Esta vez hemos elegido el centro más céntrico de Londres para alojarnos. Ese donde un Cupido con su arco y flechas juega a dar matches entre los viandantes que pululan a su alrededor: Piccadilly Circus, uno de los emplazamientos más reconocibles en el mundo entero junto con el Big Ben y los autobuses de dos plantas. Y en esta localización tan extraordinaria, nos alojamos en el Royal Café, para poder vivir la ciudad desde su epicentro.

Un establecimiento cargado de historia, y no solo arquitectónica. El Royal Café es un edificio emblemático de finales del siglo XVIII, donde Regent Street besa la famosa plaza de Piccadilly pero, en distintas épocas, también ha sido la sede donde se reunían personajes ilustres del momento como Oscar Wilde, la familia Windsor o ya en su época más cercana, los Rolling Stones o David Bowie, al que le dedica uno de los bares dentro del local: Ziggy’s.

A parte de estos nombres propios de gran relevancia, siempre ha sido frecuentado por bohemios que daban cuenta de las botellas de absenta cuando empezó a ponerse de moda. También era un lugar donde intelectuales y políticos debatían sobre la organización de la sociedad, o encendían nuevas corrientes de pensamiento que pronto correrían por el resto de países.

Con todo este bagaje a cuestas, se encarga la restauración del edificio, el gran arquitecto David Chipperfield, un creador de espacios que se caracteriza por lo que yo llamaría un minimalismo escandinavo, ya que hace un uso de la distribución cercano a Mies van der Rohe pero con un toque cálido que nos acerca más al diseño sueco. En Madrid, da buena cuenta de ello en una serie de habitaciones que ejecutó para el hotel Puerta de América.

Al no poder tocar ningún elemento de la fachada por ser un edificio protegido, tuvo que crear una segunda piel para el mismo en su parte interna, o sea, un edificio dentro de otro edificio que lo aísla del bullicio exterior, creando un oasis de tranquilidad que resulta muy apreciable.

Como anécdota, señalar que el uso de mármol de Carrara fue tanto que hubo que reforzar la estructura del edificio para que pudiera soportar dicho peso, ese que no percibimos al mirar la solida bañera o los lavabos cincelados en una sola pieza. Y es que están tan bien adecuados al entorno por su disposición y la iluminación, que parecen levitar ante nuestros ojos. 

El lobby es un espacio enorme y diáfano que gira en torno a una lámpara de cristal que cae del techo como una cascada y que genera un movimiento centrípeto que atrae al huésped y lo vértebra en torno suyo, haciendo que el enorme espacio no se haga inhóspito, sino acogedor. En las cuatro esquinas, Piero Lissoni, que firma únicamente esta entrada en todo el proyecto, coloca juegos de sillones que ponen el contrapunto más humano a la escala descomunal que nos encontramos.

El tratamiento de los pasillos también es más que destacable. Con un aire claramente japonés, consigue hacer de estos espacios alargados y sin luz natural, un remanso de paz por el que circular con una sonrisa. 

Bajar al spa es una experiencia donde Chipperfield también juega con las escalas, creando una cueva de techos interminables que con su luz tenue, nos acuna nada más llegar. A destacar su Hammam, en mármol como no, cuyo despiece es una demostración de maestría sin ambages.

Muy recomendable su restaurante Laurent, donde puedes pedir comida japonesa que un sushi man prepara para ti en una barra de mármol y, al mismo tiempo, una carne a la brasa que hará las delicias del paladar más exquisito (veganos aparte). Realmente una experiencia a repetir.

Estando tan cerca de todo, no podemos dejar de hacer una visita al matrimonio Arnolfini en la National Gallery y ya de paso, visitar Dover Street Market para apreciar los diseños más alternativos que las firmas más emblemática presentan (y donde siempre encontramos personajes en busca de lo último). Tampoco queremos perdernos la exquisita tienda de dulces japoneses que son un hit del momento en Londres... y lo serán en breve en España. Las delicias se suceden en sus estanterías colocadas con criterio y atractivas al paladar, que no para de salivar desde que cruzas ese umbral nipón que nos fascina tanto.

Queremos despedirnos de la ciudad con un broche de oro español ya que junto a la entrada del hotel, Albert Adrià ha establecido su local en la capital británica: Cakes and Bubbles. Aquí es donde el hermano del cocinero más famoso del mundo, experimenta con texturas y combinaciones de sabores para juguetear con nuestra mente a través del paladar y dejarnos un sabor de boca inmejorable. Sin duda, si visitas la ciudad, no te pierdas esta experiencia culinaria, exponente de un refinamiento particularmente español del que debemos sentirnos más que orgullosos.

Carlos Sánchez

Imágenes: Propias y cortesía del Hotel Cafe Royal