Dicen que
Elsa Schiaparelli se escandalizó la primera vez que vio a su nieta Marisa semidesnuda en una revista de moda. La diseñadora del surrealismo hubiera preferido que se casara con un hombre de buena familia y tuviera una vida opuesta a la que ella había vivido. Pero, si frustró los deseos de su abuela, no puede decirse que no lo hiciera a lo grande. Desde hace décadas,
Marisa Berenson ha lucido por medio mundo un estilo de vida rutilante entre la moda, el cine y el arte. Nadie sabe decir dónde reside exactamente su talento, pero nadie duda de que lo tiene. Y mucho.
Ya desde su nacimiento parecía claro que la pequeña Marisa no estaba destinada a llevar una vida normal. Su bautizo, inmortalizado por
Irving Penn, dio a conocer al mundo al nuevo miembro de una de las familias más extraordinarias de la alta sociedad, donde la transgresión creativa de los Schiaparelli se unió a la respetabilidad de los Berenson. Tanto Marisa como sus hermanas pasaron las Navidades de su infancia en el chalet que la familia tenía en Suiza, con vecinos tan “corrientes” como
Greta Garbo,
Deborah Kerr o
Gene Kelly. Cuando era ya una adolescente, Marisa fue a visitar a su padre, que estaba gravemente enfermo y residía en Nueva York. Fueron a una fiesta, la última a la que acudirían juntos, y que fue paradójicamente el inicio de la carrera meteórica de Marisa en el mundo de la moda. Todo sucedió a raíz de un encuentro con
Diana Vreeland, la legendaria editora que había introducido la fantasía y el exceso en la fotografía. Conocía a Marisa desde pequeña, ya que era una gran amiga de su abuela, pero en aquel momento tuvo claro que estaba ante un diamante en bruto. Y esta primera oportunidad para la "niña de la familia" le costó la enemistad con Schiaparelli, que le dejó de hablar durante años.
Al poco tiempo,
Marisa Berenson se había convertido en una de las modelos más cotizadas de la época, que rivalizaba con iconos de la categoría de Twiggy. Tuvo el privilegio de vivir la etapa más espléndida de Vreeland, cuando los grandes
shootings se hacían en países exóticos sin límite aparente de presupuesto. Fue en aquellos años cuando trabajó con fotógrafos de la talla de
Irving Penn,
Richard Avedon o
Cecil Beaton. Poco a poco, Marisa Berenson iba forjándose una imagen personal. De hecho, durante una sesión con Irving Penn “inventó” sus características pestañas extralargas, que obtenía aplicando el maquillaje a cada pestaña, una por una, haciendo suyo ese refrán de abuela que dice que "para presumir hay que sufrir"... y armarse de paciencia.
Y, cuando ya era una estrella de la moda, el cine llamó a su puerta. La oportunidad surgió, de nuevo, gracias a un amigo de la familia: el director italiano
Luchino Visconti, que decidió incluirla en el reparto de
"Muerte en Venecia". Aunque ella jamás se había planteado ser actriz, apareció en algunas películas realmente importantes, como
"Cabaret" -donde compartió escenas con
Liza Minnelli que le valieron una nominación a los Globos de Oro- o
"Barry Lindon", de
Stanley Kubrick, sin duda su papel más recordado. Este trabajo la mantuvo durante un tiempo apartada de su ajetreada vida social. Porque, todo hay que decirlo, Marisa Berenson era protagonista de interminables fiestas en
Studio 54 y
Les Bains.
Aunque se ha dejado ver poco en los últimos años,
su enorme álbum fotográfico queda reflejado en un libro publicado por la editorial Rizzoli: "Marisa Berenson: a life in pictures". Cuando le preguntan si se arrepiente de algún aspecto de su vida, lamenta que su madre se negara a que
Salvador Dalí la retratara desnuda cuando era adolescente. Y es que, excepto posar desnuda para el gran maestro del surrealismo, hay pocas cosas que Marisa Berenson no haya hecho.
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