“Hilo musical” (Alpha Decay) es la primera novela de Miqui Otero. Hay disfraces, mucha música, un parque de atracciones, coches de choque, chicas guapas y chicos tímidos y mil referencias geniales. Miqui deslumbra.
En un momento de la historia el protagonista dice: "Estoy empezando a descubrir la música. Lo que me gusta y lo que no. Antes, cuando me preguntaban, decía que todo...". ¿Es esa una de las peores respuestas que se pueden recibir de una persona? ¿A ti te enternece? ¿O te enfada?
La cinta total de ese al “que le gusta de todo” me enternece de algún modo si la veo en el salpicadero del Seat Panda de un tipo que no llega a fin de mes. Me parecía tierna, también, cuando me la decía el ligue veraniego de turno de la aldea gallega. Pero no me gusta cuando lo dice un crítico musical, de esos que parece que hayan subido a un montecito, hayan recibido las tablas de piedra de la verdad para regresar de las alturas con una verdad tutorial, un canon del buen gusto que es lo que debe recibir con un amén todo quisqui –los mismos discos deben gustar al gasolinero de Almería y al estudiante de Zaragoza, uno de ellos recién separado de su novia eterna y el otro que se está acicalando para salir de fiesta por primera vez…
En general creo que es muy difícil que te guste todo. O conoces poco y piensas que es todo o conoces mucho pero no prestas demasiada atención. Lo mismo que con los grupos o las canciones o los libros sucede con los seres humanos. Es difícil tener un millón de amigos, se supone que escoges la gente que quieres y no tienes cariño para todos aunque te clonen mil veces.
Por último, añado una cosa: si el “a mí es que me gusta de todo” fuera un nombre propio, el apellido, lo que siempre viene después, sería una frase del tipo “de todo, ¿eh? Tecno-jaus, salsa, pop-ró con mayúscula, Phil Collins, los Rollins”…
Me gusta muchísimo la existencia y la importancia de la Cinta de las Rápidas y de las Lentas. Aunque se desvelan algunos títulos, me encantaría saber si tú también tuviste una Cinta de éstas y qué canciones había en cada cara.
La Cinta de las Rápidas y las Lentas es algo precioso. Aunque debería tener unas reglas de uso. Se debería hacer a muy temprana edad. Cuando todavía no se tiene dinero para comprar discos, ni siquiera para bajarlas. Es una cinta que tiene muchísimo mérito. Porque se hace, cuando aún se es un niño, con las canciones que se escuchan en la radio. Primero hay que grabarlas, intentando que la voz del locutor eufórico de radiofórmula no las chafe demasiado. Luego se escogen y se ponen en una cinta de 90 (los niños más macarras podrían intentarlo con una de 120, si bien no es muy recomendable). En esa cinta, se creerá con fe casi religiosa que se tiene capturada la mejor música jamás grabada. Y esa música puede resultar ser, pasados los años, lo peor de lo peor. Pero debe ser sagrada en ese momento. Y pueden caber los nombres más horribles, desde u2 hasta canciones de rock radical vasco, mezcladas grácilmente con “la canción del anuncio de la colonia aquella”. Evidentemente, el siguiente paso es regalarla a la chica de los aparatos.
En realidad, es la versión aplicada a los ritos iniciáticos adolescentes que hizo, a escala intergaláctica, Carl Sagan, cuando lanzó un disco con músicas de todo el mundo que pretendían iluminar a las inteligencias que lo pudieran interceptar en otros puntos del universo. Pues lo mismo, pero con granos en la cara, grabando de la radio y regalando a la persona no adecuada.
¿Cuántas cintas de cassette grabaste para regalar en tu adolescencia? ¿Y para quién? ¿Me contarías la historia de alguna?
Grabé demasiadas cintas. Mi doble pletina, además, hacía un ruido horroroso. Recuerdo grabarlas sentado como un indio en el suelo, ante la minicadena, a altas horas. Por alguna razón me daba mucha vergüenza que entraran mis padres, por lo que grabar cintas de madrugada se convirtió en algo tan clandestino como “jugar al cinco contra uno con películas subiditas de tono a esa misma hora. Era algo muy íntimo, pero me pillaron mil veces haciendo air guitar estirado en el suelo. Grabé muchas, fracasos estrepitosos y alguna victoria aplazada. Hacer una cinta es como investigar un gran avance de la ciencia en el laboratorio: el mad doctor cree que tiene la gran fórmula contra la antimateria o sobre los agujeros negros o los universos paralelos, pero luego lo expone y la comunidad científica lo recibe con indiferencia. Pues lo mismo, pero con chicas. Sin embargo, la que más recuerdo es una que le grabé a un gran amigo. Un tipo muy especial con el que solíamos escribir a cuatro manos. No era de mi familia, pero se llamaba como yo: Miguel Otero (una de las razones por las que firmo Miqui). Parece un relato de dopplengangers de Poe, pero simplemente es que en Galicia hay unos cuantos Oteros. Le grabé una que venía a ser el resument del último verano de borracheras, confidencias y descubrimientos de cosas chulas. Se la iba a dar en Navidad, pero falleció y esa cinta nunca llegó a ser entregada. Permanece en un cajón como una cápsula del tiempo de los últimso días de nuestra amistad. Aún grabamos mixtapes. De hecho, organizamos un par de Cumbres Bracelonesas de la Mixtape: un grupo de unos 20 colegas que grababan una cinta a ciegas, se metían en una bolsa y se iban cogiendo al azar. Hubo apuestas osadas en contenido y en presentación (uno muy vanguardista hizo una portada con un condón, mientras que otros optaron por el collage más clásico). Y unas cuatro veces más cervezas que el número de asistentes y firmas.
Me gustaría mucho que le dijeras a los lectores qué es exactamente un "viejoven" y que hablaras de los beneficios, ventajas o desventajas de serlo o no serlo.
Un viejoven es un adolescente eterno, pero también un viejo precoz y un nostálgico prematuro. Es uno de esos hikikomoris sentimentales que se han bajado la madurez por Megaupload. Que no han quemado etapas, que son serios, antes de haberse divertido de verdad. Son gente a la que nadie ha dado una razón para mudarse al mundo adulto, pero que se sienten incómodos en el juvenil. Nuestra generación, y más todavía los más pequeños, está llena de viejóvenes. En la novela hay una amistad sincera y leal entre un viejo que se siente más o menos joven (Inocente) y un joven que se siente viejo sin haber vivido aún nada. El culto imbécil a la juventud nos hará envejecer sin dignidad. Tuve mi propia epifanía cuando un día me quitaron el Carnet Joven de La Caixa a los 27 años. Cuando ya estaba acostumbrado a no serlo, cuando incluso algún mocoso me llamaba de usted en el metro, un día perdí la cartera. Al renovar la tarjeta, me volvieron a dar el Carnet Joven. Al salir, aturdido, de la oficina bancaria, vi a un tipo medio calvo, con una chaqueta de colores chillones haciéndose el guay: La Caixa había decidido, unilaterlamente, aplazar el periodo de juventud hasta los 30 o más. Parece un capítulo de La dimensión desconocida, pero la cosa tiene miga, es sintomática de otra cosa.
Hay una imagen preciosa en el libro. En un momento dices que "leeía con las manos". ¿Tú lees así, casi físicamente?
Supongo que esa frase es una mezcla de la expresión “le gusta más eso que comer con las manos” y de algunas imágenes de gente leyendo a mil por hora, sólo poniendo los dedos en las páginas, de pelis de mi infancia como El chip prodigioso o Cortocircuito. No es, en ningún caso, un guiño a las manos con ojos de ese monstruo tan feo de El laberinto del fauno.
Me gustan las cosas usadas y los libros de segunda mano. Me gusta maltratarlos. Creo que el culto al objeto del libro, su mitificación en esos altares del tedio que son las estanterías españolas, ha derivado en, directamente, no abrirlos. Yo no respeto los libros, los subrayo con bolígrafo y doblo sus páginas y pongo post its de colores que convierten sus lomos en arco-iris portátiles –pero arco-iris arruinados, como de peli de poco presupuesto-. Leo libros como quien ve el fútbol: comento la jugada, grito “al larguero”, tomo notas con muchos signos de exclamación. La prueba exacta de si me ha gustado o no, es la cantidad de tinta y notas que yo haya tomado y lo hecho polvo que lo haya dejado. La cosa tendría un símil sexual que me ahorro. En todo caso, hay que perderles el respeto a los libros. Vamos, hazlo conmigo, ¡coge ese tomo de Vargas Llosa y arráncale cuatro páginas! ¿Te sientes mejor?
>Pasa a la página siguiente.
El hecho de haber escogido un parque de atracciones como epicentro de la acción me parece alucinante. ¿Qué sentimientos te provoca un parque de atracciones? Quiero saber todo lo que ha pasado entre ti y entre los parques de atracciones. En la infancia, la adolescencia y la madurez. Me inquieta muchísimo.
Los parques temáticos me asustan mucho, a la vez que me fascinan, por supuesto. Situando la acción en uno de ellos, y además inventado, pretendía crear un limbo donde los personajes estuvieran separados de su entorno cotidiano y familiar, y donde pudieran surgir amistades puras y no contaminadas por el pasado de cada uno. La vida es un juego de simulacros, y esa farsa se acentúa mucho más en los lugares donde es obligatorio divertirse, como es el caso. E igual de desgraciado es el currante que se achicharra bajo el disfraz, que el cliente que debe divertirse aunque se quiera pegar un tiro en la cara a la hora y media de cola para visitar un tobogán acuático de tres metros. En parques de atracciones me ha pasado de todo y de forma intensa –pérdidas, horror al ver a un hombre chutando su cabeza de disfraz, subidones y no sólo con las atracciones y muchas otras cosas-. Pero la novela ya es suficientemente autobiográfica como para seguir por ese camino, así que hablaré del futuro. Me muero de ganas de ir a Dinópolis, uno que me recomendó una amiga, un parque temáticos de la cosa dinosáurica que está, nada menos que, en Teruel. Me encantaría ir a Teruel y revivir la época en la que “los dinosaurios dominaban la tierra”.
Respecto a los disfraces... ¿No crees que son una de las cosas más desasosegantes del mundo? ¿O no? Por favor, quiero saber de qué te has disfrazado a lo largo de tu vida. ¿Te gusta hacerlo?
No en otra vida, no, en la mía propia, yo fui un ratón de laboratorio. Literalmente, primero porque me disfrazaron de ratón a l poco de nacer y luego porque durante toda mi infancia me estuvieron disfrazando. Soy hijo de maestra de niños (y sobre todo niñas) de ocho años. Así que durante la mejor época de mi vida, sólo veía melenas y voces dulces desde mi carrito (una especie de paraíso islámico en chiquipark). Ellas, y mi hermana y mi prima también en los veranos gallegos, siempre me disfrazaban. Tengo fotografías disfrazado de elegante espía del MI6 británico, de David el Gnomo (humillante, muy humillante, porque era uno de los más bajitos de la clase, "soy siete vecesmás fuerte que tú" se convirtió en mi primer mantra de autoayuda) y también de jeque árabe, con una toalla de Naranjito haciendo las funciones de kufiyya, de pañuelo de algodón, y unas gafas de sol de mosca. Durante mucho tiempo fui el miniyo de maniquí de mucha gente. Mis mayores miedos infantiles llegaron pronto con Ronald McDonald, además. Me he disfrazado de todo tipo de cosas. Aún lo hago, con mis amigos, en una fiesta anual que hacemos. Nos hemos disfrazado de Team Zissou de Life Aquatic y de la serie de culto El Prisionero (disfraz francamente hostiable, porque nadie sabía de qué napias íbamos vestidos) y de Teen Wolf. Un amigo es especialmente bueno: se disfrazó el año pasado de mosca cojonera (podéis imaginar qué atributos subsaharianos se puso para la ocasión). Todos, en el fondo, estamos disfrazados siempre (por las convenciones que nos obligan a ser de un modo u otro), por eso, para mostrarnos como somos, nos ponemos otro disfraz encima. Ese es uno de los juegos de la novela.
Me encantaría que profundizáramos en la importancia de la cháchara de bar. Por lo que puedo inferir después de leer "Hilo musical" para ti es vital, trascendental, reveladora y necesaria. ¿Me equivoco?
Soy de los que creen que un chiste es un modo de sociología popular concentrada. Un chiste, sobre un pueblo o sobre una comunidad, explicará mucho mejor sus neurosis y manías que un largo ensayo académico. La lengua oral de bar está viva, es centelleante y excesiva. Es fantasiosa, al menos en la era pre-iphone en la que debías confiar en todos los datos (con cada cerveza más exagerados) que te contaba tu interlocutor. Al calor de las birras, toda historia se vuelve más fascinante. Soy feliz cuando cualquier amigo se ve forzado a levantarse de la mesa para darle énfasis a su historia, por pequeña que sea. Por otro lado, estoy harto de esas novelas en las que los personajes españolas parece que hablen como con subtítulos de una película de Tarantino. “Pichulín, ¿sabes dónde pillar mierda de la buena”. La gente no habla así. Con cada generación que muere, se pierde un poco de nuestro pasado a través de su lenguaje. Me tomé eso muy en serio. Para que mis personajes mayores hablaran como lo hacen en los bares, inventé entrevistas con músicos de los años sesenta y los grabé. Luego en casa, me fijaba en cada giro en su forma de hablar. Si Inocente dice “causó sensación” es porque la gente de su edad lo decía. Desde luego, no todo está en los libros. Hay más historias en una bodega que en el 90% de bibliotecas mejor surtidas. Hay que escribir mirando a la calle, no a tus estanterías.
Ya que estamos hablando de figuras importantísimas, me gustaría que lo hiciéramos sobre esa persona que todo el mundo menos los autodidactas conoce: aquella que te inicia en la música. ¿Quién fue tu iniciador? ¿Has iniciado tú a alguien? ¿Cómo fue en ambos casos?
Ahora que hay un acceso tan rápido a cantidades indecentes de información, se ha desdibujado la figura del tutor que guía tus primeros pasos. Y yo lo veo esencial. Inocente es una especie de homenaje a esa figura, que le da una intención a tus descubrimientos. Dos de los primeros que yo tuve han muerto, así que prefiero no hablar del tema. Pero en ese juego entra todo tipo de gente, y de amigos que vas encontrándote por la vida. En mi caso, espero serlo; cada vez que escribo estoy buscando un lector que no acabe mi texto porque se ha levantado y se está poniendo la cazadora para ir a buscar el disco en cuestión a la tienda o encenciendo el ordenador para bajárselo. Es el motor de la mayoría de cosas que hago. De las fiestas donde regalábamos recopilaciones, de mis artículos periodísticos y también, desde ahora, de mi narrativa.
¿Qué cosas te hacen gracia?
Me hacen mucha gracia muchísimas cosas. El juego de las puertas de Humor amarillo, la crítica del disco de Jet de Pitchfork (el monete meándose en su propia cara), la idea de Patricia Gaztañaga como primera dama del dictador de Corea del Norte, las pedorretas falsas, ver el telediario sin volumen, los libros de Wodehouse, los suricatas, los anuncios de Andropenis y de la cuerda de saltar sin cuerda (en general, los trucos más inmundos de la publi me hacen gracia por no llorar), los lenguajes inventados – tengo un amigo que a todo lo llama jamón, algo confuso cuando te pide el jamón en una cena en la que se puede comer ibérico-. Me hace sonreír la típica chica que sabe que es guapa y camina en consecuencia y también la que piensa que no lo es y por tanto cree que es invisible, que nadie la mira. También un abuelo compartiendo confidencias con su nieto. Y los viejos que miran obras. O los niños que tienen que recorrer tres metros y lo hacen corriendo. Y los guitarristas de macho-rock que usan su guitarra como si fuera su cimbrel. Y los chistes más chorra. Dos ejemplos: Uno, ¿Cómo llama un vaquero a su hija? Yiiiha. Dos, ¿Cómo llama una foquita a su mamá? ¡Modah Focah! Como ves, soy muy barato.
Por Marta Hurtado de Mendoza
Fotografía de Elena Grimaldi
"Hilo musical" está publicado por Alpha Decay
Miqui estará presentando su novela el martes 9 de noviembre a las 18:00 hs en Fnac Callao (Madrid). El jueves 11 de noviembre a las 19:30 hs en Fnac A Coruña. Y el viernes 12 de noviembre a las 19:30 hs en Fnac Parque Principado (Oviedo).
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-LA MINA SIN FIN.
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