El escenario está oscuro y el público expectante. La música electrónica comienza a sonar y un foco ilumina a siete jóvenes vestidos de negro. El estruendo no se hace esperar y todos los presentes en el plató del programa coreano M Countdown, enloquecen. ¿El motivo? El debut de BTS, una boy band coreana.

Los siete lucen cabello liso y oscuro, perfectamente peinado. Algunos llevan gorras y gruesas cadenas de oro, otros presumen de bíceps gracias a sus camisetas sin manga. Apenas rozan los veinte años, pero se mueven al son de la música con una precisión y coordinación similar a la de un ejército. Cantan y bailan a un rimo frenético dos de sus temas, cuyos títulos, We Are Bulletproof y No More Dreams, están sorprendentemente en inglés. Las letras de las canciones, en cambio, son en coreano y el público nacional, allá por 2013, parece conocerles desde siempre...

Siete años nos separan actualmente del debut de BTS, la boy band coreana más popular de la actualidad y, veintisiete, de la primera actuación de Seo Taiji & Boys, el trío musical, originario de Seúl, que cambió el panorama musical asiático para siempre, dando vida a lo que hoy se entiendo como K-POP. Incluso con tantos años de diferencia y con uno de los grupos ya inactivos, ambos son el claro ejemplo de lo que significa este fenómeno musical que ha terminado por derivar en toda una revolución cultural.

Los grupos, ya sean de chicos o chicas, los componen jóvenes de voz melódica y aspecto pulcro. Rostros finos de una piel impoluta como el mármol, que se ciñen a la perfección al prototipo de belleza coreana. Siempre están en forma, listos para llevar a cabo las coreografías adecuadas para arrancar los vítores y aplausos de sus millones de fans. Sus peinados, desde el color hasta el corte, al igual que su vestimenta, están estudiados al milímetro.

Nada se deja al azar en cada una de las esperadísimas apariciones públicas de estos grupos musicales que, no solo han terminado por conquistar su país de origen, sino también al mundo entero. Pero nada de esto es fruto de la casualidad... Las estrategias comerciales de las grandes compañías como S.M Entertainment, se encargan de seleccionar, entrenar y presentar a las bandas musicales cuyos miembros pasan a habitar el imaginario colectivo de una juventud ansiosa de ídolos a los que perseguir y admirar. Otra forma más de paliar la solead urbana a golpe de hit.

En Corea del Sur, las reglas del juego son distintas, y no son las discográficas quienes localizan a las futuras promesas de la música a través de las redes sociales. Al contrario, son los jóvenes coreanos quienes deben superar numerosos castings para poder cruzar las puertas del estrellato, que vendrá precedido de un durísimo entrenamiento (idiomas, danza, canto…) valorado en tres millones de dólares. Muchos sueñan con ello pero solo los miembros de Girls Generation o Big Bang lo han alcanzado.

Si cantantes como BoA, la denominada reina del K-Pop, consiguieron que sus éxitos escalaran hasta los puestos más altos de países vecinos como Japón, no fue hasta PSY, cuando se produjo la verdadera conquista del mercado internacional. Según muchos expertos musicales, es a PSY a quien se debe atribuir la internacionalización del K-Pop gracias a su mítico y trillado Gangnam Style, cuyo vídeo obtuvo más de tres billones de reproducciones en YouTube (casi nada).

PSY, un rapero de mediana edad, ajeno al concepto originario de K-Pop, fue el primero que hizo ver al mundo que las canciones en coreano también podían arrasar en todo el planeta, allanando el terreno a futuros grupos musicales cuyos trabajos compartieran su idioma. Fue entonces cuando el propio gobierno nacional comprendió el auténtico filón que supone la música que en su país se estaba creando, iniciando una tremenda campaña de impulso a base de beneficios fiscales y promociones subvencionadas.

Así, el K-Pop ha resultado ser una fuerza imparable capaz de expandirse más allá de la industria musical, dominando también la moda y la cosmética. Porque Jin, Suga, Rosé o Lisa son lo que todos quieren ser y lo que la sociedad coreana desea representar (incluso cuando las vidas robotizadas de estos artistas, lejos de la perfección, se encuentran en muchos casos marcadas por la tragedia). En 2017, con solo veintisiete años, Jonghyun, miembro de SHINee, uno de los grupos más conocidos dentro de este género, se quitaba la vida, dejando una nota donde admitía convivir con problemas de salud, agravados por la depresión y la fama.

Mayor el éxito, mayor la popularidad y las ganas de relevancia, ya que detrás de todos ellos, hay otra boy o girl band más joven y ambiciosa dispuesta a destronarlos. Todos quieren llegar alto y recibir así la llamada de artistas occidentales como Lady Gaga, cuya canción con BLACKPINK, Sour Candy, ha batido récords en Itunes y ha supuesto para el grupo, la llave del éxito en Europa y América.

Porque la revolución del K-Pop ha derivado en todo un boom cultural que no solo ha modernizado la industria musical de toda una nación, también del país entero. Y no va a quedarse solo ahí, encerrada en sus fronteras. Señores y señoras, estamos seguros que la revolución musical coreana no solo será televisada, también escuchada, aplaudida y bailada hasta el agotamiento. (Palabrita de Vanidad).

 

Juan Marti Serrano: @sswango

Imágenes: YouTube y Giphy