Si de algo podemos presumir los españoles es, sin duda, de nuestra cultura. A nivel internacional, nuestra gastronomía y nuestro arte resuenan con gran fervor gracias a la calidad alabada por todo aquel que la conozca, así como por las personalidades de antaño y de la actualidad que llevan la cultura española por bandera. Dentro de este saco se encuentra, como no podía ser de otra forma, el cine. Sin embargo, el séptimo arte  ha gozado en pocas ocasiones del reconocimiento interno merecido (pese a tener cierto renombre más allá de nuestras fronteras), y esto ha sido, en parte, por los estereotipos que se han ido desarrollando a lo largo de la historia alrededor del cine español y que aún hoy manchan su imagen de la forma más injusta.

Dos han sido las constantes que llevan años haciéndole sombra al cine patrio: la crisis y los tópicos. Dejando al margen el eterno debate sobre el apoyo financiero a la producción cultural por parte de las instituciones, la gran nube negra que persigue a este sector desde hace años es la de los tópicos que lo tildan de repetitivo, vulgar y de baja calidad. Seguramente, todos habremos escuchado eso de que en España solo se hacen películas de comedias cargadas de clichés o sobre la Guerra Civil... Y lo mismo con el argumentario de la constante repetición de actores y actrices, “como si en España solo hubiese cuatro caras”, dicen.

El halo de las “españoladas” ha sido compañera fiel en el desarrollo del cine español. Con la evolución pertinente a los tiempos, las películas en las que se retrata un prototipo de español muy marcado, con atributos exagerados, llegando a tomar incluso la parte por el todo según la zona, han contribuido a alargar aún más la lacra con la que ya contaba. Así, cuando se habla de cine español, automáticamente se dibuja en nuestra cabeza la imagen de películas como 8 apellidos vascos, El mundo es nuestro o La pequeña Suiza, comedias de situación cuya característica principal es llevar al extremo los tópicos españoles, creando una imagen cuanto menos irreal de la verdadera realidad de nuestra sociedad.

En los que llevamos de 2020, el género de comedia es el más repetido entre los estrenos. Títulos como Padre no hay más que uno 2, Superagente Makey, Operación Camarón, La maldición del guapo o Hasta que la boda nos separe son algunos de los que han lucido o lucen en nuestras carteleras, y que, en general, perpetúan los argumentos de ‘mismo argumento, mismas caras’.

Lo cierto es que, junto con el género de terror, la comedia es uno de los que mejor se nos da y uno de nuestros fieles compañeros en momentos de evasión desde allá por los años 50, donde la ironía y el peculiar sentido del humor de las películas de Berlanga hacían a los ciudadanos del momento evadirse del arduo contexto en el que vivían.

Aunque es el género más castigado por la crítica, entre nuestras películas también se encuentran comedias que se separan un poco más de su sambenito y que, igualmente, consiguen sacarnos unas risas, como Mujeres al borde de un ataque de nervios, La noche que mi madre mató a mi padre, Perfectos desconocidos, Requisitos para ser una persona normal

Algo similar ocurre con otro de los temas por excelencia del cine español y otro de los focos de crítica de este sector: la Guerra Civil. En la última edición de los Premios Goya, fueron dos de las películas más aclamadas, Mientras dure la guerra y La trinchera infinita, las que compartían este argumento. Es un debate entre el rescate de la memoria histórica del país y la repetición hasta lo cansino de un mismo tema. Desde la muerte de Franco, han sido muchas las películas que han girado en torno a este episodio y su contexto, que parece que aún puede dar más de sí: La voz dormida, La lengua de las mariposas, Los girasoles ciegos, Balada triste de trompeta, Belle Époque, El espíritu de la colmena

Pero, si miramos un poco más allá de esta bruma que eclipsa la vasta producción cinematográfica de este país, nos daremos cuenta de que existen películas (¡y de calidad!) de todo tipo de géneros y temáticas adaptables a todos los gustos y espectadores. Así, algunos títulos ya entendidos como clásicos, gozan de un nombre dentro de nuestro catálogo, destacando algunos que, hayamos visto o no, son familiares para todos: Tesis, Volver, Los otros, El día de la bestia, Jamón, jamón, Los lunes al sol, Los amantes del círculo polar, entre otros muchos más.

El cine, además, es un fiel reflejo de la vida y de la sociedad del momento. Así, mientras en los años 50 y 60 se retrataba una España rural y se ponía en valor el folclore, en los 80 y con la llegada de la Movida fueron la fiesta, el descontrol y la libertad quienes tomaron los papeles protagonistas. A pesar de todo, siempre ha existido un género más o menos constante a todas las épocas: el género de crítica y denuncia social ,que refleja una realidad quizás menos idílica y muchísimo menos ficticia, pero que precisa ser denunciada, enmendada y que en los últimos años ha gozado de mayor importancia.

Así, mientras algunos retrataban el goce y la expansión de una libertad reprimida por la dictadura, el cine quinqui se encargaba de dar voz a la gran lacra social que era en aquel momento la droga y los problemas de muerte, delincuencia y violencia que acarreaba consigo. De la misma forma, en la década de los 2000 y 2010, películas como Techo y comida, Cerca de tu casa, Princesas, Solas, Carmen y Lola, Mar adentro, El reino, Adú, La isla mínima o La puerta abierta, denunciaban realidades sociales como la corrupción, la prostitución, la precariedad o los desahucios, utilizando el poder que le otorga el séptimo arte para visibilizar situaciones reales que sufren a diario miles de personas en nuestro país.

Pero además de herramienta de denuncia social, el cine no deja de ser belleza. Diálogos que esconden mantras, imágenes que son pura poesía visual, actuaciones que embelesan, direcciones que consiguen crear verdaderas obras de arte. En todo este camino cinematográfico, son muchos los filmes que gozan de estos atributos, pero en los últimos años, es el cine más indie el que está mezclando todos estos ingredientes para hacer magia en la gran pantalla.

Películas como La virgen de Agosto de Jonás Trueba, Estiu 1993 de Carla Simón o Júlia Ist de Elena Martin i Gimeno, son ejemplos de relatos cargados de honestidad y veracidad mezclados con un toque personal e intimista que nos hacen ver la cotidianidad y las afrentas del día a día como algo verdaderamente singular. Poco a poco, el cine independiente y directores de la talla de los ya citados, Lino Escalera, Arantxa Echevarría, Andrea Jaurrieta o Jorge M. Fontana, van irrumpiendo en el panorama, demostrándonos que siguen habiendo formas de contar historias de lo más especiales.

Las críticas que pesan sobre el cine español pueden llegar a estar fundamentadas, aunque pecan enormemente de ser banales y poco contrastadas, resultando injusto catalogar toda la producción según este criterio. Porque el cine español es mucho más que un acento forzado o un argumento infinitamente reformulado. El cine español, como todo cine en general, es versátil, moldeable, hijo de su tiempo. Es reflejo de realidad y evasión, una muestra de nuestra sociedad y su pertinente toque de ficción. El cine español es amplio, diverso, variado, para todos los públicos y, por supuesto, de enorme calidad.

El cine español es altavoz y visibilidad, son historias cotidianas cargadas de poesía, sufrimientos ajenos sentidos como propios, motor de cambio, arte. Tal vez, es momento de mirar lo propio con reconocimiento y cariño, reconociendo que también sabemos hacer las cosas bien. De cara al mundo exterior, directores como Pedro Almodóvar, Isabel Coixet, Alejandro Amenábar o Juan Antonio Bayona, así como actores y actrices de la talla de Penélope Cruz, Rossy de Palma, Antonio Banderas, Javier Bardem, Paz Vega, Miguel Ángel Silvestre, Javier Cámara y muchos otros más, son sinónimo de talento y buen hacer, un sello de calidad que logra dotar a la ficción española del reconocimiento que, en muchas ocasiones, no le damos en casa.

 

Elena Romero: @elenar_vargas

Imágenes: YouTube 

 

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