Lo reconozco: hace varios días aún me costaba aceptar que las vacaciones habían terminado. Y sé que vosotros también sentíais lo mismo, por mucho que fingieseis haber superado la depresión post-verano. Pero yo me negaba a hacer como si nada pasara. No quería abrir el armario y tener que mirar de reojo las chaquetas que pronto iban a tapar mi moreno latino. Ese que tanto me ha costado conseguir después de fichar cada día en la playa, de nueve de la mañana a siete de la tarde. Es decir, una jornada completa en toda regla.
Pero cuando el cielo parecía volverse gris y las responsabilidades estaban a punto de llamar a la puerta, un alma caritativa con el nombre de Ron Barceló iluminó mi existencia. Él me propuso un plan que nadie sería incapaz de rechazar: viajar a Ibiza durante un día entero para disfrutar de ocho horas seguidas de fiesta. Justo como lo que dura la vida de una libélula. Ante todo, aquello suponía un reto personal (especialmente si tenemos en cuenta que mis vacaciones habían sido de todo menos healthy); pero esa huida hacia la isla de los excesos era mi última oportunidad para dar carpetazo al verano.
Como buen periodista de lifestyle, no me lo pensé dos veces. Me fui corriendo a casa a hacer la maleta y empecé a meter primero los imprescindibles, después los "porsiacaso", y por último todos aquellos chismes que, aunque no sirven para nada, siempre me acompañan en los viajes. Mejor no preguntéis de qué va la cosa. Por supuesto, como buen periodista de lifestyle, se me olvidaron las chanclas y la crema solar. Tampoco llevé ni toalla ni los must have que yo mismo recomendaría en un post sobre cómo viajar a un destino con playa. Pero ya sabéis el dicho: consejos vendo, que para mí no tengo.
Me monté en el avión a eso de las siete de la mañana. Me dormí nada más despegar (horas después, con varias copas de más, el pasajero que iba sentado a mi lado me confesó que tuvo que apartarme la cabeza hasta cinco veces). ¿Vergüenza? Para nada. Al llegar a la isla, la humedad y los guiris con espaldas quilométricas me dieron la bienvenida. Ahora sí que sí estaba en Ibiza, y cada vez quedaba menos para las prometidas ocho horas de fiesta.
Mientras tanto, fui a la playa, me quemé el cuerpo de arriba abajo y comí en uno de esos beach club que combinan a la perfección estética y gastronomía tradicional. Me sentía como en casa de mi abuela: da igual lo mucho que comieses, porque nunca, absolutamente nunca, es suficiente.
Sin quererlo, la tarde se me echó encima; no podía perder más tiempo. Rápidamente acudí a una mansión escondida en la sierra de Ibiza, con piscina y palmeras incluidas. Era uno de esos lugares en los que no me hubiera importado encerrarme todo el verano y hacerme selfies a lo desesperado en su jardín infinito, o en su terraza chill out. ¡Un paraíso en mayúsculas!
Allí conocí a todos los actores españoles del momento.
Miriam Giovanelli, por ejemplo, me contó la escena final de
Velvet (¿envidia?) y me confesó que adora la rutina. “Me levanto muy pronto todos los días. Yo a las siete siempre estoy en pie, trabaje o no. Me chifla desayunar fuera de casa y visitar cualquier museo. Últimamente he aprendido a ir a ver solo una obra, así la disfruto como si estuviese colgada en mi casa”.
También aluciné con la evolución de
Maxi Iglesias y
Andrea Duro. Con ellos crecí en la adolescencia. ¡Cuántas veces había soñado con estudiar en el famoso Zurbarán! Pero aquellos, por suerte, eran otros tiempos. Ahora los dos actores han superado su estética cani (como la mayoría de los millennials) y están tratando de encontrar proyectos que respondan a su madurez. Al parecer van por el buen camino. En la mansión escondida también había, cómo no, grandes influencers.
La youtuber
Desahogada nos deleitó con algunas de sus voces (la de
Blancanieves incluida). Y
River Viiperi, modelo y ex de Paris Hilton, me aseguró que lo tiene todo planeado cuando se acaben las pasarelas. “Mi plan B, que es la carrera de DJ, ya lo tengo puesto en marcha. El plan C es la interpretación. Pero tiempo al tiempo; prefiero no tener prisa”. Después de hablar de su futuro y de la muerte de Ibiza, Viiperi se despidió de mí. Y justo cuando se estaba marchando, volvió para decirme: “Por cierto, creo que te has quemado un poquitín en la playa”.
Quizás para olvidar esa sarcástica frase (sin mala intención, claro está), me aferré a la barra del catering. Era un sitio privilegiado, para qué mentir; desde allí controlaba cuáles eran los mejores canapés del chef
Jesús Almagro y analizaba cómo los barmen (y barwomen) preparaban mojitos bien cargados de historia. También observaba el primer concierto del grupo madrileño
TooRoosters. Para cuando terminaron su actuación, yo ya había perdido el sentido de la vergüenza, así que les felicité, les pedí su Instagram y les recomendé que siguieran mi cuenta (recordad: siempre hay que barrer para casa).
El DJ JP Candela tampoco dudó en formar parte del evento. Su música electrónica acompañaba a todos los jóvenes –y no tan jóvenes- que estaban dispuestos a dejarse la piel sobre la pista.
Ellos eran el claro ejemplo de
#LibeForEver, del ahora o nunca, del vivir tan intensamente como lo hacen las libélulas. Y yo, sin ningún tipo de duda, necesitaba una master class express. De repente, las luces de la piscina se encendieron y cuatro bailarinas de natación sincronizada me dejaron con la boca abierta. ¿Eran ellas nuestras representantes en los
Juegos de Río? La respuesta me la dio la instagramer catalana
Gigi Vives: “Creo que has bebido demasiado ron”.
Y probablemente no le faltara razón, pero qué le iba a hacer: eran mis últimas ocho horas de verano, estaba en Ibiza y, viendo todo lo que había ocurrido hasta el momento, la noche prometía.
¿El siguiente paso? Continuar bailando en la mejor discoteca de la isla. El resto, es historia.
Descubre el nuevo espíritu
LibeForEver de Ron Barceló en:
www.unavidaenteradefiesta.com
Pablo Gandía -