El grupo canadiense dejó en manos del californiano Baths la puesta a punto de un directo que se descubriría brujo. Y fue el crudo andamiaje de la electrónica de Will Wiesenfeld el que se encargó de construir en el público la intriga por averiguar qué oscuro plan se iba a tramar esa noche. Cuando Baths terminó, en lo alto de las paredes blancas del escenario circular de Shôko se proyectó una simbología compuesta por un minotauro, una serpiente retorcida y una con dos culebras en cada mano.
Por fin salió Katie Stelmanis acompañada del resto de la banda, con la ausencia de las hermanas Lightman, que hasta ahora hacían los coros de Stelamanis pero durante esta gira se encuentran centradas en su proyecto aparte “Tasseomancy”. Katie saludó a los asistentes en español y la oscuridad inicial de What we done eclipsó su centelleante vestido rosa. Ocho sombrillas de aspecto chinesco salpicaban el escenario, que se convirtió en la burbuja luminosa que aportó la viveza y el color a la penumbra de las letras de Olympia y Feel it break. Mientras cantaba Painful like, Stelmanis se agachó y se inclinó hacia el público, como si intentase prevenirle del hechizo que iba alanzarles poco después. Cuando tocaba el teclado, lo hacía rápido, como si sus dedos se hubiesen enzarzado en un baile puntiagudo y saltarín con unas teclas que amenazaban ardientes. Sonó Forgive me. Durante el final de The choke, el último grito que Katie emitió vino acompañado de un gesto: se llevó las manos a la cabeza. Pero todo estaba bajo control. Todos estábamos bajo su control. Sleep vino acompañada de una especie de danza animal de conquista. Cantaba en cuclillas, con la cara tapada por su pelo rubio y mirando hacia abajo. En el apogeo de sus magníficos agudos se levantaba para después acercarse al teclado de nuevo y agarrarse a él como si fuese una fuente de vida. Llegó Home y la gente comenzó a saltar a la merced del conjunto extraño de la letra triste y su melodía pegadiza. Dos temas más y Katie volvía a agacharse y, acechante, agitaba los brazos como ave que vuela en busca de su presa. "Nobody knows what I bring", cantaba Katie en The future. Nos estaba avisando. El megatron nubló la escena y la luz verde se tornó amarillenta y algo más tibia. De repente se ralentizó el sonido del teclado y poco a poco Lose it tomó forma. Katie guiaba con gestos a la gente para que no se apresurase hasta que, la luz se volvió roja el público estalló en saltos. Stelmanis se recreaba en su voz y jugaba con desidia a entonar de espaldas a los asistentes. Y entonces, llegó el momento. Tocaba cerrar y el sonido de Beat and the pulse se comió a todos los presentes, que encontraron en su melodía el infierno místico perfecto para desgañitarse y ceder al instinto y al impulso. Parecía que todos estuvieran bajo un conjuro y no tuviesen voluntad. Austra hizo con el público lo que quiso. Lo llevó al clímax. Y después desapareció sin más unos segundos. Volvió para hacer el bis de tres canciones. La calma de Hurt me now sonó a desafío. Stelmanis, dueña de Olympia, se había vuelto imbatible. Marieta Zubeldia