe. La contextualización es una labor de dirección, pero lo que le pasa a mi personaje trasciende su condición de etarra, es algo humano. Podría haberle pasado en cualquier otro grupo armado, en una guerrilla de otro país o en otro tipo conflicto.
Acabas de volver de rodar una película con Bryan Cranston y Diane Kruger. ¿Hollywood es tu siguiente parada?
Coincidir en “Infiltrator” con esos pedazo de actores ha sido una experiencia increíble, pero no tengo planes de evolucionar en Hollywood. Los productores se quedaron muy contentos conmigo y me están moviendo cosas por allí. Me parece muy bien si sale algo, pero no voy a ir a Los Ángeles a tocar puertas.
¿Cómo es trabajar con el protagonista de una serie de la relevancia de “Breaking Bad”?
Pues mira, no quise ver la serie para no hacerme una idea preconcebida de Brian Cranston. Luego comprobé in situ que es un bestia parda actuando. Y sigo sin verla porque no encuentro tiempo, pero es una de mis series pendientes. De todas formas, te diré que yo estaba acostumbrado a trabajar así, con ese tamaño. Y no me refiero al tamaño de la roulotte, sino a cómo trabajan los actores con el director: te deja proponer ideas todo el rato, y las tiene en cuenta. Recuerdo que teníamos una secuencia en la que estábamos los cinco actores del rodaje, era junto a una piscina con una mesa llena de marisco. Mi personaje en la película es un nuevo rico, y le dije al director: “¿Qué te parece si yo me meto en pelotas en la piscina y hablo desde allí fumando un puro?”. Se lo pensó un minuto y me dijo: “Adelante”. Y así se rodó esa secuencia. Eso no pasa en España. En general, si vas con propuestas al director le pareces un tocapelotas. Hay excepciones, pero suele ser así. A veces es por los tiempos, pero también es que a muchos directores les falta la capacidad de confiar tanto en ellos mismos como para no sentirse agredidos si un actor propone una variación en la escena que puede ser una idea mejor. Eso implica confiar mucho en los actores que precisamente el propio director ha elegido.
No puedo dejar de preguntarte por Diane Kruger: ¿Es real?
(Ríe) Sí, y al natural es un escándalo. Pura belleza. No te puedo contar tanto de cómo es como persona porque, la verdad, es que no estaba muy receptiva. Los actores masculinos enseguida hicimos piña y había muy buen rollo después de los rodajes, pero ella siempre estaba pegada a su iPhone, metiéndose en las redes sociales
*SIGUE LEYENDO LA ENTREVISTA EN EL NÚMERO DE SEPTIEMBRE DE VANIDAD.
Por Luis Meyer. Fotografía Rubén Vega