Esta vez entramos por la puerta grande... la puerta de uno de los hoteles más emblemáticos y reconocibles en el mundo, el buque insignia de la cadena W. Y es precisamente esta W gigante (de Welcome) la que nos da la calurosa bienvenida arropada por un glittering de lentejuelas metálicas que matizan su color por la fuerza de la luz y el movimiento. Esta hace de su espacioso hall, un reducto de glamour divertido que nos invita a descubrir con la mirada este espacio fascinante que nos muestra su altura a través de un atrio transparente y nos fuerza, sin darnos cuenta, a soltar otra W, la de Wow.

Empieza el recorrido por una aventura que hace años planificó el gran Ricardo Bofill y que supuso la recuperación de un área devastada de la ciudad y, junto con una mordida al mar, la reorganización urbanística de esta zona que empezaría a pivotar en torno a esta vela, este edificio de cristal referente para los barceloneses y los de fuera. Desde monopatines cabalgados por jóvenes de todas las latitudes, hasta corsarios de arena que anidan en las toallas de su playa de herradura...

La subida a la habitación es acolchada, pues el ascensor forrado en piel nos acuna todo el viaje hasta nuestro destino para encontrar un espacio abierto en canal a la ciudad. El rojo de sus paredes, su suelo y su techo nos sirven de guía hasta el número de nuestra habitación, o bien podríamos decir el número de la suerte, porque nada más abrir la puerta, nos descubrimos inmersos en una orgía de sensaciones que vienen de la mano del mobiliario, creado y adaptado a toda la estancia. 

Bajamos ebrios de tanta alegría a comer a FIRE, su restaurante y, lejos de lo que pudiera parecer una comida de hotel, nos encanta encontrar un menú muy bien pensado, muy bien emplatado y muy bien servido, y todo ello con un precio realmente ajustado (especialmente si consideramos que estamos al aire libre gozando de la visión clara de toda la playa). Recomendable no, lo siguiente.

Nos acercamos ahora al Deck, con sus distintas piscinas y tapizado por entero con la colección Na Xamena y Saler, de Gandía Blasco, que le confiere elegancia y frescura a esta zona de chill out, referencia por sí sola y escenario internacional para instagrammers venidos de todos los puntos del globo terráqueo.

Sus cabañas son ya el lujo balinés hecho realidad en acero y blancura, así que si queréis alojaros bajo su arquitectura efímera pero contundente, daos prisa en reservar. ¡Solo hay tres y están más que disputadas!

La noche nos sorprende en La Barra... ¡y vaya si nos sorprende!, hasta dejarnos sin palabras.

Un espacio decorado por Lázaro Rosa - Violan, abierto y luminoso, con reminiscencias neoyorquinas y el chef Carles Abellán (con una estrella Michelin en su poder) al frente. En el local nos presenta su buen hacer con honestidad, cercanía y humildad, consiguiendo en cada cambio una mise en place única, no solo por los productos que permanecen como tesoros en el recuerdo de nuestro paladar, sino por las diferentes vajillas y cuberterías que lo acompañan.

También la voz suave, experta y entregada de su sumiller (un bioquímico que decidió dedicarse a lo que realmente le apasionaba, el vino ), que marida cada plato a la perfección y consigue crear una confluencia de sabores y sensaciones en boca que hacen de sus caldos y el conocimiento humilde que derrocha, una verdadera joya culinaria. Un hot spot en toda regla estés o no alojado en el hotel. 

Ya en la habitación de nuevo descubrimos, por una parte, el negro más absoluto del mar salpicado por alguna lucecita que nos informa de ese barco que se desliza en busca del puerto. Por otra, un manto de luces que arropan la noche de la ciudad más cosmopolita de nuestro país, invitándonos a soñar con lo que hemos vivido para poder regurgitarlo y disfrutarlo una vez más.

El desayuno a la mañana siguiente nos despierta avistando la Barceloneta y como un guiño del destino, nos damos cuenta de que el sueño continúa. No lo dudes y ven a hacerlo tuyo en cuanto puedas.

 

Carlos Sánchez

Imágenes: Cortesía del hotel W Barcelona