Lo peor de que el mundo cambie, es que tú no cambies con él. Un hecho que se ha demostrado a lo largo de los últimos meses, al materializarse aquella manida metáfora de que en realidad la vida son cuatro paredes... O incluso menos, quizás solo se trate de una pantalla, la de nuestro ordenador.
Tomarnos algo con nuestros amigos, hacer ejercicio, estudiar, reunirnos con nuestro propio jefe… son meros ejemplos de una larga lista de actos que antes se llevaban a cabo de una forma muy diferente, no solo por el lugar que los encuadraba, también por la ropa o el ambiente que los rodeaba… Ahora todos empiezan y terminan de la misma manera, sentándonos, encendiendo la pantalla y viceversa.
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Antes, en aquella vida normal que parece tan lejana, reunirse un viernes por la noche frente a un ordenador para charlar con tu colegas, podría parecer algo deprimente... Ahora, en los tiempos en los que vivimos, donde salir de marcha hasta las mil resulta impensable y todos debemos esperar hasta las ocho de la tarde para pasear por la calle, la idea de reunirse a través de un ordenador no resulta tan descabellada. Tampoco nos ha quedado más remedio.
Por circunstancias inesperadas, propias de cualquier relato de ciencia ficción apocalíptico, nos hemos visto forzados a canalizar nuestras costumbres hacia las redes sociales y los softwares para videollamadas. A través de la webcam de un ordenador, se ha construido un mundo paralelo más allá de la pandemia del COVID 19.
Mientras, hemos estado viviendo en una realidad marcada por el distanciamiento social, hemos intentado disminuir los grados de separación gracias a la ficticia cercanía proporcionada por todo este amplio abanico de aplicaciones... Y es que ya no es necesario llevar pantalones durante las reuniones de trabajo o hacer cola para entrar en una discoteca, basta con tener wifi. Las líneas físicas se han desdibujado por completo, limitándolo todo a un único espacio donde nos reímos, curramos e incluso nos emborrachamos.
Durante estos últimos años, nos hemos dedicado a vivir “online” por puro placer (o simple voyeurismo) bajo la mirada preocupada de los que temían que Internet nos devorara... Y al final, ha resultado ser nuestro salvavidas, de donde hemos podido rascar algo de esa normalidad que se ha esfumado por sorpresa. Ahora, es en Skype, Houseparty o Zoom, donde podemos divertirnos con aquellos que no se han quedado confinados a nuestro lado y simular, mediante largas charlas cerveza en mano, que nada ha cambiado tanto. Mientras, estas aplicaciones han dado con la gallina de los huevos de oro (a Zoom se unieron más de doscientos millones de personas desde enero, a Houseparty, más de cincuenta).
Aún así, es imposible negar que la vida en confinamiento es únicamente la cáscara de lo que era la anterior, la realidad, la de verdad. Han sido curiosas las raves nocturnas convocadas vía Instagram, festivales como el #YoMeQuedoEnCasa, las reuniones de los protagonistas de nuestras series favoritas, los inagotables memes o los ex que por Whatsapp se han vuelto a asomar a nuestras vidas... Pero se tornan anecdóticos al pensar en lo que teníamos hace un suspiro y que de momento, no volveremos a tener (salvo por ese sucedáneo publicitado como “nueva normalidad”).
Es cierto. Somos nuevos. Nos echamos más de menos, nos reprimimos los abrazos, cubrimos nuestras caras con mascarillas cada vez más sofisticadas y deseamos que el camino que ahora conducimos a través de Internet, nos devuelva allí donde estábamos, aunque diferente.
Juan Marti Serrano: @sswango
Imágenes: Instagram