La diseñadora más internacional y prestigiosa que ha dado este país vuelve al ‘crisálido’ mundo de la moda en plena época digital. Sybilla estrena tienda y le cuenta a nuestro editor in chief en una entrevista única cómo se construyó el mito. Mis primeros recuerdos de Sybilla se remontan a los inicios de Vanidad. Me habló de ella Lola Gavarrón, una de las pocas periodistas a las que concedía entrevistas y que despertó mi admiración por su trabajo y mi adoración por las imágenes que junto al fotógrafo Javier Vallhonrat y el Director de Arte Juan Gatti, marcaron la retina de una generación, entre la que me cuento. Pero no tuve la suerte de trabajar con ella hasta el año 2008. El FAD en Barcelona le hacía una soberbia exposición por sus 20 años y me encargaron diseñar su catálogo. La muestra 20 años no es nada… y feliz la mirada era un recorrido vivo de escenas sobre su carrera, que cambiaba personalmente la propia Sybilla, que comisarió nuestro amigo común, el diseñador Antonio Alvarado, y que me hizo conocer su obra y darme cuenta que la realidad una vez más supera a la ficción o a la leyenda. Creadora, inquieta, madre, artista llena de magia e irradiadora de buena energía, defensora acérrima de la ecología sostenible y del minimalismo radical, alquimista, soñadora y amante; es mucho más que la marca de moda española con más prestigio en el mundo. Aprovechando el estreno de su nueva tienda en Madrid, este pasado diciembre, le propongo una de las cosas que más ilusión me hace, entrevistarla.
Retrato realizado en la casa de Palma de Mallorca de la diseñadora, para la exposición 20 años no es nada... y feliz la mirada, en febrero de 2004. Rafa Gallar. Retrato realizado en la casa de Palma de Mallorca de la diseñadora, para la exposición 20 años no es nada... y feliz la mirada, en febrero de 2004. Rafa Gallar.
Hola Sybilla. Hace mucho que no hablamos, y esto de hacerlo por mail, le quita magia al asunto, pero cuéntanos, vamos al principio de todo. ¿Cómo comenzaste? ¿Qué te motivó para ser diseñadora de moda, en 1983? Mi plan era ser oceanógrafa. Mi madre murió cuando tenía 14, ella se había dedicado a la moda en Nueva York, antes de que yo naciera. Creo que de alguna manera era una conexión con ella. Me gustaba mucho revolver en los mercadillos y encontrar tesoros entre los montones de ropa, esa fue mi escuela de moda, además de la modista que venía a casa. Era muy tímida y la ropa era un buen instrumento de comunicación, una bandera, sobre todo en esos momentos en que en España todo era todavía bastante gris, pero Madrid empezaba a despertar. Fue bastante mágico, la verdad. Fui a París y por casualidad conseguí entrar en Yves Saint Laurent de aprendiza. Pronto volví a Madrid, que ya era una fiesta que no me quería perder. No parecía la mejor opción profesional pero resultó que estaba en el lugar adecuado en el momento justo. A partir de ahí fue todo tan rápido que no pude casi ni plantearme si era lo que quería hacer de verdad. ¿Cómo conociste a Javier Vallhonrat? Háblame de tu relación con él y con Juan Gatti, y de la importancia de la imagen en el mundo de la moda. La creación de imágenes siempre ha sido muy importante para mí, la mejor manera de contar mi trabajo. La colaboración con los fotógrafos es una parte fundamental desde el principio. Empecé con Pepe Lamarca y Miguel Oriola. Se organizó una exposición de moda española en el centro Colón cuando recién empezaba, así conocí a Javier. Colocaba mi pieza y nuestros perros se hicieron amigos… su trabajo me emocionaba. Ha sido una de las colaboraciones más fructíferas y más interesantes de mi vida. Nos dejábamos la piel, nos picábamos, nos desafiábamos y nos empujamos a llegar más lejos. También con Juan Gatti, que fue el diseñador gráfico de mis catálogos antes de ser fotógrafo. Hicimos varios trabajos los tres juntos. Fueron de los momentos más divertidos y estimulantes de mi carrera. Con Juan seguí más adelante como fotógrafo también, creo que sus primeras fotos de moda las hizo conmigo. Desde el primer momento le sentí increíblemente cerca, nunca había encontrado a nadie con quien pudiera compartir tanto a nivel estético y visual, me sentía entendida, ¡me leía el alma! Los dos somos maniáticos, perfeccionistas y cabezotas, controlones, pero nuestras colaboraciones siempre fluyen muy bien. Ha hecho verdaderas joyas para nosotros en estos años y me ayudó a crear mi lenguaje, a comunicar mi estilo.
Javier Vallhonrat, 2003. Javier Vallhonrat, 2003.
Haciendo flashback, ¿los momentos más importantes de tu historia como diseñadora y por qué? Esos momentos con Javier y Juan, buscando mi voz, sin duda. Los más importantes están siempre ligados a personas y hay muchas que han sido fundamentales para mí. La aparición de los que formaron mi equipo fueron todas historias de casualidades increíbles. Carmen de Andrés, la modista que encontré cuando puse un anuncio buscando gente para coser al volver de París. Con ella pude realizar mis sueños, creamos nuestro propio patronaje, aprendí mucho de ella. Mi amistad con Luis Arias, y cómo casi jugando montamos una empresa con amigos que iban apareciendo, todos grandes personajes, que me aportaron mucho. El día que Enrique P y Ana Morales vinieron a convencerme de que vendiera ropa en su tienda, yo no quería, eran hijos de los que me costaba separarme. La aparición de la Gibo, que me lleva a Italia, y Franco Brucolieri, el distribuidor que me lanza internacionalmente. Toda la emoción que se creó, nos llamaban los zíngaros por el revuelo que creábamos cada vez que hacíamos un desfile en Milán. Trabajar con amigos, aprender jugando, matarnos a trabajar pero también de risa, las celebraciones, el baño de cariño que nos ha rodeado, tanta gente que dio una mano… La aparición de los japoneses, a quienes realmente descubro y comprendo al enfermarme, al ir a inaugurar nuestra tienda en Tokio y tener que quedarme allí. Ellos han sido una gran escuela, me ayudaron a desarrollar mi músculo creativo, a comprender el lado más comercial de la moda y gracias a ellos pude hacer los cambios que deseaba. Construir nuestro propio edificio en Madrid, un taller cuyo techo era un gran jardín, quisimos diseñar el sitio de trabajo ideal. Llegamos a ser 100 personas. El desafío de crear una empresa y todo lo que he aprendido en el camino y más adelante venderla, pasar el testigo y alejarme, soltar. Después el proceso legal para recuperarla, la visita de Olivier Saillard que me empuja a volver al sector cuando organiza una exposición histórica de la moda en el Museo de Artes Decorativas de París, y quizás es este momento, en el que me planteo volver pero quiero entender qué puedo aportar, cómo puedo servir hoy a la mujer a través de lo que hago, en una época de tantos desafíos. Vuelvo a crear con placer… Volver a empezar, las nuevas fotos con Félix Valiente, buscar y encontrar lo que de verdad quiero hacer. Para muchos en España, Sybilla tiene la imagen que reflejan personajes como Ana Belén o Marisa Paredes, elegantes, atemporales, femeninas, fuertes. ¿En qué mujer te gustaría ver tus diseños hoy? Qué bonito que digas eso. La verdad es que hay cualidades que no envejecen, que perduran e incluso mejoran con el tiempo. No lo busco conscientemente en la ropa, pero descubro que ocurre al buscar cierta armonía y al final el cariño y el tiempo que se dedica a cada prenda ayuda a que sobreviva el peso de los años y siga dando alegrías. Disfruto vistiendo a todo tipo de mujeres, mujeres reales para las que la ropa es un instrumento de trabajo o una manera de expresarse. Me gusta mucho vestir a mujeres con mucha personalidad, que han creado su propio personaje, que no necesitan ser perfectas para brillar. Me encanta Brianda Fitz, Tilda Swinton, Debbie Mazar, Rossy de Palma, Alba Flores, Erin O’Connor. Disfruto mucho haciendo ropa a medida y conociendo a las mujeres y sus necesidades, me gusta estar en las tiendas y comprender a través de sus reacciones. A nivel creadores de moda, ¿a quién admirabas, cuáles eran tus referencias históricas y quién te sorprende ahora? ¿Qué te interesa en el mundo de la moda hoy? La verdad es que no tengo una gran cultura de la moda. Conocí a Adeline Andre en París en mi época de aprendiza y hubo algo de ella que me tocó, que contrastaba con YSL, donde yo estaba, y que en esa época no comprendía ni apreciaba. Creo que era el deseo de encontrar nuevos caminos. Imagino que mi madre y su elegancia nada pretenciosa y muy cosmopolita también me marcó y el verla hacerse cosas en casa. Viví la época de esplendor de los japoneses que demostró que todo era posible. En Madrid, Domingo Córdoba me ayudó a entender qué era hacer ropa. En mi manera de trabajar, me siento más cerca de Vionett y Madame Gres por el trabajo sobre el cuerpo, aunque las descubrí más adelante, el camino es similar, jugando con telas sobre el cuerpo para resaltarlo. No sigo demasiado lo que se hace. Sigo con curiosidad lo que se desarrolla en impresión 3D porque creo que es el futuro. Sigo vistiéndome con ropa de mercadillos que luego transformo. Mis maestros han sido las modistas de toda la vida, esas que ya no quedan casi, que lo sabían todo. En mi casa de pequeña, cuando llegué a París a YSL, cuando empecé en Madrid, mujeres sabias con gran corazón, artista de la tela. Háblame de Madrid, como ciudadana del mundo y con un pie en Mallorca y otro en Japón o Nueva York, sin embargo siempre has tenido tu base de trabajo, tu familia y tu equipo de trabajo en Madrid, a pesar de que nunca se te relaciona directamente con la movida, la viviste de pleno, al igual que los cambios que ha tenido esta ciudad. ¿Por qué no mudaste tu negocio en su día a París, como hicieron los belgas de tu generación, o a Londres o Milán, qué tiene esta ciudad, que a nadie le gusta, pero a todos nos hace sentirnos como en casa? Crecí en Madrid. La adolescencia me coincidió con el despertar de la ciudad que supuso la movida y eso imagino que me marcó. Fue un momento especial, de energía, de posibilidades, de esperanza. Volví de París porque Madrid parecía la ciudad más divertida del mundo y además estaba enamorada. Aquí me descubrieron periodistas internacionales que venían a ver lo que pasaba, la ciudad era pura celebración. Creo que fue ese espíritu el que me permitió empezar, crear un equipo entre amigos, con el apoyo y entusiasmo de mucha gente y lanzarnos sin saber bien lo que hacíamos. Fue una historia de amistad y pasión, sin la gente que me rodeaba, y el momento de euforia que vivía la ciudad, seguramente no hubiera sido posible.
Juan Gatti, 1998. Juan Gatti, 1998.
Otra cosa de la que te debes de sentir muy orgullosa es de la cantidad de talento que ha surgido, desde tu Atelier, no quiero mencionar diseñadores, editores, creativos o artistas, pero hubo una época en la que el sello Sybilla era garantía de atención mediática en este sector. No te quiero poner en un compromiso, pero ¿de todos los creadores que salieron de tu estadio, de cuál te sientes más orgullosa, o por cuál sientes más admiración y por qué? Estoy orgullosa del equipo que somos y del que llegamos a montar y, en general, de todas las personas que han pasado por él, especialmente gente que empezó sin tener una vocación o una formación y se ha creado una profesión. En el equipo de Del Pozo están varias personas en puestos de responsabilidad que creo hacen un trabajo estupendo y Juanjo Oliva ha llegado muy lejos. Admiro especialmente a Ester Campoi que fue con quien empecé mi línea de novias y mi mano derecha y hoy triunfa con el restaurante Olivia Te cuida que me encanta y siento muy cercano. Todavía recuerdo en el texto de Juli Capella, en el catálogo del FAD, en el que nos conocimos. Decía que tú diseñabas “como un servicio público para que las mujeres pudieran aumentar su seguridad, sensualidad y humor”. ¿Qué sentido le ves ahora a diseñar moda, con los cambios que ha tenido esta industria, tan radicales, en los últimos 25 años? Si te digo la verdad, sigo buscando la respuesta a esa pregunta, aparte de servir a la mujer, ser capaz de dar fuerza y alegría con lo que hago, creo que ahora está el reto de reinventar la industria para que no tenga un impacto tan negativo, buscar nuevos materiales y conseguir que la moda pueda ser un instrumento de desarrollo, más que de explotación, en los países donde se produce. Una moda que puede ser una manera de preservar o potenciar tradiciones o artesanías en vez de la manera de acabar con ellas. La moda mueve mucho dinero, podría llegar a ser un instrumento de cambio si nos lo propusiéramos.

¿Cómo ves la moda hoy en día, el sentido del propio sistema, las pasarelas, la invasión de las grandes cadenas de moda y el papel del creador autónomo e independiente?

Cada vez somos menos los diseñadores dueños de nuestras marcas. Hoy la moda es ante todo un ejercicio económico y las reglas del juego son otras.  No sé si es bueno o mal, pero es duro. Creo que hay un empacho generalizado. Los pequeños no podemos competir, tenemos que encontrar nuestro hueco, para mí el único camino es la excelencia, la emoción y bonitas historias detrás de lo que hacemos. 

¿Y la revolución digital, el poder de las redes sociales, de Internet y la lobotomización de una juventud pegada a un móvil?

Es un nuevo mundo que está naciendo y va muy rápido. Nuevos códigos y lenguajes, todo basado en la inmediatez. También es nueva manera de expresión, de definir quién eres, la ropa ya no tiene ese papel. Es un desafío para todos, pero también lo veo muy estimulante, me produce curiosidad, aunque también vértigo.

Javier Vallhonrat, 1992. Javier Vallhonrat, 1992.

¿Y cuándo y por qué te desconectas emocionalmente del mundo de la moda y cómo comienza tu pasión por la permacultura, la construcción ecológica, los huertos urbanos y la sostenibilidad?

Eso lo tenía en mí ya desde pequeña. Cuando descubrí el diseño en permacultura sentí que había encontrado la profesión que realmente me definía, mi verdadera pasión. Me dediqué a promocionarla porque creo que tiene herramientas que pueden ayudar a mejorar el mundo. Mi deseo de crear cosas bellas, buenas, positivas, no se acaba sólo en la ropa y con los años he ido involucrándome en proyectos más ambiciosos que incluyen agricultura, viviendas, energía… quisiera llegar a ser una diseñadora de paraísos.

Por otro lado, me doy cuenta de que, inconscientemente, hay principios de la permacultura que aplico a la moda, como que una prenda pueda tener varias funciones, o hacer algo con los desechos o pretender que haya varios impactos positivos en todo el proceso de realización.

Cambio de tercio. Recuerdo un libro que me prestaste, sobre el minimalismo radical, que me impresionó, relataba una manera de vivir mucho más libre de ataduras, en la que lo material deja espacio a una vida mucho más espiritual y austera. ¿Cómo ves eso ahora en la época Trump y de la globalización y la democratización del lujo y de la moda, dominada por el consumo más feroz?

Lo que me preocupa es la borreguización de la sociedad, lo fácilmente manipulados que somos, el miedo generalizado. Antes, al menos, podías salirte del sistema, vivir de otra manera, hoy cada vez estamos todos más controlados, no te puedes mover sin tarjeta de crédito, parecería que la esclavitud encubierta está cada vez más cerca, es un juego de espejos en un mundo de ilusiones. Estamos en un momento crítico en el que están ocurriendo cosas importantes, vitales. Hay que tomar decisiones, hacer cambios, pero, ¿quién tiene la serenidad, la lucidez? Estamos agotados, asustados, distraídos, hay saturación de información. Hay que preguntarse a quién le beneficia todo esto.

Luego hubo una época en la que estabas totalmente inmersa en tus charlas en Mallorca, con personalidades como Vandana Shiva, Masanobu Fukuoka, Susan George, Gunter Pauli, Douglas Hopkins o Josep Pamies. ¿Sigues en relación con este mundo? ¿Cómo le has dado continuidad, lo has llegado a relacionar con tu marca y con una producción más sostenible?

Mi principal actividad durante los años que estuve fuera de la moda fue buscar a personas que tuvieran respuestas a los temas que me inquietaban, y ejemplos reales que compartir, que se pudieran replicar. Sigo organizando charlas y encuentros con personas que me parecen inspiradoras, que hacen cosas interesantes que deseo compartir. Creo que es necesario dar visibilidad a los que están haciendo cosas positivas y nos recuerdan que todos podemos hacer algo o que al menos ayudan a reflexionar.

Todos me han influido, también en mi trabajo. Han nacido proyectos y colaboraciones y han empujado mi trabajo de diseño a otras áreas. Fukuoka me recordó que la verdadera belleza son más que cosas bonitas, con Vandana Shiva desarrollamos proyectos alrededor del algodón ecológico en India, Gunter Pauli me introdujo en Mongolia a un proyecto de sostenibilidad, y es donde produzco hoy gran parte de mis cosas. Douglas Tompkins, que fue el creador de Esprit, intentó disuadirme para que volviera a la moda y así me ayudó a encontrar buenas razones para hacerlo. A pesar de que murió hace poco, es alguien que tengo presente en todas mis decisiones.

Tienda Sybilla en Travesía de Belén, Madrid. Tienda Sybilla en Travesía de Belén, Madrid.

Otro gran amigo, que está en los cielos en el Olimpo de los creadores, Bigas Luna, un día me habló de ti y de cómo compartíais una pasión por la comida orgánica, los huertos ecológicos y la sostenibilidad. Para él, que la comida era una liturgia sagrada. Háblame de la amistad, de las personas que más te han marcado como persona.

Con Bigas Luna compartí más la pasión por la tierra y la comida de verdad, a través de esto he conocido a personas muy interesantes y se han creado vínculos muy fuertes. La amistad y el amor son lo más importante, lo que más valoro de mi vida. Soy el producto de los hombres que me han querido, de los amigos con quien he compartido el camino, he tenido mucha suerte. En Mallorca creamos Poc a Poc, para ayudar a convertir utopías en realidades. Han sido muchos años y hemos conseguido cosas fantásticas pero nada mejor que las aventuras que hemos vivido juntos como amigos.

Mis amigas mujeres, en distintos sitios del mundo, son hermanas a quien me siento muy unida, me ayudan a no engañarme. Disfruto de la sabiduría de las mujeres maduras. Los amigos de mis hijos, que ya son adultos. Esto ha sido una gran sorpresa, a muchos les vi crecer, otros aparecen ahora, tienen un lugar importante y especial en mi vida. La edad es una bendición cuando te das cuenta de todo lo que has vivido, la riqueza que supone toda la gente maravillosa que has conocido y las experiencias que has compartido. Me siento muy afortunada.

¿Un disco, una canción, un poema, un personaje, una flor, tu plato favorito, la ciudad del mundo en la que gusta perderte, un adiós…?

Disco: Ascenseur pour le Chafaud, de Miles Davis. Una canción: La vida es bonita de Maria Bethania. Poema: Los portadores de sueños, de Gioconda Belli. Un personaje: Dorothy, de El Mago de Oz. Flor: Eléboro. Mi plato favorito es un bol de cerezas. Me gusta perderme en Lisboa y adiós… ¿a la moda?

Para terminar, ¿cómo ves tu marca en los próximos años y qué proyectos (que se puedan contar) tienes en la mente que te gustaría lanzar?

Voy paso a paso. Esto es como aprender otra vez a andar. Sé que en este momento no puedo hacerlo todo sola y estoy hablando con posibles compañeros de viaje. Quiero hacer colaboraciones con distintas industrias. Deseo hacer mas cosas que moda, estoy empezando proyectos relacionados con salud, comida y belleza. Con nuestro socios japoneses empiezan proyectos de expansión en Asia y a mí me interesa especialmente Latinoamérica, quiero pasar más tiempo allí. Sigo buscando el tamaño y la velocidad que haga el proyecto viable y agradable para todos y que nos posibilite hacer un trabajo honesto y mantener viva la pasión.

Gracias, Sybilla, eres un amor.

  Entrevista: Emilio Saliquet   
Lee este y otros contenidos al completo en el número de primavera-verano 2018 de Vanidad Ya a la venta en kioscos y en kioskoymas