Brady Corbet fascina al público con esta obra tan meticulosa como irreverente. El falso biopic de Adrien Brody, Felicity Jones y Guy Pierce.
Fotograma oficial de «The Brutalist» (2024). Imagen: Universal Studios.
Fotograma oficial de «The Brutalist» (2024). Imagen: Universal Studios.
Brady Corbet fascina al público con esta obra tan meticulosa como irreverente. El falso biopic de Adrien Brody, Felicity Jones y Guy Pierce.
Hay pocas películas que merezcan durar tres horas y media. Pocas que tienen el contenido suficiente, la cara suficiente como para abrir en el cine y atreverse a la posibilidad de ser odiada por la duración de su metraje. También hay pocos directores que no estén aterrorizados ante la posibilidad de no conseguir enganchar a un público durante tanto tiempo, sobre todo un público adicto a la dopamina a corto plazo, infecto de TDHS y malos hábitos como el de hoy.
Así, entrando en «The Brutalist», estaba casi seguro de que vería a alguien distraído, a alguien igual harto o dormido o a punto de levantarse de su butaca, pero lo único que vi fueron ojos abiertos como platos en una sala abarrotada. Que sean más horas; la veré otra vez.
Brady Corbet empezó su carrera en el mundo del cine con apenas 14 años, cuando debutó como actor en la obra «Thirteen» (2003) de la directora (que también debutó con esa obra) Catherine Hardwicke. De ahí en adelante siguió apareciendo en papeles secundarios y principales, como en el filme de Greg Araki «Mysterious Skin» o con el increíble Lars Von Trier en su obra maestra (tiene varias), «Melancholia» (2011). Sin embargo, no fue hasta el 2013 cuando, enamorado hasta las trancas de la mujer con la que coescribiría «The Brutalist» (la directora y guionista Mona Fastvold), se dio cuenta de que su pasión no estaba realmente en actuar sino en dirigir. Y así empezó su carrera, contra todo pronóstico pero con el total apoyo de su querida (ahora esposa) Mona.
Cada una de las películas de Brady Corbet desde entonces ha sido una apuesta. Él mismo dice constantemente que todas podrían haber sido fácilmente su última, pero que «si no estás dispuesto a sacar algo que pueda ser horrible, lo estás haciendo mal».
La primera, «The Childhood of a Leader» (2015), una película oscura que trata la infancia de un dictador, fue muy bien recibida en el festival de Venecia, ganando el Premio Luigi De Laurentiis a la Mejor Ópera Prima y el Premio Orizzonti a la Mejor Dirección. Hecho que le aseguró el poder hacer una siguiente, esta vez sobre una cantante de pop en «Vox Lux« (2018) y es desde entonces que cargó con la idea, y la pre-producción de «The Brutalist», sobre sus hombros. Una película que, según el propio director, casi les mata a todos de agotamiento, ya que tardaron más de 7 años en poder llevarla a cabo, con cambios repentinos de actores, localizaciones y presupuesto, pero más dedicación que nunca.
«The Brutalist» narra la monumental vida del arquitecto brutalista László Tóth; un superviviente judío de la Segunda Guerra Mundial que, al escapar de los campos de concentración, consigue revivir su carrera como arquitecto en los Estados Unidos. En un contexto histórico hostil, donde los judíos en América aún están lejos de ser vistos como ciudadanos corrientes, Laslo consigue encontrar a su primo Attila, quien ha empezado una tienda de inmobiliaria y reformación de propiedades. A Attila le encargan rehacer el estudio del ficticio multimillonario Harrison Lee: un excéntrico hombre sin escrúpulos que se aprovecha de todo el mundo que conoce. Pero cuando, por fin, rehace la biblioteca (en un estilo brutalista clásico que recuerda a los icónicos ídolos de esta corriente arquitectónica Le Corbusier y Marcel Breuer), el millonario odia el estilo brutalista y echa a Laslo a la calle. Un año después, hincado hasta las rodillas en una montaña de carbón, Laslo es visitado otra vez por el mismo millonario, en el momento histórico en el que el brutalismo se ha puesto increíblemente de moda, ahora suplicándole para que vaya a trabajar con él.
El resto de la película es el conflicto entre la integridad artística de Laslo, el dinero del millonario y los problemas financieros del protagonista y su mujer con el único y vital objetivo de construir su edificio, cueste lo que cueste.
Sinceramente, una muy buena película. Como dije al principio, es muy difícil mantener la tensión durante tantísimo tiempo, por lo que cuando una película lo consigue, lo único que se puede hacer es esperar a que acaben los créditos y aplaudir. Sí es cierto que la experiencia es algo extraña por la estructura que sigue la película. Y es que está estructurada exactamente como si fuera un biopic, con los puntos fuertes y deficiencias que suele traer el medio. De hecho, está estructurada de manera tan parecida a un biopic, que la mayoría de los espectadores al salir pensaban que eso era exactamente lo que habían visto. Un realismo tan convincente que cualquiera que no sepa exactamente qué es lo que está viendo, pensará estar recibiendo la vida real del inventor del Brutalismo en Estados Unidos. Esto, por supuesto, es algo encomiable, y diría que ayuda mucho a la experiencia el pensar que lo que estás viendo es un biopic al uso, pero también ahí está mi problema con la experiencia, y donde estoy dividido.
Los biopics suelen enfrentar un problema común: el tiempo. La vida de una persona destacada es demasiado extensa para ser comprimida en dos, tres o incluso cuatro horas de película. Muchas veces, este tipo de tramas corre el riesgo de meter más de la vida del personaje real de lo que es necesario para el personaje en pantalla, haciéndole verdadera «justicia» a la persona. A veces acabas con un filme larguísimo, pero lo entiendes, pues bueno, «si estaba en la vida real de la persona, entiendo que sintieran que tenían que meterlo». Y esto es exactamente lo que pasaba por mi cabeza al ver «The Brutalist» (porque sí, yo también fui gratamente engañado).
Sin embargo, sabiendo ahora que todo es ficticio, me cuesta (aunque lo hago) justificar su duración, y es probable que muchas personas queden completamente alienadas por ello. Pero aun así, sinceramente se la doy. Porque pensando en ella te das cuenta de que esta película no iba a ser en ningún momento el biopic de nadie, menos, filosóficamente al menos, el del director. Al igual que el personaje László Tóth, el director de esta película te trae su visión: irreverente, descomunal y exactamente como la quiere. Sin miedo a nadie. Por ello ha sido nominada a diez premios Oscar. Al igual que dice el protagonista de la película: sus obras no son para todo el mundo, pero para el que sí es, son increíbles.
Siguiendo con la actuación del filme, Adrien Brody está impresionante. En cierta forma es imposible no relacionarlo con el trabajo que hizo en «El Pianista» (2002): ahí le vemos vivir la vida como judío en la guerra, en esta película vemos la vida después de la guerra. No son el mismo personaje, pero la emoción que generan ambos es tan fuerte, que los cuelgo en el mismo corcho. Probablemente uno de los mejores actores de nuestra generación. No me cansaré de verle sufrir en pantalla (lo siento, Brody).
Sobre su coprotagonista, Felicity Jones, todo lo que hace es emanar carisma a lo largo de toda la película, la veo y la adoro. Qué mujer tan fuerte y decidida. Menuda presencia.
En cuanto a Guy Pearce, la verdad es que lo mismo, me costó reconocerle como el millonario Harrison Lee Van Buren. Es el típico malo al que te encanta odiar y, no voy a mentir, me encantó odiarlo.
La fotografía de Lol Crawley es excelente, aunque a veces algo irregular, como si tuvieran muchísimo tiempo para algunas escenas y muy poco para otras. Aun así, consigue que cada una esté cargada de un valor estético solo superable por las obras de los propios arquitectos de los que se inspira la película.
La música no es increíble, pero sí muy apropiada para la película, un gran soundtrack perfectamente puede ser un soundtrack invisible, que no te hace tararearlo volviendo a casa pero sí hace que cada escena te manipule emocionalmente, lo cual Daniel Blumberg consigue de goleada.
En resumen, «The Brutalist» es una experiencia cinematográfica que no busca complacer a todos, pero precisamente ahí reside su fuerza. Es un proyecto audaz, cargado de la visión personal de su director, Brady Corbet, quien se consolida como un autor sin miedo a arriesgarse. Aunque su duración puede ser (y es) intimidante, y en ocasiones su estructura desafía las convenciones narrativas tradicionales, es una obra que recompensa al espectador dispuesto a dejarse llevar por su narrativa monumental y sus profundos conflictos éticos y emocionales. Una película que exige atención y paciencia, pero que si estás dispuesto a dárselas, podrás acabar encantado.
Yo la verdad es que acabé así. Por lo que: 4/5
Adrián Sánchez
Imágenes: Fotogramas oficiales de la película ©Universal Studios