Ojalá siguiera vivo... River Phoenix
Si River Phoenix siguiera vivo, toda una generación de ‘adultescentes’ tendríamos un embajador que defendiera nuestra cínica y cándida forma de ver la vida.
Una mezcla de cocaína y heroína mató sobre una acera de Sunset Strip, Hollywood, a River Phoenix. Era la noche de Halloween de 1993. Tenía 23 años. A las puertas del local The Viper Room, ante su novia y su hermano Joaquin –que llamó a urgencias– y su hermana Rain –que intentaba reanimarlo–, River convulsionó hasta que su corazón dejó de latir. En ese momento, en el interior del club, que por aquel entonces pertenecía a Johnny Depp, daba un concierto Flea, el bajista de Red Hot Chili Peppers.
De una belleza andrógina, que haría vacilar hasta al más heterosexual de los machotes, River era mucho más que un rostro bonito. A sus 23 años acumulaba ya la experiencia de muchas vidas, y no todas fáciles. Su apellido no es casual, toda su familia se rebautizó como el ave que resurge de las cenizas en 1979, cuando él tenía nueve años. Esa fue sólo una de las muchas reinvenciones que vivió. Nació llamándose River Jude Bottom; ‘Río’, por el río de ‘Siddhartha’, la mística novela de Hermann Hesse; ‘Jude’, por ‘Hey Jude’, la canción de los Beatles. En efecto, los padres de River eran un poco ‘jipiosos’, como él mismo los describía. La madre, de origen judío con ancestros húngaros y rusos, decidió en 1968 dejar su vida en Nueva York e irse haciendo autostop a la costa Oeste. En el camino fue recogida por John Lee Bottom, un católico no practicante. Juntos recorrieron la costa Oeste, trabajando en la recogida de fruta. River vino al mundo en una casucha de Madras, un remoto pueblo de Oregón, donde sus padres recolectaban menta.
En otra acera, en las calles de Caracas, Venezuela, encontramos con seis años a River tocando la guitarra junto a su hermana Rain, de solo cuatro años. Piden dinero para conseguir comida. Su ya numerosa familia pertenece a la oscura secta Los niños de Dios, de la que por fortuna sus padres acaban renegando y deciden volver a Estados Unidos en un barco carguero. Las mudanzas, los cambios de ciudad, se fueron sucediendo. El carácter de River ya era camaleónico. En una familia que casi funcionaba como una comuna, sus únicas referencias sólidas eran la mutación, el desarraigo constante y el amor entre hermanos. Siempre era ‘el chico nuevo en la ciudad’, lo que supo aprovechar para reinventarse y no para convertirse en un inadaptado problemático, como le hubiera pasado a cualquier tipo vulgar.
Cuando por fin su madre consigue un trabajo fijo como secretaria de un cazatalentos de Hollywood, coloca a todos sus hijos en la senda del espectáculo. Con 10 años River aparece por primera vez en televisión. Luego llegarían nueve series y por fin, a los 15 años, su primera película, ‘Los Exploradores’, de Joe Dante, donde junto a Ethan Hawke daría vida a un jovencísimo científico friki. Al año siguiente llegaría ‘Cuenta conmigo’, de Rob Reiner. En ese canto a la amistad encarnaría a un adolescente maduro a la fuerza, hijo de un hogar desestructurado. River se convierte en una estrella planetaria, lo que le lleva a actuar a las órdenes de, entre otros, Peter Weir en ‘La costa de los mosquitos’ (1986); Sidney Lumet, en ‘Un lugar en ninguna parte’ (1988) y Steven Spielberg en ‘Indiana Jones y la última cruzada’ (1989).
El reconocimiento de la crítica le llegaría en 1991, con ‘My Own Private Idaho’, de Gus Van Sant, donde junto a Keanu Reeves da vida a Mike, un chapero narcoléptico que se queda dormido en las aceras. Un ser herido y vulnerable. Siempre tiritando de frío, haciendo la calle, desvalido. Imposible no querer abrazarlo. River borda un papel icónico, en el que resulta difícil no ver a un nuevo James Dean.
Para entonces ya es una de las grandes esperanzas del cine estadounidense, además tiene una banda de música, Aleka’s Attic, (su auténtica y primitiva pasión) y es un inquieto activista por las libertades civiles y los derechos de los animales. “¿Qué hubiese sido de él sin esa muerte repentina? Es difícil saberlo. No obstante, talento no le faltaba y el oficio lo estaba aprendiendo a toda prisa. Su interpretación reconcentrada y distante hacían de él un arquetipo perfectamente contemporáneo”, escribía días después de su muerte el crítico cinematográfico Mirito Torreiro en ‘El País’.
Si River Phoenix siguiera vivo, Leonardo DiCaprio y Brad Pitt lo hubieran tenido mucho más difícil. Si River siguiera vivo, toda una generación de ‘adultescentes’ tendríamos un embajador que defendiera nuestra cínica y a la vez cándida forma de ver la vida. River Phoenix era precisamente como las mentas entre las que nació: un rizoma, es decir, una planta sin raíces en sentido estricto. Una indestructible y bella ‘mala hierba’ que por desgracia, esta vez, sí murió.
Texto: Toño Fraguas
Ilustración: Carlos Egan