Para grabar en 1990 ese tema confesional un ya muy deteriorado Freddie Mercury –moriría al año siguiente víctima del VIH– tuvo que tragarse un vaso de vodka. Su amigo Brian May lo cuenta así: “Dije, ‘Fred, no sé si va a ser posible que cantes’. Y él respondió, ‘Qué coño, lo voy a hacer, cariño”. El mes que viene se cumplirán 22 años de una de las muertes que, junto a la de Kurt Cobain, tres años después, más conmovió a la generación del “baby boom”, una de esas muertes que nos hicieron pensar que la vida va en serio. El vínculo entre Mercury y Cobain no es gratuito. En la carta de despedida del líder de Nirvana, el único artista al que nombra Cobain es a Freddie Mercury: “Cuando estamos en el “back stage”, se apagan las luces y comienza el rugido frenético de las masas, no me afecta de la manera en que afectaba a Freddie Mercury, quien parecía amar, deleitarse en el amor y adoración de la muchedumbre, eso es algo que admiro y envidio totalmente”. Mercury se quería a sí mismo, sabía sonreír, sabía disfrutar, algo que nunca aprendió a hacer Cobain.
El amor a la vida que profesaba Freddie Mercury se fraguó cuando jugaba en las callejuelas de Stone Town, el casco viejo de la capital de la isla de Zanzíbar, frente a la costa de Tanzania, en aguas del Océano Índico. Allí en 1946 nació Farrokh Bomi Bulsara quien, 24 años después, adoptaría el nombre de Freddie Mercury. Sus padres tenían la nacionalidad británica, pero procedían de la región india de Gujarat y pertenecían a la minoría parsi, una etnia persa que hunde sus raíces en Irán y que practica una religión llamada zoroastrismo. Cuando Mercury murió en 1991, un sacerdote de ese culto ofició el funeral. A los cinco años Farrokh fue enviado a estudiar a Bombay, a la escuela británica de San Pedro, donde comenzó a tomar lecciones de piano y formó su primer grupo: The Hectics. Con 16 años Farrokh regresó a África y dos años después, en 1964, huyó con su familia a Reino Unido, escapando de la Revolución de Zanzíbar, que causó 20.000 víctimas. Nacido en África, ciudadano británico, de familia asiática y criado en la India: ese era el chaval que con apenas 18 años ponía el pie en Londres. Allí estudió arte, diseño gráfico, montó un puesto de ropa rockera de segunda mano en un mercadillo de Kensington y conoció a sus futuros compañeros de banda. Todavía vendía calzado de estética “glam” cuando Queen comenzó a grabar los primeros discos.
Freddie Mercury
Hetero, gay, bi… Freddie siempre obvió las etiquetas sexuales, siempre guardó celosamente su intimidad. En su vida cotidiana era una persona tímida, desconfiada, todo lo contrario que cuando actuaba: “Soy tan poderoso en el escenario que parece que he creado un monstruo. Cuando actúo soy extrovertido, pero por dentro soy una persona totalmente distinta”, declaró en un ocasión. Su gran amor fue una mujer que conoció al llegar a Reino Unido, Mary Austin, a quien dedicó entre otras la canción Love Of My Life y legó en testamento la casa de Londres y los derechos sobre sus grabaciones. Tuvo incontables líos amorosos. A comienzos de los ochenta intimó con la actriz austriaca Barbara Valentin y en 1985 se enamoró del peluquero Jim Hutton. Por esas fechas Freddie supo que había contraído el VIH. El sida era entonces un estigma y una enfermedad mortal. Hutton y Mary Austin cuidarían de Freddie hasta el final de sus días, cuando aquella fuerza de la naturaleza con una cultivada imagen de macho musculoso y bigotudo comenzó a perder la vista y ya no podía levantarse de la cama.
Su muerte catapultó las ventas de Queen. La inercia que Freddie imprimió a la banda ha permitido que ésta sobreviva, pero como una mala copia de sí misma. Mercury ha aparecido en sellos de correos, se han levantado estatuas en su memoria. Una superproducción cinematográfica sobre su vida está en marcha, aunque su protagonista, Sacha Baron Cohen, anunció en agosto que dejaba el proyecto “por diferencias creativas”. Quería contar la vida de Freddie, con sus luces y también su sordidez, que la hubo, y no rodar una película para todos los públicos. Los duetos de Mercury con Michael Jackson llegarán a las tiendas previsiblemente el año que viene. Como el Cid, Farrokh Bomi Bulsara, alias Freddie Mercury, sigue ganando batallas después de muerto. En una ocasión dijo que lo único que le mantenía en marcha era reírse de sí mismo. Ojalá pudiera haberlo hecho muchos años más.
Por Toño Fraguas
Ilustración de Carlos Egan