Decidimos acercarnos a la Expo 2020 en Dubái para disfrutar de lo que cada país nos muestra de su cultura y filosofía de vida, descubriéndoos una visión de ella sesgada y parcial (puesto que no hemos recorrido todos los 190 países que se dan cita, sino que hemos ido eligiendo aleatoriamente, por proximidad, afinidad o recomendaciones). Por lo tanto, las siguientes líneas no pretenden ser una guía estructurada, sino algunas pinceladas de sensaciones vividas que, esperamos, os puedan ayudar a haceros una vaga idea de lo que allí se cuece.
 
 
Nos lanzamos a la aventura de explorar el mundo a través de estas exposiciones vernáculas y, lo primero que recalamos, es el pabellón de México, que hace un ejercicio de sostenibilidad, feminismo y ecología en forma de red tejida por 200 mujeres en 4 meses. Así, con su artesanía de ganchillo, nos ligan a la cosmovisión de los aztecas o los mayas, arropando un cubo de cemento anónimo para convertirlo en un llamativo reclamo.
 
Este nos transfiere esa frescura de la alegría bien entendida, capaz de emprender y sorprender. Sin duda, nuestra primera parada ha sido acertada.
 
 
Continuamos con el pabellón de Emiratos Árabes, donde Calatrava vuelve a hacer un ejercicio de volatilidad en forma de alas que se abren y cierran como las del halcón que representan, cobijando en su interior una explicación muy didáctica de los 50 años de historia que tiene este jovencísimo país. Si os quedáis con ganas de más, el arquitecto valenciano también firma el pabellón de Qatar.
 
  
No lejos de aquí, nos topamos con el pabellón Visión, con rúbrica española de Icaria Atelier, un estudio afincado en Londres que nos hace sentir orgullo patrio. Su representación marmórea de una cabeza de caballo a una escala descomunal nos conmueve, así como la limpieza en la ejecución de la obra que esconde y disimula la tecnología implícita y todos los servicios, generando una sensación de magia con las performances que presenta.
 
Un acierto es subirse al carrusel que se eleva dando vueltas al ralentí. Te permitirán apreciar la Expo en su verdadera dimensión, especialmente si lo hacéis a la hora de la puesta de sol. Un espectáculo.
 
 
En Rusia encontramos los tubos de aluminio de colores que dan forma a este Saturno multicultural que refiere a su investigación más allá de nuestras fronteras terráqueas y representa la matrioska hecha de hilos metálicos que simbolizan la infinitud. No sabes ni dónde empiezan ni dónde acaban, como un viaje sin principio ni fin.. Una oda a la trashumancia de su pueblo, nos explican.
 
Adentrándonos en las tripas de la matrioska, esta nos demuestra las posibilidades de la acústica en aras de la comunicación entre seres humanos diferentes. "Conecting minds, creating the future". Angola ha construido su propia exposición para representar a seis artistas patrios con temática autóctona, muy simbólico en su deseo de conectar con la tradición para evolucionar. Pasado y futuro se funden en este territorio de color. Enternecedor.
 
 
El pabellón de Arabia Saudí te recibe con el espejo de leds más impresionante que hayas visto, engulléndote en sus entrañas especulares para mostrar imágenes expandidas de su realidad menos tradicional. Una escalera mecánica te invita a hacer un repaso de su historia y tradiciones mientras te dirige una visión aérea de su geografía a través de un caleidoscopio de imágenes que te atrapan y te transportan. Realmente una presentación de altura.
 
 
Tampoco podíamos dejar de ver el de USA, que nos muestra, gracias a una cinta transportadora, su historia y su legado a través de imágenes y las voces de narradores con un estilo algo anticuado, convirtiéndose en un panfleto informativo radiado que no nos emociona.
 
En cuanto al de Kazajistán, no podemos dejar de verlo, pues nos llegan recomendaciones de todas partes... Al entrar, enseguida conseguimos reconectar con nuestros orígenes gracias a un vídeo tan didáctico como inspirador. Ya en un segundo piso, una puesta en escena con brazo robótico y acróbata interactúa con escenas llenas de simbolismo y poesía, descubriéndonos una nueva frontera que visitar.
 
Israel nos introduce a través de un formato de concurso televisivo interactivo con los visitantes, en una cultura que no deja indiferente. Para seguir con un holograma que a través de los latidos manejados por un DJ y las imágenes que nos rodean, nos circunscriben a un mundo con diversidad, música, paisajes y monumentos arqueológicos. Y es a través de la música, con una compañía entera de holobailarines, con los que nos tocan el corazón y nos mueven las piernas mientras aplaudimos al son que nos marca su ritmo contagioso. Muy divertido.
 
Cercanos como estamos al de España, queremos descubrir la forma en que nos vendemos fuera de nuestras fronteras. Construido a base de conos de materiales reciclables y de fácil desmontaje (como la fibra de papel o el plástico reconvertido), estos cucuruchos invertidos y decorados con los colores patrios, están pensados para ser capaces de expulsar el calor hacia fuera, dejando que la corriente cruzada haga su trabajo.
 
La introducción histórica que da comienzo a la visita nos resulta infantil e insulsa, centrándose en tópicos y típicos. Sin duda, el espectáculo de baile que va desde jotas a sevillanas, hace más llevadera la inmersión, junto con los trajes del personal, firmados por Juan Duyos. Gracias a Atrio, el espacio central donde Daniel Canogar nos sorprende con su originalidad digital que interactúa con los visitantes, la obra de arte nos resulta envolvente.
 
 
Nos cambiamos sin salir de la Expo al distrito movilidad, donde todos los pabellones son temáticos, y Foster nos recibe con la limpieza formal que le caracteriza. Una serie de anillos superpuestos unidos por cortinas de cristal continúas, abren el interior visualmente haciéndolo permeable al mundo que le rodea. Entrar en esta mole ligera de acero y vidrio es una aventura en sí misma por la emoción que provoca estar siempre ante una obra de este maestro de la arquitectura high tech.
 
Ya dentro, las distintas recreaciones tanto materiales como digitales, nos muestran la historia del mundo árabe desde sus orígenes. Un recorrido que habla de nosotros como parte que somos de esta cultura que un día alumbró la península antes de la llegada de la oscuridad medieval.
 
 
Australia es nuestro siguiente paso. Desde fuera el edificio se presenta contundente en sus cubos y ligero en su pérgola. A base de listones de madera en vertical que nos recuerdan los acantilados infinitos del continente austral, este consigue una rotundidad compleja en la visión, que sirve al mismo tiempo para dar cobijo a una plaza pública con pantalla y escenario que facilita momentos e ocio al aire libre en torno a conciertos y demás actividades.
 
Su interior nos apabulla con una tecnología masificada en paredes y techo, que nos muestra una tierra bella, ancestral y amable conectada al firmamento del que bebe su simbología aborigen y que se nos antoja cercano como humanos que somos. Conectividad sin límites.
 
Nos interesamos por Finlandia, que se presenta con una belleza que abruma. Su fachada, toda blanca con una apertura para la entrada, es un ejercicio sin par de equilibrio en lo formal. No en vano, una buena parte del diseño nórdico bebe de las fuentes de sus grandes arquitectos entre los que destaca Alvar Aalto.  Nos adentramos en esta cueva blanca del s. XXI a través de la gota gigante que nos permite visualizar sus tripas inmediatamente, como en Moby Dick.
 
 
Corea del Sur recibe al visitante desde el exterior, con unos cubos en movimiento que presentan sus distintas caras de colores mientras giran y ofrecen un dinamismo visual que atrae como la luz a las polillas. Arquitectura cinética podríamos decir. Acceder a su canopy es adentrarse en un hangar de aceros en equilibrio que conforman una estructura llena de encanto y ligereza.. Los entretenimientos desde bailes a pantallas gigantes y la simpatía y amabilidad de sus miembros, hacen de esta una visita inolvidable.
 
Hungría está al lado y es nuestra siguiente parada. Un bosque de maderas bien trabajadas envuelven su carcasa concediendo un carácter sostenible y amable a este pabellón sencillo. Su interior no deja lugar a sorpresas: gira en torno al agua de su Danubio y sus conocidos balnearios.
 
Nuestros vecinos geográficos, los italianos, nos reciben por su lado en un edificio que podría ser una ballena con valvas (o, si nos ponemos chauvinistas, spaghetti que caen de arriba abajo como cortinas de división interior-exterior). Un David de Miguel Ángel creado en 3D con resinas nos da la bienvenida como embajador de buena voluntad.
 
Nuestros pies se posan en mármol, esta vez sí, para hacernos sentir en los Uffizzi por analogía y unas escaleras metálicas elevan nuestro espíritu hasta una Torre de Babel desde donde se nos permite una visión panorámica de todo el recinto. No hay paredes que dividan, tan solo cuerdas de techo a suelo que le confieren mucha ligereza y versatilidad a los espacios que se van creando. Ya arriba, un suelo amarillo hecho a base de peladuras de naranja, nos dirige por la rampa que nos lleva como la de Dante, directos a la salida, pero esta vez al suelo de espirulina y hematococo con macro algas que no representan el infierno del gran escritor, sino el futuro de la sostenibilidad necesaria. No os perdáis la representación de la Secuencia de Fibonacci a través de números de neón rojo.
 
 
Alemania se convierte en nuestra siguiente visita. Una columna de cuadrados dispersos se amontona permitiendo al acero y los colores de la bandera significarse en la plaza que habitan. Asimismo, una corona de barras aligera la mirada en altura quitándole peso a la totalidad del edificio y aireando la mirada del visitante. Ya dentro, nos encontramos con una oda a la sostenibilidad a través de tres frentes: la energía, las ciudades del futuro y la biodiversidad.
 
Contenidos en torno a los cuales se articula su puesta en escena y como si de una universidad se tratase, el visitante ha de hacer un recorrido por todo este conocimiento para llegar al final y poder graduarse. Verdaderamente didáctico.
 
 
No lejos de aquí, la inmensa fachada del pabellón de Suiza es un enorme espejo facetado que refleja el mundo que se le acerca en una visión agigantada de la realidad. El pavimentó rojo que se extiende hasta la misma calle, hace que la percepción sea viva y alegre, insuflando optimismo y energía al interesado. Solo dos elementos, el rojo y su reflejo, impiden la distracción del foco principal: su bandera.
 
Ya dentro, un zig zag nos encamina a la montaña, o ese es el efecto buscado al menos... y la verdad es que lo consigue.
 
 
Para terminar, no dejéis de visitar el World Expo Museum, porque da una idea impresionante y clara de la verdadera dimensión política, diplomática, artística y económica que el fenómeno Expo representa, especialmente para cada país que participa y, sobre todo, para el país anfitrión.
 
Estamos seguros que, si tenéis oportunidad, disfrutaréis de este recorrido por el mundo diverso en el que habitamos...
 
 

Texto e imágenes: Carlos Sánchez