La musa moría ayer a los 81 años en su casa de Milán (Italia), de causas que no se han hecho públicas. Dejaba atrás unos 2.865 vestidos y 256 zapatos en el armario más estrambótico y fascinante que jamás haya tenido un gran jugador en el mundo de la moda. Ahora nadie sabrá qué hacer con ellos. Solo la mente de una mujer que trabajó como legendaria periodista de la edición italiana de la revista Vogue, pero cuyo impacto va más allá de su título, sabía cómo convertir ese montón de prendas en lo que Bill Cunningham, amigo personal y fotógrafo del New York Times, describió una vez como "poesía textil". Ese era el talento que perdimos ayer con Anna Piaggi. Era ropa que llevaba no solo a las fashion weeks de todo el mundo, sino adonde quiera que fuera. "Incluso al supermercado. O al banco. Mi vida es muy normal, solo que me encanta vestirme", le explicaría a la revista Paper. Pero no fueron solo las prendas lo que la convirtieron en un icono, sino, como verdadera reina de la moda, la mentalidad que había detrás de su forma de vestir. Esta mujer era capaz de hacer del acto de vestirse (no solo la industria de la moda; el vestirse) un happening artístico. Llevaba el pelo azul bajo unos sombreros (cortesía de Stephen Jones) que eran o demasiado grandes o demasiado pequeños. Siempre llevaba el cuello envuelto en fulares de piel teñida de color neón y un bastón hecho para no pasar desapercibido. O todo iba a juego o nada pegaba con nada. Así era Piaggi, una de las últimas grandes excéntricas del mundo de la moda, la mujer que presentó el estilo vintage a los diseñadores italianos, la que supo reinventar, como solo tan poca gente hace cada muchos años, el concepto de la moda. Empezó su carrera como traductora para la editorial Mondadori en su ialia natal, pero al poco ya estaba escribiendo para Vogue Italia, entre otros. Y en cuanto contactó con el mundo de la moda, la conexión fue inmediata. Karl Lagerfeld se enamoró artísticamente de ella, la declaró su musa y llegó a afirmar en repetidas ocasiones: "Anna inventa la moda". El diseñador pasó 10 años dibujando en su diario los vestidos de Piaggi. No era el único en verla como a una musa. Lo mismo le pasó a Manolo Blahnik y a Stephen Jones, que dijo de ella: "Es un talismán para todos aquellos que, por todo el mundo, creen que la moda es una forma de expresión que debería manifestarse en cómo vestimos". Otra de sus relaciones más especiales fue con el fotógrafo de moda del New York Times, que en 1994 llegó a decir de ella: "La moda, que muchas veces se hace pasar por arte, se convierte en expresión artística en Piaggi. Crea su propi0 entorno y no está hecho para ser imitado". Tomás Castroviejo

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