Estamos viviendo momentos de cambio y querer negarlo, resultaría inútil. La pandemia global que ha sufrido el mundo ha supuesto un antes y un después en nuestro día a día, tal y como lo conocíamos. La industria de la moda lleva años viviendo una época convulsa, deseando adaptarse y evolucionar y los acontecimientos más recientes le han forzado a agilizar esa metamorfosis.
Al cambiar nuestra vida y sus costumbres, también lo han hecho las necesidades de consumo. El confinamiento nos ha abierto los ojos, demostrándonos que somos capaces de vivir con menos. Muchos de nosotros nos hemos pasado estos meses tirando de prendas básicas y cómodas, primando la funcionalidad a la ostentación.
Por otro lado, llevamos años bebiendo de una cultura llamada streetwear, donde hasta hace poco reinaban los looks extremos y variopintos con hambre de viralidad. Prendas marcadas por la logomanía, colores chillones y siluetas imposibles, proliferaban entre las semanas de la moda.
El lema popularizado por Gucci, “more is more” ha sido el mantra que ha marcado tendencia temporada tras temporada con la ayuda de cantantes, actores y demás celebrities en busca de likes que veían cómo estos se disparaban a base de manicuras disparatadas, plataformas infinitas y prendas y complementos marcianos. Pero ahora parece que las reglas del juego han cambiado...
Una encuesta llevada a cabo por el blog alemán Highsnobiety, experto en streetwear y con ocho millones de visitas mensuales, ha evidenciado el cambio surgido a raíz de la crisis del COVID-19 en el gusto de muchos fashionistas. Los consumidores parecen haberse vuelto inmunes a las armas de seducción de aquella parte más superficial de la industria que busca atraerles a base de hype y fuegos artificiales. Ya no se busca el fardar, el lucir por lucir y la frivolidad. Ahora se prefiere la sutileza, la calidad y la comodidad de las prendas clásicas.
El público está saturado de las tendencias que, en sí mismas, eran la materialización de la propia saturación. Todo estaba recargado y la opulencia ha derivado en una sobreexposición que ha volado por los aires en un momento en donde la sociedad ha puesto su punto de mira en necesidades más urgentes, como la salud. Prendas discretas, minimalistas, en tonos neutros y, en general, piezas que permitan combinarse de mil maneras, cuya composición sea respetuosa con el medio ambiente y su fabricación se rija por los máximos estándares de la calidad. Esto es lo que se pide y se necesita. La moda ya no tiene que estar ligada a lo explícito y los mensajes y valores que se desean transmitir, pueden atravesar un canal mucho más silencioso pero igual de efectivo de cara al comprador.
Yeezy o Reigning Champ han sido marcas cuya estética minimal ha conseguido colarse entre las más viralizadas y fotografiadas de los últimos años, llegando a colgar el cartel de sold out en muchas de sus codiciadas creaciones. O Calvin Klein, rey de esta tendencia durante los noventa... Pero han sido Jill Sander o The Row quienes se han mantenido fieles al espíritu del "menos es más", perfeccionando el concepto de luxury basic en donde la simpleza y la universalidad del diseño se traduce en una calidad insuperable, sin logos ni distintivos que busquen la demostración de un estatus económico o social.
En eso se basa precisamente el silencio, en volver a los básicos, pero hacerlo pensando en el futuro y la durabilidad de una prenda que desea permanecer en el armario de aquel que la compre años y años. El silent streetwear ha llegado para quedarse (o eso esperamos).
Juan Marti Serrano: @sswango
Imágenes: Instagram