Inyectan una dosis de buen humor, nos transportan al verano y están de muerte. Este año el buen tiempo se resiste, pero nosotros ya estamos pensando en helados. “Lo que me gusta del verano es poder tomar helado”, dice una canción. Y aunque el helado no tiene por qué ser sólo un dulce placer para sofocar las tardes de calor veraniego sobre la toalla, que también se disfruta en invierno, lo cierto es que esta época se toman mucho más. Lo mejor de este frío bocado es que lo hay de infinidad de sabores, formas y tamaños para consentir hasta a los más caprichosos. En Vanidad, iniciamos la temporada de helados con una selección de aquellos que además de refrescarnos, nos hacen soñar con otros mundos y nos hacen volver a ser niños. Rocambolesc y la fábrica de chocolate. Concebido por el genial Jordi Roca (uno de los tres hermanos de El Celler de Can Roca) ofrece helados artesanales cuyos ingredientes son naturales. No sólo sus sabores os harán volar, pisar su local es ya un viaje. Si Willy Wonka existiera, tendría su heladería en Rocambolesc (Barcelona). Y es que el mítico personaje de Roald Dahl y la adaptación cinematográfica más reciente, la de Tim Burton, han inspirado la decoración vintage de su local. Un placer para todos los sentidos. Amorino para los enamorados (y para los que no lo están también). Cupido, el dios del amor, da nombre a esta heladería de origen francés y tradición italiana que conquista desde el primer instante. Helados cremosos y sabor intenso, de ingredientes naturales y sin conservantes, ofrece el sueño de todo niño (y adulto) el de probar muchos sabores. Se sirven con forma de rosa, convertidos ya en icono, cuyos pétalos pueden ser cada uno de un gusto diferente. El helado de los indecisos. Sani Sapori, el helado del Principito. En el cuento de Saint-Exupéry no se dice que tomara helado pero de haberlo hecho los tomaría en esta heladería de Madrid, seguro. Y es que es famosa por su helado de baobab, el sabor de estrella de esta local italiano donde su producto es 100% artesanal, hasta los cucuruchos. Regma o el helado interminable. Para la gente del norte, los oriundos de Cantabria o los que han pasado allí sus veranos, es parada obligada. Aquí se encuentran los helados más grandes que haya uno probado en su vida (y a buen precio). Son los preferidos de los paladares insaciables, el helado que no tiene fin, el sueño de todo niño grande. Acquolina o la vuelta al mundo en helados. Para sabores intensos y texturas cremosas, esta heladería que combina en su savoir faire el conocimiento del gelato italiano y la horchata del Levante español. La oferta de sabores es amplia e incluso sorprendente; si sois chocolateros, el de gianduja (chocolate con avellanas) es pura delicia. “Es tan dulce y refrescante”, continuaba la canción. Y también imaginativos, te transportan directo a mundos mágicos. María Díaz del Río

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