Noah Pharrell, una de nuestras fotógrafas de cabecera, nos narra su viaje soñado de veintiún días en Tokio, Japón.
Noah Pharrell nos cuenta su relato de veintiún días por Tokio.
Noah Pharrell nos cuenta su relato de veintiún días por Tokio.
Noah Pharrell, una de nuestras fotógrafas de cabecera, nos narra su viaje soñado de veintiún días en Tokio, Japón.
Desde el momento en el que mis pies tocaron el suelo al aterrizar, la ciudad me envolvió por completo. No importaba cuántos documentales hubiera visto o cuántas veces hubiera fantaseado con ello: Tokio es como otro planeta hasta que aprendes a seguir su ritmo.
Después de veintiún días, con mi carrete Leica lleno de momentos robados y mi maleta a punto de desbordarse de libros y figuras, volver a la rutina se siente difícil de imaginar…
Mi primer lugar de exploración fue Harajuku, pero no su concurrida Takeshita Street. Busqué refugio en las boutiques más tranquilas de Ura-Harajuku, donde descubrí verdaderos tesoros en tiendas como BerBerJin y Jumble Store, llenas de Levi’s y chaquetas vintage con historias.
Daikanyama fue la siguiente parada, con los siempre atemporales Hollywood Ranch Market y Good Design Store. Y si hablamos de moda vanguardista, en Shibuya, GR8 sigue marcando las tendencias aún por descubrir por el mundo. Ahora bien, lo que más disfruté fue tropezarme con tiendas de diseñadores emergentes japoneses que están redefiniendo la moda global.
En Hideru, en Shinjuku, cada prenda de ropa parecía emanar de un universo alternativo en el que la arquitectura y la moda son una. En Kiji, en Ebisu, descubrí piezas con cortes precisos y textiles caprichosos que no se encuentran en ningún otro lugar.
Tokio es un laboratorio de creatividad donde el futuro de la moda ya está ocurriendo. Y es que si hay algo que Tokio sabe hacer bien, es preservar el pasado mientras juega con el futuro.
Eso es más que evidente en sus tiendas de fotografía analógica. En Map Camera, en Shinjuku, descubrí lentes que parecían reliquias sagradas. Asimismo, Fujiya Camera me atrapó con su vitrina de tesoros en condiciones prístinas, y en Lemon Camera, en Ginza, me pregunté si gastaría mis ahorros de por vida en un cuerpo de Contax T3.
Eso sí, después de cenar decentemente. Spoiler: durante varias noches comí ramen barato.
Lo que no anticipaba era la sensación de paz que experimenté en los templos. Me habían dicho que Tokio es una ciudad de contrastes, pero no fue hasta que caminé al amanecer por Meiji Jingu que sentí el peso de su historia.
En el silencioso Santuario Nezu, con su túnel de torii rojos, sentí que el tiempo se curvaba. Y en Gotokuji, el templo del maneki-neko, me di cuenta que incluso los gatos de la suerte tienen un profundo significado en la cultura japonesa.
Pero si hubo un momento en que la realidad me golpeó en la cara, fue ver la Torre de Tokio iluminarse por primera vez. No lo esperaba, pero las lágrimas fluyeron fácilmente. Mi niña interior lloraba de alegría por estar en ese lugar. Tokio ya no era un sueño, era una realidad.
Por otro lado, la posibilidad de sobrevivir en Japón siendo intolerante al gluten parecía una subida cuesta arriba. No sabía qué me iba encontrar pero, una vez más, Tokio me sorprendió.
La aplicación myGF fue mi mejor amiga: me ahorró horas de búsqueda y potenciales vergüenzas, y me salvó de tener que seguir repitiendo mis restricciones dietéticas.
En Soranoiro Noodle, en Kojimachi, probé un ramen hecho con fideos de arroz que no tenía nada que envidiar a su versión más tradicional. En Little Bird Café, en Shibuya, comí pancakes tan esponjosos que me pregunté sobre sus componentes estructurales… Desintoxicada del miedo, estaba pasándolo aún mejor en Tokio.
Akihabara es un carnaval de luces y mercancías, pero si quieres pasar el día inmerso en la cultura otaku –no como objeto de un tour–, hay otros lugares que merecen mucho más la pena. Con tiendas como Mandarake, Nakano Broadway fue una cápsula del tiempo con el olor de papel viejo y vinilos de anime que me transportaron a los años 90.
También descubrí robótica vintage en Fujiya Avic y rarezas de videojuegos en Retro Game Camp. Si quieres coleccionar figuras de edición limitada, Jungle Akihabara es un paraíso, sin la multitud de las grandes cadenas. Para mangas auténticos underground, la zona de Koenji esconde pequeñas librerías con títulos que nunca verás traducidos.
En Taco Che, una tienda en el segundo piso escondida a simple vista, encontré lo que parecían obras de arte en forma de fanzines. Aunque si buscas algo más vanguardista, Big Bang Toy Store tiene todo, desde kaijus hasta mechas que parecen sacados de un futuro alternativo.
Su caos, su precisión, su capacidad para esconder mundos enteros en un estrecho callejón… Tal vez esa sea la clave de esta ciudad: que cuanto más crees conocerla, más obvio se vuelve que solo has vislumbrado una parte superficial.
Y esa es la mejor razón para regresar. Porque aunque ya estoy de vuelta, aún sigo llorando de felicidad cada vez que recuerdo el viaje.
Texto y fotografía: Noah Pharrell @noah_pharrell