La última esperanza blanca del pop británico son The xx, cuatro amigos del cole con pinta de no haber sido los más populares del patio y de que eso les importaba un pimiento. Su debut es, sobre todo, esencialista. La crítica de medio planeta se ha rendido ante temazos como “Basic space”, “Crystalized” o “Islands”. Y no es para menos: Oliver y Romy (tan Tracey Horn) parecen haber nacido para acoplar sus voces y Jamie no tiene nada que envidiarle a todos esos productores (Diplo incluido) que se pelearon por firmar un disco redondo, grabado con lucidez nocturna y osadía tardoadolescente. Charlamos con Oliver (encanto a raudales, sexy hasta decir basta) antes del único concierto que dieron en España, en Barcelona, y asistimos a un pequeño jaleo que terminó con el cuarto miembro, Baria, encerrada en el camerino...
¿Qué ha pasado con Baria?
Estaba exhausta. Supongo que no estaba hecha para estar en un grupo de gira todo el rato.
¿Qué tal se digiere el éxito? ¿Tienes miedo de ser un hype más?
Sí. En Inglaterra existe una cultura muy arraigada de generar éxitos fugaces y luego olvidarse de ellos. Pero confío en que el disco está gustando realmente, que las canciones lleguen por sí mismas, no por nuestra imagen. Y si al final no funciona, siempre puedo volver a la escuela. Me gustaría estudiar Arte. A veces miro a mis amigos y me dan envidia, llevando una vida normal. Aunque luego me acuerdo de aquel año que trabajé de camarero y de cómo lo odiaba y se me pasa.
Desde luego, no encajáis en el prototipo de “grupo guaperas”.
Sí, y no creo que nuestra discográfica, Young Turks, vaya a olvidarse de nosotros de la noche a la mañana. Tardamos dos años en hacer el disco, y sólo salió cuando creímos que era el momento, sin prisas. Intento no googlear mucho y estar un poco al margen de todo el ruido que hay ahí fuera, pero es difícil. Es algo en lo que pensamos. Es muy triste cuando le sucede a algún grupo que te gusta. Pero creo que en nuestro caso, primero llegó la música y luego nosotros.
Romy, James y tú sois amigos desde la infancia, ¿no?
Sí. A Romy la conozco desde que iba a la guardería, desde los dos años. A esa edad son los padres los que escogen los amigos de sus hijos, así que supongo que son ellos los que hicieron todo el trabajo. Con Romy somos como hermanos. A Jamie le conocimos en primaria, a los 11 años, y desde entonces tampoco nos hemos separado. Hemos crecido y evolucionado juntos. Nos enfadamos y nos reímos por las mismas cosas.
Una de las cosas más refrescantes que habéis aportado son vuestras influencias musicales. Existen pocos grupos que se muevan en la esfera indie que citen a referentes tan mainstream sin asomo de ironía.
Es que ni yo ni mis amigos entendemos muy bien el concepto de guilty pleasure. Si te gusta TLC, Aaliyah o Kyla no veo por qué no vas a reconocerlo abiertamente. Tengo una hermana mayor y crecí escuchando un montón de r&b de los 90. Creo que formo parte de una generación marcada por el iPod shuffle, no hacemos distinciones entre géneros o épocas: vas a una fiesta, enchufas tu iPod en el laptop de tu amigo y te pasas discos, da igual que sean clásicos de los 70 o hits de ahora.
Recuerdo que en una entrevista Lilly Allen decía que había crecido rodeada de personajes públicos que no decían nada cuando hablaban, como las Spice Girls o Kate Moss, y que por eso ahora sufría de todo lo contrario, de incontinencia verbal. ¿Tú tienes algún ídolo?
Eso es cierto, sí. Pero también veo la otra cara de ese fenómeno. Los artistas tienen que consevar algo de misterio, de indefinición. Yo desde luego no quiero explicarme demasiado, ni llegar al punto en el que se hable tanto de mí que la gente ya no tenga ganas de escuchar otro disco de The xx. ¿Ídolo? Me gusta mucho Chris Isaak. Mi madre tenía un póster suyo y de pequeño quería ser como él de mayor.
Por Leticia Blanco.
Fotografía: Sergi Fuster.
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