La legendaria editora de la revista Cosmpolitan de los años sesenta a los noventa, Helen Gurley Brown, moría ayer a los 90 años. Precisamente ahora, que se cumple medio siglo de aquel 1962 en el que ella ayudó a cambiar -un poquito- el mundo; aquel 1962 que empezó con un telegrama de su madre: "Querida Helen, si te decides rápido creo que todavía podemos detener la publicación de ese libro". Se refería a un libro que había escrito Brown y que estaba a punto de llegar a las librerías: Sexo en la soltería, se llamaba. Enseñaba a las mujeres sin pareja estable a disfrutar la búsqueda del hombre de su vida con despreocupado abandono. Cómo tener relaciones sexuales antes del matrimonio, cómo vestirse para llamar la atención de los hombres, cómo tontear y cómo gustarse aún sin cónyuge... Cómo no conformarse con lo primero que vieran. Para disgusto de la madre de Brown, el libro estaba llamado a revolucionar a toda una sociedad en la que una mujer que no tuviera marido a los 23 años se consideraba una solterona. Se convirtió en la referencia de la década, el primer paso para la liberación de la mujer que solo había empezado allí. Claro que era una liberación relativa: el planteamiento de Brown era que las mujeres deben mantenerse bellas y en forma, y vestirse adecuadamente porque terminarán encontrando al hombre de sus vidas, porque eso todavía era el Santo Grial femenino, y tenían que estar preparadas. Desde entonces se lleva discutiendo el supuesto feminismo de Brown, si era una retrógada encubierta o la feminista que ella se consideraba. Es exactamente el mismo tipo de debate que suscitaría, 40 años después, la serie Sexo en Nueva York, cuyo título y cuya protagonista, Carrie Bradshaw, son homenajes más o menos traslúcidos de esta revolucionaria mujer. En 1965, Brown pasó a ser editora de Cosmpolitan, entonces todavía una revista para supervivientes de la Segunda Guerra Mundial: iba dirigida a mujeres que casadas que  a hacer dieta y querían cuidar a sus hijos y hacer la mejor gelatina del barrio. La flamante editora cambió este enfoque y la industria nunca fue la misma. Barnizó la publicación con el mismo mensaje liberador que en su libro y el resultado fue histórico. Nunca se había relacionado tanto la identidad de una revista con la personalidad de su editora. Donde hacía unos meses la portada de Cosmopolitan lucía a una mujer correctamente vestida tras el titular "¿Heredaran tus hijos diabetes?", ahora llevaba a una modelo rubia despampanante con el mensaje: "El mejor amante del mundo; cómo fue ser seducida por él". El éxito fue total: de vender 80.000 ejemplares al mes pasó a vender tres millones. Brown se había convertido en una estrella: ataviada siempre con sus joyas enormes, sus minifaldas y sus medias de rejilla (que llevó hasta hace diez años, a los 80) se convirtió en una presencia fija en las fiestas de la alta sociedad y los programas de televisión. Durante años, fue la santa patrona de las revistas femeninas... hasta que, empezando en 1977, comenzó a dar muestras de que estaba perdiendo el contacto con sus lectores: ese fue el año en el que varias feministas (un movimiento que ya había superado su visión de 1962) boicoteó Cosmopolitan acusándola de vender una imagen conservadora e insultante de la mujer. Once años después a Brown volvieron a lloverle las críticas por publicar un artículo en el que restaba importancia al riesgo del SIDA entre mujeres heterosexuales. En los 90, cuando las demandas por acoso sexual se hicieron más frecuentes, ella dijo que la atención de un hombre siempre era de agradecer. La circulación de la revista fue cayendo y, en 1997, Brown fue obligada a jubilarse. Ninguno de estos traspiés logro disminuir la importancia de su figura: la brillante editora de Cosmopolitan que cambió la industria para siempre. Tomás Castroviejo

También te puede interesar