Entrevista a Juan Carlos Robles
El artista sevillano Juan Carlos Robles inauguró ayer su nueva exposición "Autonegación" en la galería Olivia Arauna. Es la quinta exposición individual que este artista realiza en dicha galería y está conformada por un conjunto de diecisiete piezas entre las que encontramos fotografía, vídeo, escultura y arte digital. En Vanidad quisimos entrevistarle y aquí te traemos lo que nos contó.
¿Cuándo te diste cuenta de que querías dedicarte al mundo del arte?
Desde pequeño tuve inclinación hacia todo lo relativo con la creación: dibujar, pintar, hacer muebles en miniatura, inventar ciudades con los juegos de construcción u otros improvisados, etc; aunque en la adolescencia también tuve una incursión en el mundo del teatro, siempre supe que me dedicaría a esto. En mi casa crecimos con el mito de nuestro bisabulo Francisco Narbona, pintor costumbrista y cartelista de finales del XIX principios del XX, cuya obra podíamos ver en el Museo de Bellas Artes de Sevilla.
Nuestro abuelo, por otra parte, era marmolista, esculpía ángeles y escribía textos sobre piedra, mi tío es orfebre; todo en su conjunto componía un mundo mágico ligado al sur que visitábamos asiduamente, 1.100 km. de carretera. En Barcelona, donde me crié, descubrí que el arte contemporáneo además de un desarrollo técnico al servicio de la “belleza” era un instrumento útil para cuestionar el mundo que me rodeaba, un medio que permitía indagar de un modo crítico en cuestiones sociales y en la propia naturaleza de la condición humana, en definitiva, un lugar desde el que poder construir tu identidad.
Tú primera obra vio la luz 1992, ¿cuántos años quedaron escondidos antes de ese momento?
Tienes razón cuando hablas de algo escondido: el accidente que tuve con mi motocicleta en 1986 y que me tuvo hospitalizado cinco meses. Fue un suceso clave para mi trayectoria posterior. Al salir del coma, a los diez días de ingresar, abrí los ojos y vi tras el cristal del escaparate de cuidados intensivos las miradas de mis visitantes. El brillo de aquel cristal que nos separaba se fusionó con el de los ojos de aquellos amigos y familiares. Desde entonces, mi obra escudriña en ese espacio que hay entre el artista y el espectador, entre el emisor y el receptor. Mi principal e íntima intención es reducir el objeto artístico a ese mínimo grosor del cristal de aquel dispositivo hospitalario. Pienso que si reducimos el objeto artístico también reducimos la distancia que se interpone entre nosotros.
La verdad es que señalo 1992 como inicio de este viaje creativo, dónde vida y arte se confunden, porque en esa fecha participé en la exposición “Transfluencias” en la sala Montcada de la Fundación La Caixa (cuando ésta estaba situada frente al museu Picasso). Dicha exposición supuso el inicio de mi carrera, pero también el fin de un periodo. Después me fui a vivir a Berlín. “Transfluencias” fue quizás el trabajo que mejor sintetizaba todos aquellos primeros escarceos expositivos que, desde Barcelona, utilizaban el vidrio como material alegórico. La luz, el cristal, el espejo, el reflejo, fueron recursos que utilicé para desmaterializar la obra de arte.
Tu coma marcó un punto de inflexión en tu carrera ¿fue sólo el momento de despertar lo que te hizo cambiar tu visión artística o también influyeron el accidente y el estado de "sueño"?
El momento del accidente la mente lo borra totalmente, no podría soportar su recreación, todavía no he conseguido recordar nada de aquél instante, pero el “despertar” y el “sueño” si son estados en los que indago desde entonces. La intuición que nos señala el camino para la expresión artística que buscamos, parte muchas veces de ese estado en el que la vigilia y el sueño se entremezclan. El accidente fue un punto de inflexión en mi vida, supuso el inicio de mi carrera.
Siempre negué este hecho, me horrorizaba la idea -de tradición romántica- de verme como un artista “genio” diferente a todos los demás por haber tenido una experiencia “especial”. Aunque me apasionaba la obra del artista Joseph Beuys lo que menos me gustaba de él era precisamente el relato de cómo lo salvaron de la muerte, al ser encontrado a la intemperie desfallecido, bajándole la fiebre envolviéndolo en fieltro impregnado de grasa, ambos materiales paradigmáticos en su obra. Ahora reconozco que es inevitable adquirir conocimiento cuando se tiene una experiencia con la muerte, la experimentación del “límite” siempre es productiva, más aun cuando este limite se da entre la vida y la muerte. La utilización alegórica del vidrio en aquel periodo no era otra cosa que eso, un intento de plasmar dicho conocimiento, aquello que se entrevé en el instante de volver a nacer.
¿Qué cambió realmente en tu obra a partir de ese momento?¿Es un cambio perceptible para todo el mundo o solo para ti?
El artista está detrás de su obra pero también desparramado en ella. Cuando indago en los límites de la ciudad, cuando voy a fotografiar o a realizar videos a la periferia urbana no deja de ser el mismo ejercicio, aquel que busca en el límite de las cosas, aquel que lee en los márgenes para saber más sobre el lugar que habita. Si sabes donde vives te acercas a saber quien eres. Ello me impulsó a realizar un trabajo en el barrio periférico de Las Tres Mil Viviendas de Sevilla.
Mi afán desde entonces es aproximarme al Otro y a la vida. Mis trabajos muestran situaciones en las que cualquiera puede reconocerse. Integro al espectador en la obra, primero lo hacía como reflejo, después a través de la fotografía y del vídeo con imágenes extraídas de la cotidianidad, aquellas generadas por el tránsito en el entorno urbano y con las mutaciones arquitectónicas de la ciudad como escenario.
Has disfrutado de diversas becas de carácter artístico, ¿qué importancia crees que tienen en la formación de un artista?
Mucha. El termómetro que mide el desarrollo de una sociedad es el de la cultura. He vivido en Alemania y en USA y la consideración social que la población profesa en ambos países a la labor de sus artistas es equivalente al apoyo institucional y privado que estos reciben. Es un error en época de crisis reducir el apoyo al arte ya que nos aleja de los parámetros que deseamos alcanzar. No es un gasto, es una inversión de futuro, la promoción del arte marcará cada vez más las diferencias en un mundo global.
Ahora tienes más de cien exposiciones a tus espaldas, ¿llega un momento en el que ya no importa tanto seguir sumando o siempre se viven con la misma ilusión?
A parte de que el hallazgo estético en el proceso creativo produce grandes dosis de placer, la actividad artística es un compromiso ético que los artistas tenemos con la sociedad. Preguntarnos sobre de qué hablar y cómo debemos hacerlo es un ejercicio que siempre tiene un carácter crítico en constante renovación. Las situaciones al ser cambiantes nos obligan a reaccionar ante ellas, y las exigencias estéticas que nos marcamos, a parte de ser un compromiso social, parten de una inquietud personal inevitable. El arte es un modo de vida.
Has vivido muchos años en el extranjero y hace relativamente poco volviste a España, ¿ será para quedarte?
La verdad es que uno se siente de cualquier sitio en el que vive y al mismo tiempo extranjero en todas partes, incluso en tu propio país, la globalización a hecho estallar los límites y la identidad es algo cada vez más mutante. Cambiar de contextos culturales te permite no caer en los automatismos y en la rutina que te impide fijarte en aquello que verdaderamente es importante. Viajar estimula la creatividad. El contexto español tiene un potente pulso creativo, hay buenísimos artistas que van y vienen y cada vez se instalan más en nuestro país artistas de fuera para compartir nuestro contexto cultural.
También eres profesor ¿complementa la labor de docente a la de artista?
La labor docente en la Universidad es un lujo ya que te hace sentir de un modo muy directo que la creación artística es un hecho colectivo. La función del arte cobra sentido en el aula cuando ésta se convierte no solo en un lugar de aprendizaje instrumental sino en un foro donde convergen visiones y experiencias con las que interrogar tu entorno desde la creación artística.
En tu última exposición: "Autonegación", nos encontramos con soportes como fotografía, escultura y vídeo ¿siempre has tocado todas las disciplinas o tienes predilección por alguna?
Si mi primera etapa fue básicamente escultórica, mi actividad se abrió en 1993 a la fotografía y al vídeo cuando me instalé en Berlín. La inmediatez de estas disciplinas me permitieron salir del estudio y apropiarme de los signos de la ciudad, sus imágenes me permitieron abordar diversas problemáticas sociales ligadas al hecho tecnológico y al habitat urbano. La relación entre velocidad y comunicación, entre tecnología y poder en una ciudad cambiante tras la caída del muro se hacía inevitable. La fotografía y el vídeo en los transportes públicos me sirvió en aquel momento para medir la distancia que nos separa del Otro, los medios de transporte se convirtieron en alegoría del mundo virtual de las tecnologías de la comunicación en el que ahora estamos instalados. Viajeros unas veces sentados, otras en cintas de transporte volvían a ser el espejo desde el que establecíamos nuestra crítica dando paso a la aparición de una ciudad cada ver más convertida en no-lugar, en parque temático. Las intervenciones arquitectónicas en el espacio público forman también parte de actividad artística.
Han pasado cuatro años desde tu última exposición individual en la Galería Oliva Arauna, ¿cuánto ha cambiado Juan Carlos Robles desde entonces y qué tendrá de nuevo esta muestra?
“Autonegación” es fruto de un largo proceso de investigación desarrollado en el contexto teórico de mi tesis doctoral: “Autonegación del signo. Estética de encuentros en el entorno urbano. Modos de representación del deseo” En “Autonegación” confluyen muchos conceptos de estos trabajos anteriores que os he citado: la distancia con el Otro y como reducir esa distancia a través del lenguaje artístico. Pero quizás en este proyecto es en el que me dejo ver más a mi mismo. He elaborado una trama de enredo entre las vivencias personales y los referentes culturales comunes. En mi deseo por “reducir la obra de arte” para estar más cerca del espectador las imágenes se afirman con tanta potencia como con la que se niegan a sí mismas.
Muestro una habitación de una pensión en la que la televisión encendida tiene como único espectador su propio reflejo en la ventana, una prometedora puerta con angelitos tapiada, un escritorio abandonado, una motocicleta accidentada durmiendo en un colchón en la calle. He inoculado a las imágenes un germen de autoaniquilación. Presento también un vídeo “La vigilia del gallo, sus sueños y otros tesoros” en el que a modo de espejo un personaje nos apunta con el mando a distancia de su televisor. Cada vez que cambia de canal la máscara pictórica que cubre su rostro nos muestra otra película. La fuerza de tal imagen parece decirnos: “somos lo que vemos, o quizás, nos escondemos detrás de lo que vemos”. He rescatado algunos films que se me quedaron grabados desde la adolescencia en mi memoria y con ellos he querido plantear las grandes preguntas de la vida. La dimensión táctil que el mando a distancia proporciona, es el recurso con el que mido en este trabajo la distancia que me separa del espectador, esa distancia cada vez más familiar a que las nuevas tecnologías nos tiene acostumbrados. El mando a distancia se convierte aquí en icono de la dimensión física de la imagen que hoy nos envuelve, tanto el entorno como nuestros deseos forman parte de un mundo virtualizado. Autonegación es una reivindicación de la dimensión corporal de la existencia.
Por Michael Oats