¿En qué momento dejó de interesarnos el «Fueron felices y comieron perdices» de los cuentos de hadas? Acostumbrados a las comedias románticas en las que el rico salva al pobre y viceversa, «Anora» ha desmontado el mito de las princesas que son rescatadas por un caballero y nos ha escupido en la cara la cruda realidad de las clases bajas de nuestra sociedad.

Baker ha construido una película que grita por los cuatro costados «así habría acabado «Pretty Woman» si hubiese sido realista» y ha encogido los corazones de los espectadores, enfrentándolos a una ficción sin final feliz. Aguantándome las lágrimas he mirado a los ojos de una fabulosa Mikey Madison dando vida a una chica de veintitrés años que cree tocar el cielo con las yemas de los dedos y que termina por tragarse el suelo. Con qué crudeza se muestra el mundo a través de la mirada de Baker... Bye, bye sueño americano. 

Crítica de «Anora», la película que ha desmentido los cuentos de hadas

 

Hoy en día resulta complicado creer que el cine logre sorprender, pues da la sensación de que todo esté inventado. Sin embargo, Sean Baker lo consiguió con «Red Rocket», «Florida Project», «Tangerine» y, una vez más, el cineasta ha sido capaz de crear una obra completa en la que la diversión, la impotencia, la risa y la rabia están aseguradas con «Anora». 

Anora –aunque le gusta que la llamen Ani– es una joven de veintitrés años que trabaja, sin contrato ni seguro médico, como bailarina erótica en un club de striptease. La precariedad de su vida y la de sus compañeras nos acompaña en un viaje entre luces, conjuntos de lencería y canciones insinuantes. Sin embargo, la vida de nuestra protagonista una vez termina su jornada, lejos de las lentejuelas y las pestañas postizas, es más bien de un color gris amargo...

Algo de color se arroja sobre la triste realidad de Ani cuando aparece en el club un cliente muy especial que requiere de los servicios de una trabajadora que sepa hablar ruso. Ivan, un joven de veintiún años hijo de un oligarca ruso, se encapricha de la protagonista y le hace ofertas que la joven no puede rechazar. 

El niño rebelde y rico que se presenta en la vida de Ani como una oportunidad para alcanzar la felicidad, acaba ofreciéndole a la joven aquello que más ansía: escapar de su realidad. Tras una semana como escort viviendo en su casa, rodeada de lujos y excentricidades, Ivan le pide matrimonio en Las Vegas para no tener que volver a Rusia. El sueño de Ani está en su máximo esplendor: enamorada de su nueva vida, siendo la mujer de un ricachón ruso, dejando el trabajo y viviendo en una mansión... ¿Qué podría salir mal? 

Al poco tiempo, cuando la familia de Ivan se entera del compromiso, los matones de sus padres se ponen en marcha para anular el matrimonio: nadie tolera que Ivan se haya casado con una trabajadora social y Ani se convierte en una deshonra para la familia. 

Acostumbrados a los cuentos y las comedias románticas, llegados a este punto esperaríamos que Ivan, enamorado de la bella Ani, consiga romper con los esquemas clasistas de su familia y luche por su matrimonio. Sin embargo, como ya hemos comentado, esto no es una comedia romántica; más bien es un thriller de comedia histérica que termina, inevitablemente, en tragedia.

Tras una larga odisea compartida con tres de los matones del equipo de los padres de Ivan, Ani se mantiene firme en su lucha por no romper el matrimonio: nada puede conseguir que ella dé por finalizado su sueño. 

Cuando el espectador ya no puede evitar sentir lástima por la joven y su irracional testarudez, el resto de personajes la tratan con aires de superioridad. Con tal de satisfacer a los poderosos, los miembros de la clase baja a la que ella pertenece la desprecian. La injusticia inunda la sala. 

El sueño de Ani se desintegra, Ivan la traiciona y ella debe de volver a su realidad. El espectador comparte compasión con uno de los matones que se reconoce en ella como miembro de una misma clase y que trata de consolarla, pero la joven no permite que la empatía del matón quebrante su escudo; se mantiene digna, rabiosa y con la cabeza alta. No está dispuesta a dejar que la humillen. 

Un final desgarrador acontece cuando Anora rompe a llorar en el regazo del matón. Y, en un intento por recuperar el único poder que le han hecho sentir que posee –el poder sexual– Ani se rompe en mil pedazos por su propia ingenuidad. 

La lucha de clases, una guerra perdida

El desalentador final lanza un mensaje profundamente desesperanzador pero que, a la vez, cumple con lo prometido: reproducir la realidad de las historias que pertenecen a nuestro mundo. 

No existen los príncipes azules ni los reyes comprensivos. En la realidad, un niño rico caprichoso es, sencillamente, un niño rico caprichoso que siempre atenderá a los clasismos de sus padres por encima de cualquier otra responsabilidad, ya sea emocional o moral. 

Las puertas del castillo no se abren para los plebeyos. El mundo no funciona así. Vivimos en pirámide y está muy claro que aquellos que observan desde arriba no sienten ninguna compasión por los de abajo. Existe un mundo inalcanzable para aquellos que no han sido criados en él y es inalcanzable porque así lo han protegido. 

En esta historia, Cenicienta no se queda con el príncipe, Julia Roberts no acaba con Richard Gere y la Dama no se enamora del Vagabundo. «Anora» lanza este mensaje y te deja sin esperanza alguna en cuanto a lo que los cuentos de hadas nos han enseñado, pero se consagra como una esperanza para el séptimo arte: el poder de la verdad, de contar las historias de aquellos que fracasan, de aquellos a los que humillan, pues es la mejor forma para dotarlos de dignidad. 

Y tú, ¿a qué esperas para ir al cine a ver «Anora»? 

 

Laura Echeverria Hermoso: @lauetxh

Imágenes: Fotogramas oficiales de la película

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