Una historia que, paralela a la del ser humano, recorre desde sus ruinas greco-romanas hasta el boom del Disseny, que floreció aquí entre las costuras de ambos siglos. Sin olvidarnos del Modernismo, ese movimiento que nos hizo internacionales de la mano de su embajador más conocido, Gaudí, pero sin olvidar otras grandes figuras como Domènech i Montaner, o Puig i Cadafalch, que ya forman parte de la historia arquitectónica de esta ciudad y de todo el país.
Con su hacer, vendieron al mundo renovación, tanto en la forma como en el concepto. Revisitaron la estética de la Edad Media e incorporaron parte de sus elementos inspiradores a la arquitectura vernácula, haciendo de esta un conjunto enriquecido con motivos, formas y representaciones que adquirirían un nuevo significado y que vendrían a recuperar, con ornamento y oficio, labores olvidadas como la cantería, la vidriería o la forja.
Y no solo fueron relevantes en su época, y es que tras de sí, dejaron una estela por la que han transitado grandes arquitectos y creadores, algunos de los cuales tienen una proyección internacional y un peso indiscutibles, haciendo que alguno de sus edificios sean icónicos y perfectamente reconocibles. Uno de ellos es el primer hotel que hemos elegido en la ciudad: el Arts (o Ritz-Carlton), aunque decidieron usar este nombre y no el segundo debido a la muestra de más de 500 obras que hay repartidas por todo el edificio, haciendo monográficos en cada planta con nombres tan reconocibles como Riera, Manolo Valdés o Lucio Muñoz, entre otros.
Lo primero que llama la atención desde fuera es el enjambre de vigas colocadas a modo de retícula que sustentan la estructura del edificio desde el exterior, dándole a su vez estabilidad, ayudándole a reducir el impacto del viento y dejando los interiores más diáfanos. Un ejemplo del que bebieron Herzog y De Meuron para construir el primer edificio del Fórum con la misma técnica. Así que como veis, crearon escuela entre los más grandes de hoy en día...
La construcción formó parte esencial de todo un plan de grandes cambios auspiciados por y para los Juegos Olímpicos de 1992 y fue diseñado por Bruce Graham, encapsulando los 44 pisos de cristal con un exosqueleto de acero pintado de blanco, consiguiendo llegar a ser el edificio más alto de la ciudad y, por supuesto, el blanco de las miradas de barceloneses y visitantes.
Gracias a su composición en U, consigue unas vistas panorámicas insuperables de toda la ciudad y del Mediterráneo desde todas sus habitaciones. Tuvieron también el acierto de encargar el diseño interior a CGA Arquitectos, con sede en Barcelona y fundado por Josep Juanpere y Antonio Puig, quienes consiguieron traducir la serenidad con toques de eclecticismo y elecciones de calidad que perduran a través del tiempo, transmitiendo esa sensación de bienestar elegante sin estridencias.
Nos llaman y nos han llamado siempre poderosamente la atención los arreglos florales que hacen suyos los espacios, les confieren elegancia y frescura y nos invitan a relajarnos en un ambiente que transpira sosiego ya de por sí, acercándonos con el color y sus estudiados recipientes a realidades oníricas que transitan por latitudes diversas. Sin duda, un ejemplo más de por qué se le conoce como el Arts.
Bajamos al bar-restaurante P41 y decidimos probar los cócteles que, con maestría y cariño, idearon y ejecutaron sus dos bartenders de referencia. Nos sorprende la capacidad para mezclar diversos, variados (y a primera vista, en algunos casos, irreconciliables) sabores que nos hacen viajar por sensaciones desde nuestro paladar, aterrizando en nuestra copa de nuevo para descubrir que mereció la pena embarcarse en esa conjunción de limón, clara de huevo y yuzu.
Dentro de sus restaurantes, probamos la cena a base de brasas en el jardín del P41, con sesión de jazz y soul en directo. Sobre una alfombra de fresca hierba verde entre olivos, admiramos la torre desde fuera y sentimos con sus palmeras iluminadas que estamos muy cerca de L.A, o mejor dicho, muy cerca del cielo.
El desayuno es sencillo pero rotundo. Con su elegancia nos demuestra que satisfacer el hambre a primeras horas de la mañana, también puede ser un arte en sí mismo...
Por supuesto no nos perdemos los cafés que muelen ellos mismos, trayéndolos de diversas partes del mundo. Ni los distintos tés que preparan de forma natural y que nos parecen un reflejo de la exquisitez con la que tratan al cliente.
Por la noche, desde la habitación, que es como una pecera, podemos ver la carrera de hormigas que suponen los faros de los coches deambulando entre monumentos iluminados por su propia belleza y adquirimos una nueva dimensión, esta vez lumínica, de la urbe, tanto de su gótico exultante como del ensanche del siglo XX que vertebrado por la Diagonal organiza el discurrir de nuestra visión sorprendida.
Sale a nuestro encuentro en primera fila un edificio de Enric Miralles, mientras al fondo se erige un colorista Nouvel con permiso de la acabada pero inacabable Sagrada Familia. No hay descanso en el deambular de brillos para nuestros ojos que, atónitos, intentan atesorar tanta belleza nunca apreciada desde esta perspectiva.
Bajamos ahora al nivel del suelo para tomar el sol, bañarnos en su Infinity Pool y sentir el mar en vena que nos llega con su color azul en forma de brisa revitalizante, justo debajo del pez escultura que Gehry construyó y rápidamente se convirtió en símbolo indiscutible de ese aire fresco que inundó la ciudad.
Sin duda, el Arts es un lugar para disfrutar... Ahora bien, cuando vengáis no os querréis marchar.
Carlos Sánchez
Imágenes: Cortesía del hotel Arts Barcelona