“Había probado la horchata de arroz, pero no la de chufa; la he tomado hoy y la he encontrado fascinante, un verdadero sueño”. Evoca su sabor la actriz-icono de Chicago Daryl Hannah, tan alta, tan rubia y con ojos tan marinos. Lo hace vestida con un conjunto negro reciclado por ella misma –“la moda es un sector fantástico, pero para la confección de una camiseta se pierden toneladas de agua, y prefiero reutilizar la ropa”-, y está en Valencia, hablando de un plato de paella vegetariana que también ha probado. Lo hace descalza, con las botas de ante al lado, en la terraza de un hotel de lujo, tocándose un collar de aroma zíngaro que lleva al cuello. Sólo unas medias negras muy finas separan su carne del tacto del suelo, y puede que así se sienta más cómoda. Parece nerviosa –no deja de mover una pierna, entre otros tics-, y se esfuerza en mostrarse a gusto. Es conocida su fobia a las entrevistas y a las relaciones sociales de compromiso, y hasta se ha publicado que de pequeña le diagnosticaron Asperger, una especie de autismo. Pero ahora, en la distancia corta, con sus bellos 50 años, desprende un encanto suave que te envuelve.
“Estoy con la dirección de un documental y de una pequeña serie de ficción, pero me encuentro alejada de Hollywood”, reconoce, “allí hay muchos cretinos, y, cuando tenía 34 años, ya me consideraban una actriz demasiado vieja para las películas de moda”. “Por eso me he sumado a muchas producciones independientes, y lo haré a todas aquellas que me lleguen y me interesen”.
Ese desprecio de los grandes tiburones, y su consecuente apuesta personal por muchas películas poco convencionales –desde la recordada “Una rubia auténtica”, de Tom DiCillo, hasta un extraño remake de “El ataque de la mujer de 50 pies”- ha provocado que, de algún modo, Hannah haya pasado de ser un símbolo masivo a una especie de icono llamativo para los amantes de la serie B: una invitada con ecos de gran glamour y poderoso mainstream al mundo de lo alternativo y lo peculiar. Es por esto que ha encajado de modo estelar en la reciente última edición de la valenciana Mostra de Cinema del Mediterrani, un festival que ha dado todo tipo de bandazos hasta acabar dedicándose al cine de acción y aventuras. “Es evidente que una de mis grandes conexiones con el género se dio en ‘Kill Bill’”, apunta. Desde luego, su interpretación de la asesina tuerta Elle Driver fue memorable. “Tarantino es adictivo”, explica, “se entusiasma tanto por lo que hace que te contagia”. “Habrá un ‘Kill Bill 3’”, revela, “y si sale mi personaje, será sin ojos”. Incide así sobre cómo acabó en la segunda parte: mordida por una serpiente en su ojo sano, y dada por muerta. Ella apenas habla de la continuación –“no puedo contar nada, de verdad”- pero en medios anglosajones se da por hecho que Hannah sí estará en el casting: sería el homenaje de Tarantino a una larga tradición cinematográfica de samuráis ciegos.
Hay otro advenimiento que trae a Daryl al presente y futuro: el del 30 aniversario en 2012 de la mítica película de ciencia ficción “Blade Runner”, y el muy reciente anuncio por parte de la productora Alcon Entertainment de que ha comprado sus derechos. Algo que significa la posible llegada de precuelas, secuelas y hasta de una serie de televisión. “Me quedo con el impacto que para mí supuso participar en la película cuando yo aún no tenía ni 20 años”, afirma. Hannah era Pris, una replicante –androide casi humano- creada para dar placer que ejercía de amante del líder replicante y que casi mata al personaje principal (el caza-robots interpretado por Harrison Ford). “Yo misma participé todo lo que pude en definir el maquillaje, el look y la vestimenta de Pris”, asegura. El peinado palmera, las mallas góticas rotas, las pinturas de geisha pasada de rosca… La actriz tuvo una misión premonitoria de lo que iba a ser la imagen juvenil ciberpunk. “Fue la película que más me ha marcado”, reconoce. “Harrison Ford, que ya era una gran estrella, me ayudó mucho en la escena de nuestra lucha, y de mi muerte”. “El decorado futurista, aunque representaba un escenario de pesadilla, era majestuoso, su arquitectura te dejaba sin habla, realmente te trasladaba a una dimensión inabarcable”. “Ha sido lo más cerca que he estado de vivir en la tierra del Mago de Oz, algo importante, ya que Oz fue el motivo por el que me dediqué al cine”.
Ante la cara rara de quien transcribe esto, ella se explica. “Fue al ver a Judy Garland por la tele como protagonista en la clásica película ‘El Mago de Oz’ cuando me vi atrapada por el cine: esa película me pareció un viaje hacia una vida siempre mejor, más alucinante”. Se recuerda a sí misma de pequeña como alguien “con pocas amigas, volcada en las viejas películas que pasaban en televisión”. “A los 11 años supe que Judy, a los 4, ya tenía agente, y empecé a sentir ansiedad, a querer darme prisa por formar parte de todo esto”.
Y muy joven Daryl participo en “La furia”, una cinta de terror de Brian de Palma. Luego, con el “Blade Runner” de Ridley Scott, se trasladó de lleno a ese sueño de mundos fantásticos que le abducía. Luego, a lo largo de toda la década de los 80, junto a Tom Hanks, hizo de sirena perdida en la gran ciudad en ese ‘blockbuster’ llamado “Splash”, y se convirtió en una estrella y en un símbolo sexual. La fama se prolongó en películas como “Wall Street”, de Oliver Stone, quien estrenó el año pasado su segunda parte. Compartió pantalla con Michael Douglas y Charlie Sheen, cuando parecía que éste iba a ser un actor en vez de un personaje V.I.P de un reality al límite. “En aquel momento, no era fácil una relación profesional equilibrada con Oliver Stone”, añade, “creo que ahora está más tranquilo”. Al menos, no aparece en las noticias detenido por posesión de sustancias, ni estalla en polémicas y controversias socio-políticas. Los grandes taquillazos no dieron a Daryl Hannah el mundo de felicidad que esperaba encontrar en la pantalla. La exposición que todo le comportaba era un trastorno cada vez peor. Se agravaba con la fama que tenían algunas de sus parejas como Jackson Browne y el fallecido John F. Kennedy jr. Respecto a haber estado una vez tan cerca de la legendaria familia Kennedy, insiste, incómoda, aunque muy correcta, en que “la gente tiende a convertir en mitología casi todo lo que tiene que ver con las figuras públicas, y lo que envuelve a los Kennedy es la mayor prueba de ello”.
“Nunca me gustó ser una estrella, ni estar en la lista de las mujeres más deseadas, nunca supe llevarlo, hasta que se pasó la moda, y dejé de formar parte de eso”, reconoce. Comenta de modo natural algo: que no lleva mal el hecho de haberse visto alejada de la primera línea comercial mundial hacia otros aledaños. Le llevó a trabajar en películas como las españolas “Yo puta” y “Two Much” (de Antonio Banderas, su compañero en esta última, opina que puede mostrar mucho más arte que el que le demandan en el cine americano). Y también le ha permitido desarrollar –de modo más evidente que otra gente del espectáculo- una pasión vital hacia la militancia ecológica. Cultiva un huerto y practica la bondad de las energías naturales. Ha llegado a inaugurar el Festival de Cine de Medio Ambiente de Cataluña, presentando allí los cortometrajes documentales de fuste ecológico que ella misma realiza, y que se difunden gratis a través de Internet. “Lo que pasa en Japón con la central nuclear de Fukushima es una muestra más de que tenemos que cambiar de una vez nuestra relación con el planeta”. “Hoy, con ese horror, tenemos la muestra de que ese cambio es la única oportunidad para sobrevivir que tenemos los humanos, si no queremos acabar devastados”. Y mira al cielo, como deseando ayudarle a formar parte de esa supervivencia, fuera de cualquier película.
Por Joan Oleaque. Fotografía de Josefina Andrés
También te puede interesar